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CUESTIONARIO A OJARASCA. 34 AÑOS CAMINANDO

HERMANN BELLINGHAUSEN

Ojarasca recibió hace unas semanas un cuestionario enviado desde Francia por el investigador César Ruiz Pisano. Allí plantea una serie de preguntas sobre nuestra publicación:

“Les mando este correo desde la universidad francesa Université Sorbonne Paris Nord donde ejerzo como investigador titular. Dedico mi investigación al estudio sociolingüístico, lingüístico y didáctico en la relación de dominación de lenguas tanto en el discurso real como ficticio. Voy a presentar una conferencia (Visibilité des langues autochtones et modalités du discours indigéniste dans Ojarasca, supplément du journal mexicain La Jornada) en un congreso a finales de noviembre de 2023 y trataré sobre la representatividad de las lenguas originarias en Ojarasca (el congreso versa sobre la relación entre poder y palabra)”.

Para completar su estudio, el profesor Ruiz Pisano plantea seis preguntas. “Su libre respuesta”, escribe, “ayudará a la comunidad educativa francesa a conocer mucho mejor sus objetivos culturales y sociales como medio de expresión e igualmente para conocer mejor su visión del multilingüismo en México desde una perspectiva periodística, social, cultural y, por encima de todo, humana”.

Aquí las respuestas.

–¿Cómo nace Ojarasca? ¿Cómo definen su línea editorial? ¿Por qué Ojarasca y no Hojarasca?

–Al inicio del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, en 1989, el Instituto Nacional Indigenista (INI), dirigido entonces por el antropólogo Arturo Warman, decidió que no le interesaba seguir editando su revista institucional, llamada México Indígena, pero sí alentaba a que se siguiera haciendo fuera de la institución. A través de quien esto firma se recibió la propuesta, y con un grupo de amigos con interés afín por los pueblos originarios, sin un enfoque académico, antropológico ni ritualista, conformamos una asociación civil. Pronto el contenido se hizo ante todo político. Era inevitable. El México indígena realmente existente estaba lleno de problemas graves, experiencias ejemplares y una renaciente identidad que dejaba atrás los “complejos” heredados por 500 años, no del “encuentro” que pronto celebrarían los gobiernos hispánicos, sino de invasión, despojo, genocidio, discriminación y negación.

Ello llevó a conflictos con el INI, pues éramos independientes del organismo público (el cual pronto derivó en un instrumento clave para la nueva política social hacia los indígenas del gobierno neoliberal: la “Solidaridad”). Pero el título de la revista pertenecía al INI. Así que a los dos años terminó el acuerdo formal. No obstante, el subdirector José del Val, quien resultó clave en el experimento, en un primer momento mantuvo un respaldo personal a lo que seguiría.

Bajo el nombre México Indígena se han publicado al menos cuatro diferentes publicaciones. La primera, y más continua, inicia en 1964 al crearla, por indicaciones institucionales, el escritor Juan Rulfo, también editor del INI. Sometida a los avatares de cada cambio de sexenio, sin dejar de ser institucional, el primer México Indígena llega hasta 1988. Luego del experimento de “descentralización” referido arriba (1989-1991) desapareció varios años. El gobierno foxista intentó resucitarla, sin llegar muy lejos. Ahora, en septiembre de 2023, ha vuelto a aparecer, como órgano oficial, tardío en términos sexenales, del Instituto Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (INPI): “nueva época, año uno, número uno”, ahora trimestral. En su portada aparece por primera vez en la historia de la publicación un presidente de la República. El contenido es institucional, documental, declarativo. Al tenor de los tiempos, se trata de una publicación en y con línea.

Volviendo al momento de la ruptura con el INI en 1991, el equipo editorial decidió seguir adelante, reforzar las vías de financiamiento, sobre todo ventas y la trabajosa publicidad. No se detuvo el paso. En septiembre salió el número 24 de aquella México Indígena, y en octubre el primero de Ojarasca.

