UN BAÑO DE KUCHU’ (AGUARDIENTE) EN EL TOTONACAPAN — ojarasca Ojarasca
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UN BAÑO DE KUCHU’ (AGUARDIENTE) EN EL TOTONACAPAN

JUVENTINO SANTIAGO JIMÉNEZ

Aquella mañana fresca en Las Chacas la mujer del beso sabor a kuchu’ me convidó dos tazas de atole agrio y un kaxlaanchu (pan) antes de salir de su casa. A esa hora, el sol todavía permanecía escondido detrás de los cerros, aunque no tardaría en asomarse y su presencia durante todo el día en lo alto del cielo me haría sentir como si me bañara dentro de un temazcal. Cuando terminé de almorzar, agarré un machete y subí por una vereda para cortar varias hojas de plátano. Las junté y cargué debajo del brazo izquierdo, y mientras aventaba una por una hacia el gallinero hecho con trozos de palo de bambúes, noté que mi playera tenía manchas de sangre, pero en realidad era la savia de las hojas de plátano.

A unos metros de la casa de los pollos baja un arroyo, donde una semana antes había visto al tantsulut (pájaro chismoso) sobre una rama delgada del árbol de bambú. Desde allí cantaba y cantaba hasta que finalmente habló:

–Ya sé lo que han estado haciendo; a mí nadie me engaña.

La mujer del beso sabor a kuchu’ sabía y conocía perfectamente bien la historia del tantsulut en el mundo mágico totonaco. Así que, al escucharlo hablar, sus palabras le parecieron como un regaño, más que un consejo. Entonces, respondió:

–Vete de aquí, pues no hemos hecho nada malo.

Yo seguía en la cocina con la mirada fija hacia el metate y al fogón. A un lado se encontraba también una olla de nixtamal, una olla de café y un comal recargado a la pared. Al ver estos utensilios hicieron que me transportara bajo el cielo de El Duraznal y comenzara a tararear los Sones y jarabes mixes. La pequeña llama también provocó que recordara que cuando era niño una de mis tantas tareas consistía justamente en hacer lumbre y casi siempre mi cabello quedaba cubierto de ceniza. Al intentar cerrar la puerta de mi cuarto para iniciar con mi rutina laboral, Kolo’ (Viejo) —un gato de la familia donde rento— se acercó y mientras ronroneaba, arqueó su espalda y rozó levemente mi pie con su cola.

Lo levanté para decirle que iría a trabajar y que regresaría por la noche. Luego, subí por la calle principal del pueblo y metros más adelante tomé una vereda hasta llegar a las instalaciones de la Universidad Intercultural. Me paré frente al reloj checador facial y enseguida abrí mi cubículo. Horas después se juntaron muchas personas en la plaza principal dado que aquel día conmemorarían una fecha importantísima y por eso todos caminaban en distintas direcciones y hablaban fuerte. Sin embargo, sus movimientos, sus voces y sus risas comenzaron a lastimarme. Por esa razón, me alejé tantito y me senté en una de tantas escalinatas.

Desde allí, vi a varios niños que jugaban y también escuché que un intendente chiflaba El querreque, una canción de huapango, mientras trapeaba el pasillo de uno de los salones. Los estudiantes de Enfermería andaban con su uniforme blanco y se tomaban fotos. Una semana después se graduarían y todos ellos se veían muy alegres. Parecía que nada les preocupaba, en tanto yo sentía que mi corazón me abandonaría y solamente quedaría mi cuerpo. A pesar de que el calor ya era sofocante, fui a mi cubículo a servirme una taza de café. Verdaderamente me sentía herido, a tal grado que llegué a pensar que la gente se había congregado con la intención de golpearme en mis brazos, en mis pies y en mi cabeza.

Lo que no soportaba era el dolor de cabeza y decidí escaparme del evento. Me interné de nuevo entre la belleza del paisaje totonaco y al avanzar en la vereda, sentí un ligero soplo de aire en mis mejillas y me hizo sentir bien. Eso de sentirme bien sólo fue momentáneo, puesto que al siguiente día no podía levantarme de la cama y no sabía exactamente qué era lo que tenía. La mujer del beso sabor a kuchu’ me habló desde la cocina:

–Juve, ven a almorzar.

Me levanté lentamente y al acercarme a la mesa, vi un plato que contenía cinco spulunchun (tlacoyos) y apenas logré comer uno. Entonces, ella preguntó:

–¿No te gusta comer spulunchun?

–Sí, pero por ahora no le encuentro sabor al spulunchun y menos al café —respondí.

La verdad es que tampoco quería hablar y sin previo aviso brotaron de mis ojos unas gotas gruesas de lágrimas e incluso escuché cuando rebotaron en la tierra. No sé por qué sentí tantas ganas de llorar y faltó poco para abrazar a la mujer del beso sabor a kuchu’. Luego, colocó su mano sobre mi cabeza y dijo:

–Creo que tienes fiebre y a la brevedad tomarás un baño de kuchu’. Pronto estarás bien, Jaguar...

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