PAZ, PALABRA TAN PEQUEÑA / 318 — ojarasca Ojarasca
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PAZ, PALABRA TAN PEQUEÑA / 318

Estamos en un mundo de guerras. Entre países. Entre bandas criminales, por o contra ellas. Guerras mercenarias sin destino fijo. Guerras entre hermanos. No todas visibles en los medios. Naciones como Yemen, Siria, Sudán, República Democrática del Congo, sufren una violencia bélica recurrente. En Haití se vive a merced de mafias y ejércitos. En horario estelar tenemos la guerra en Ucrania. Y nunca faltan guerras en las repúblicas ex soviéticas.

La nueva guerra Israel-Palestina, que de nueva no tiene nada, se instala cruentamente en nuestros días. Involucra ecuaciones irresolubles. Un Estado de Israel decidido a engullir hasta el fondo los maltrechos territorios palestinos en Gaza y Cisjordania no ha dejado de abrirle puertas al infierno. Ha provocado una diáspora como la suya: la de los palestinos, que suman muchos más fuera de sus “franjas” que dentro. Abrumadora es la cosecha de odio y desarraigo.

Expatriados en Europa occidental y Norteamérica, recluidos en campamentos y guetos de refugiados en Líbano. En Jordania la población mayoritaria, y hasta la reina, son palestinas.

La razón de esta diáspora islámica, originada en la Nakba de 1948, reside en el origen mismo de Israel, y no ha hecho sino crecer geográfica y militarmente por 75 años. El dominio de Hamas en Gaza, fruto del odio que provoca la sistemática agresión israelí, era una bomba de tiempo. Con las “ventajas” de la inhumanidad terrorista, Hamas burló los infalibles servicios secretos de Israel, su escudo antibalístico, sus fronteras y su vigilancia costera. Le vino encima el horror: ejecuciones en masa, secuestros, terror, sabotaje. Una provocación mayúscula y suicida.

Amparado en Yahvé, ese dios vengativo, el gobierno racista y conservador de Benjamín Netanyahu ha emprendido en llano lo que siempre ha querido la derecha hebrea: desaparecer el semi Estado de Palestina y cumplir su propio destino manifiesto (ah, no, perdón, ése es de Estados Unidos, en cuyo modelo de expansión territorial se inspiraron Israel, Australia y Canadá). De esta guerra se hablará mucho y los afectados sufrirán deshumanizadoramente.

Las guerras de hoy son entre criminales, que mantienen como rehén y carne de sacrificio a la población civil.

Tenemos guerras que son de otro tipo, casi nunca admitidas como tales. La guerra de intensidad “baja” contra los indígenas es una constante en América, desde Chiapas a la Patagonia y la Araucanía. Los gobiernos combaten de frente, o de manera “colateral”, a los pueblos que se interponen. El exterminio por lo bajo ha sido una constante en las Amazonias. Los pueblos mayas de Guatemala siguen siendo un objetivo militar; esto trasuda el golpismo reiterado del criollismo colonizado contra el gobierno democrático de Arévalo.

Otras guerras y guerritas, casi nunca bajo ese nombre, se libran y padecen en Colombia, Guatemala, México y más recientemente Ecuador. El accionar del narco y las incontables derivaciones del crimen organizado ponen en vilo ciudades, pueblos, regiones, estados y departamentos, en modo móvil y hasta rotativo. Hoy Zacatecas y Chiapas, ayer Morelos, antier (y hoy) Chihuahua, y más antes (y hoy) Sinaloa y Tamaulipas. Que si Jalisco, Michoacán, Guerrero, Colima, Guanajuato.

Basta cruzar la frontera sur para encontrar las mismas plagas sociales en Petén o Tacaná. Y las armas de tanto cuento ¿de dónde salen? En nuestro caso, de Estados Unidos sobre todo. Para Guatemala añádase a Israel, país mentor y patrocinador del ejército nacional. Serios objetivos del Pentágono son la costa de Ecuador, Haití, Colombia, todo Guatemala.

No es un juego. O lo es, pero muy peligroso. Feminicidio, masacre, ejecución, secuestro, tortura con frecuencia documentada post mortem. Bloqueos territoriales, toques de queda, cierre de escuelas, comercios y clínicas.

Leva de hombres y cosecha sexual de mujeres, venta obligatoria de protección, corrupción por colusión o miedo de autoridades civiles, policiacas o militares.

Guerra son los asesinatos de defensores ambientales, de madres buscadoras, de oponentes al terror narco.

El producto mayor de estos escenarios es la migración, masiva como nunca en la historia y que sólo se incrementa en marea, convirtiendo los ríos Suchiate y Bravo, el Tapón de Darién, los desiertos de Sonora y Arizona, el mar Mediterráneo, el desierto del Sahara, el mar de China, en tormento y cementerio, para al final topar con muros, cárceles y vida mendicante.

Qué corta ha quedado la palabra. Inaudible fuera de los salones donde dan el Nobel y de las fallidas buenas intenciones en Naciones Unidas, en todas partes se impone la obligación, a veces brutal, de tomar partido. En la beligerancia generalizada que nos derrota a todos, los únicos ganadores “legales” son accionistas y magnates de las grandes mineras, petroleras, armerías, compañías constructoras y reconstructoras. La ilegalidad criminal, ya parte del mercado, que mueve jugosos capitales. Y los bancos que lavan y cuidan las ganancias de unos y otros.

Los peligros de extinción o reducción a gran escala de la especie humana asoman cada día en la septuagenaria detente nuclear, en el cambio climático que sólo niegan los imbéciles, en la imparable penetración global de tecnologías trans-humanas.

Paz: qué palabra tan chiquita.

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