Del nombre no hay mucho que decir, fue un capricho, una ocurrencia, jugando más con la idea del “Ojo” que de las hojas secas o la novela de García Márquez. Tiempo después, a fines del salinato, la Secretaría de Gobernación a cargo del exgobernador chiapaneco Patrocinio González Garrido amagó con retirarnos el registro pues nuestro nombre tenía “una falta de ortografía”. Respondimos con un resumen de los usos de la hache en castellano, algo de su historia, y la declaración de que el nombre era una palabra inventada sin significado. Recibimos una disculpa y eso fue todo.

Ojarasca ahondó un proyecto más periodístico y literario que académico, en la consideración de que el indigenismo como tal iba de salida, al manifestarse por todo el país y en el continente una determinación de los pueblos por regir sus propios destinos. En la medida de lo posible, Ojarasca siempre ha propiciado la expresión directa de los pueblos, sus voceros, sus artistas, sus mujeres, sus intelectuales, sus líderes, sus comunidades. Por decir algo, hace muchos años Ojarasca entrevistó a un joven líder cocalero de Bolivia llamado Evo Morales.

Al paso del tiempo, la expresión directa de los cada vez más polémicamente llamados “indígenas” devino medular. La insistencia en publicar textos bilingües para visibilizar y cultivar las más de 70 lenguas nacionales y no pocas del resto de América, que al finales del siglo XX comenzaron a ser más ampliamente escritas, pronto encontró cauce y materia. Sobre todo a partir del 2000, Ojarasca ha publicado a centenares de autores (articulistas, pensadores, narradores y sobre todo poetas) en o desde la mayor parte de las lenguas originarias de México.

El movimiento zapatista de 1994 y su imprescindible influencia en los pueblos originarios fue también un evento clave para nuestra revista. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se convirtió en el asunto mayor de las coberturas indígenas y llevó al centro del debate la discusión de los derechos y la existencia misma de los pueblos indígenas. De ahí nació en 1996 el Congreso Nacional Indígena. La guerra, las negociaciones con el Estado, la resistencia, la autonomía como nuevo camino para los pueblos (y las recurrentes traiciones y negaciones del Estado) se convirtieron en otra columna central de nuestros contenidos. Hasta la fecha.

Los migrantes también son un asunto sostenido en este espacio. La fotografía siempre ha sido parte del lenguaje de Ojarasca. Son incontables los fotógrafos documentales, casi todos los “importantes”, y muchos más, que han retratado el México profundo (y otros lares) en nuestras páginas a lo largo de 34 años. Evitando lo folclórico, lo decorativo, lo tópico, Ojarasca ha servido de vehículo para millares de imágenes, algunas canónicas, otras inéditas, que buscan siempre la cara y el espacio de la dignidad individual y colectiva de los pueblos.

Un hecho definitivo fue que, desde 1997, Ojarasca se incorporó como suplemento del diario La Jornada. Gracias a tal hospitalidad nuestro proyecto, improbable y poco “comercial”, ha perdurado de manera regular, primero en papel y actualmente en línea. A lo largo de los años nos hemos mantenido como un pequeño colectivo editorial que además acompaña en lo posible a los pueblos.

–¿Cómo consideran su papel fundamental como agente de visualización de las lenguas madres, originarias, de México? ¿Se trata de una forma de poder o incluso de contra poder?

–Tener la palabra es una fuerza. En la lengua propia. En esa originalidad específica para nombrar e interpretar al mundo. El alcance del suplemento resulta limitado, pero creemos que sus páginas sí han “visibilizado” las lenguas, las experiencias, las concepciones cósmicas, rituales y prácticas de los pueblos originarios. Sus resistencias, construcciones, su pasado y su actualidad. De esto resulta un “contrapoder”, o al menos algo que desafía al poder político, en conflicto, roce y hasta confrontación con las rebeldías, vistas por él como anacronismos desde una concepción siempre desarrollista, paternalista o autoritaria.

