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DESDE OAKLAND, CALIFORNIA: WHERE ARE WE FROM?

LAMBERTO ROQUE HERNÁNDEZ

Hace mucho tiempo, quise echarme el costal de ideales al hombro e irme en busca del lugar en donde poder hacer una diferencia. Imaginaba con ser parte de un cambio en este mundo al que miraba jodido. Más bien las disparidades entre los humanos me hacían pensar distinto. Los ideales que por un tiempo tenemos en las épocas de jóvenes. Imaginaba con ir en busca de mi montaña pues. Perseguir la utopía. Aunque no me daba cuenta hasta que alguien me recalcó que yo ya estaba en la montaña. Ya me había cargado mis realidades a la espalda. Ya había caminado hacia el horizonte, y que estaba en él. En esa línea que entre más se avanza más se aleja. Que estaba ahí, y que de mí dependía hacer realidad mis pesadillas para convertirlas en sueños en ese otro punto de partida.

Muchas andadas después. En la montaña que decidí quedarme, pasé por los duros entrenamientos requeridos para poder adaptarme a ella. Cumplí con los rituales de amor y desamor. De trabajo arduo. De batallar para aprender la lengua. De ser mal visto, discriminación le llamamos. De tratar de aprenderme su vida e historia abusiva y ensangrentada. Su lado bueno y su lado gandalla. Aunque también muchas cosas buenas. Hubo enfados y momentos de mandarla a la chingada. Many times, I was ready to give up, and to go back to the place where I came from. Sin embargo, le aguanté and here I am. Me hice docente con el paso del tiempo. Hoy día, por mis aulas de sexto grado en California han pasado las diásporas migrantes principalmente de niños y niñas provenientes de los países azotados por todo tipo de injusticias. Africans. Asians. Middle Easterns. Central Americans. South Americans. Caribeños. Y por supuesto niños mexicanos desplazados por la incontrolable violencia en sus comunidades. Cada situación tiene obviamente sus variantes de las cuales se escribiría todo un libro.

Muchas andadas por la noche. Mi trabajo como maestro me ha llevado a dar clases de inglés por la tarde/ noche. La historia se repite como cuando decidí quedarme en California. Aunque ahora el entrar a un salón de clases es distinto. Yo tengo la responsabilidad de sacar adelante a un grupo de hombres y mujeres, jóvenes y no, avante con la lengua enredosa esta. El inglés. También vienen de todas partes. Hay los que hablan farsi. Mandarín. Vietnamés. Y español en muchas de sus variantes latinoamericanas. Hasta aquí han llegado las montañas, uno no va, están alrededor, sólo hay que darse cuenta. Mis alumnos en las clases de inglés que imparto por la tarde/noche son en su mayoría jóvenes. Hombres y mujeres fuertes. Los que han sobrevivido y tenido éxito en esas travesías mostradas por los noticieros. Son los que han llegado a contribuir para que este país sea mejor. Aunque no en todo. Son las noticias pasadas de los periódicos. De los yutuberos para vivir de los laics. Víctimas de los aprovechados de las desgracias humanas. Son mis estudiantes. Los más humanos que he conocido.

Con aula repleta, cada tarde/noche la aventura continúa. Los retos para los estudiantes adultos queriendo dominar esta lengua extraña son cabroncísimos. Más para los asiáticos. Hay que entrenar los músculos de la boca, las cuerdas vocales, el diafragma y la expresión corporal de otra manera. The new body language. Sin embargo, los hablantes de español y de lenguas indígenas de alguna manera rifan. Ya están acostumbrados a eso de ser bilingües o hasta trilingües. En silencio aprenden. Miran y escuchan. Escriben y sacan notas altas. Ya ha de ser costumbre de resistencia y de adaptarse.

Cada estudiante trae un costal de sueños en sus hombros. Pero también eso es material para otros libros. Porque las pesadillas ya las vivieron. Ahora sueñan con aprender el idioma oficial de este lado. Y disfrutan al darse cuenta que ya se aprendieron los días de la semana. Los meses del año, y algunas partes del cuerpo. Lastimados en algunos casos. Tensos. Ansiosos. Ya saben saludar y despedirse. Ya saben agradecer y pedir permiso. Y ahí la llevamos. Así se empieza de nuevo en esta jungla en la cual aún cabemos todos.

En sus costales de vida traen sus limitaciones académicas. Muchos no fueron más allá de la primaria en sus países de origen. En sus pueblos. En sus aldeas. Por infinidad de razones. Porque algunos maestros son irresponsables y sólo cobraban sin trabajar. Por la falta de escuelas cercanas. Por la violencia que no los dejaba salir de sus hábitats. Pero más que nada dejan la patria por la pobreza perenne creada por los gobernantes corruptos. Por las ideologías de gobernantes obsoletos. Los nicaragüenses tienen sus propias historias. Los venezolanos cuentan de primera voz la escasez en su patria. La falla de los gobernantes crea huérfanos a granel. Las historias de los estudiantes adultos son las mismas que las de los jovencitos que tengo por la mañana. Así está la cosa pues.

Cerrar el círculo se dio después de muchos años. No me fui a buscar la montaña en donde quería servir para algo además de trabajar. Aquí está. Están en todas partes. Desde aquí escribo. Desde mi montaña y desde mi trinchera que por decisión propia acondicioné. Mirando cómo las imágenes de Salgado y de Iturbide se materializan en todas las edades. En todos los colores de piel. En la variación de orientaciones sexuales. En diferentes lenguas con sus maneras de llamar las cosas, y llamarse ellos. Aunque al final del camino, todos somos iguales. Where are you from?.

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Lamberto Roque Hernández es originario de San Martín Tilcajete, Oaxaca. Es artista plástico autodidacta. Autor de tres obras literarias, Cartas a Crispina, Here I am y su más reciente Almas en Pena. Es profesor en California dedicado a dar clases en escuelas de zonas catalogadas de bajos ingresos (zonas pobres en el buen entender).

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