–Lengua y memoria aparecen indisociables en repetidas ocasiones en Ojarasca, ¿cómo lo explican?

–Toda lengua es historia, su propia historia. Hoy que la mayor parte de las lenguas mexicanas están amenazadas con la desaparición, resulta indispensable que sean cultivadas y sostenidas. Que no se rompa el puente entre su pasado, sus tradiciones y conocimientos, con el presente y el futuro.

Los testimonios son incontables e incesantes. Esa es la parte periodística del suplemento. No todas la voces escriben, pero todas dicen, incluso las que han muerto. Los indígenas son sus propios traductores. Además, frecuentemente las personas entrevistadas en castellano están traduciendo su pensamiento, concebido en náhuatl, bats’il k’op, diidixzá, rarámuri, ñuu savi, pur’epecha, ayuuk, etcétera.

No sólo en la memoria. En la lengua viven los pueblos originarios.

–Ha habido avances notorios para dar mayor visibilidad oficial y/o cultural a las lenguas originarias en toda América Latina. ¿Creen que en México, concretamente, sigue existiendo discriminación por motivos lingüísticos?

–Sí.

–Nombrar las cosas, las creencias, el ordenamiento del mundo con una palabra originaria se impone muchas veces en los artículos de Ojarasca como si fuera una necesidad. ¿Qué dimensión aporta esa elección voluntaria a la hora de analizar la realidad social/política/ cultural?

–De esto en parte se habla en las respuestas previas. La palabra originaria es una necesidad. También lo es el empleo del buen castellano como lengua franca para todos. Para la sociedad dominante, y para los hablantes y autores de cada lengua. No idealizamos el alcance de los escritos “en lengua”. Serán leídos por aquellos que no sólo lo hablan, sino que lo pueden leer. Aquí topamos con una de las materias pendientes de la educación pública y las políticas sociales y culturales del Estado.

Algunos autores, a lo largo de los años, han comentado y desmenuzado en Ojarasca los entresijos lingüísticos del zapoteco de la sierra o xhon, mee’pháá, tu’un savi, tojolabal o ayuuk. Esto ha de guiar mejores traducciones, que no sean literales sino que transmitan el duende de cada lengua.

–Sobre la recepción de Ojarasca: ¿qué les dicen las lectoras mexicanas, los lectores mexicanos sobre sus publicaciones?

–La respuesta que recibe lo publicado aquí representa una cuestión inaprensible hasta cierto punto. Muchos de nuestros lectores se convierten en autores, tanto en pronunciamientos como en ensayos, recopilaciones, reflexiones o creaciones literarias. Nos siguen organizaciones y activistas en las diferentes regiones. Es frecuente que sean interlocutores de Ojarasca.

Ojarasca no es una publicación del mainstream, a pesar de que participa en un diario nacional de gran alcance, pero sabemos que su versión pdf es impresa en escuelas y bibliotecas comunitarias en las regiones indígenas. Y que tenemos lectores fieles, y otros cambiantes, en internet y redes sociales, principalmente Facebook, como es el caso de quien envía este cuestionario.

Es un hecho el avance de los pueblos originarios y sus gentes en los medios de comunicación y lo que queda de la Galaxia de Gutenberg. Ojarasca es sólo una pieza más en el paisaje. Hoy se publican libros de literatura original indígena, bilingüe o no, en gran cantidad, se producen películas, exposiciones artísticas originales y espectáculos, los carnavales y las luchas siguen deslumbrando, desafiando y educando a un México imaginario atrapado en la idea de los “pueblos mágicos”, las “artesanías”, los “dialectos”, las “etnias” y la condición subordinada de los “pobres”.

Es mucho lo que falta, pero los pueblos originarios de México y el continente crean y defienden hoy como nunca su civilización (“negada”, decía Guillermo Bonfil), construyen autonomía, defienden sus recursos naturales y agrícolas. Más allá de la frase hecha, los pueblos originarios son los auténticos guardianes de la Tierra en un tiempo en que el planeta los necesita.

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