EL BÁSQUET DE LOS PUEBLOS
Te sututet ixtabil / El giro de la pelota,
Delmar Penka,
Coneculta, Chiapas, 2020, 209 pp.
No se ha contado ni estudiado lo suficiente el papel central que ocupan el basquetbol y las canchas donde éste se juega en las comunidades originarias y las poblaciones rurales de México. El ensayo narrativo que entrega Delmar Penka (Tenejapa, 1990), escritor y académico tseltal, pone en escena el incesante peloteo en clave autobiográfica, pues quién que nació entre montañas, o encaramado en alguna, no practicó tan aéreo deporte.
En nuestro país futbolero, el básquet ocupa un lugar importante en todas aquellas localidades donde la vasta cancha del balompié resulta impracticable. No cabe, o lo hace tan apenas que resulta problemático resolver el clásico “¡bolita por favor!” entre cañadas, laderas y barrancas. El giro de la pelota confirma esta intimidad deportiva característica de las juventudes en las que Gonzalo Aguirre Beltrán llamara “regiones de refugio”. La gran pelota durísima, su rebote frenético, el vuelo al aro convocando a los ojos en alto y las manos detenidas, como en plegaria.
Obró como un deporte precursor de la igualdad entre hombres y mujeres, como refleja Penka. Vienen a la memoria las fotografías de Sebastiâo Salgado en la comunidad zapatista San Miguel Chiptic, Chiapas, donde muchachas tojolabales encestan de cara al cielo. Y más aún la serie fotográfica de Jorge Santiago sobre las canchas
de basquetbol y sus usos en las sierras de Oaxaca, publicada por Ojarasca en 2015 (https://www.jornada.com. mx/2015/06/13/ojarasca218.pdf ).
El deporte, establecido en los pueblos durante el cardenismo, “refuerza su identidad”, expresaba el fotógrafo zapoteco de Guelatao. Ahora, Delmar Penka lo describe de manera muy amplia y a la vez personal. El juego puede verse como herencia del indigenismo y de la presencia de misioneros católicos y evangélicos en las montañas del México indígena durante el pasado siglo. En los Altos y la selva de Chiapas, en las montañas de Oaxaca, Puebla, Veracruz o Oaxaca, las canchas de baloncesto son y han sido parte de la vida comunal, municipal, estudiantil y festiva. Si las planicies de Yucatán favorecieron el beisbol, el encierro o la altitud en las sierras propician el juego en corto, la compacta cancha al aire libre, los equipos de cinco.
Penka narra partidos y torneos de sus mocedades, reflexiona sobre los juegos prehispánicos y destaca el papel social y ritual de tanto peloteo. Para él fue toda una escuela, y en su texto reproduce reglas, lecciones, momentos épicos y moralejas cotidianas. Piensa con angustia en los jugadores prehispánicos: “La vida y la muerte se disputaban en una sola partida. El miedo a perder era parte del juego, pero más grande era el miedo a no entregar sus entrañas a los seres sagrados que veneraba. El sacrificio era la expresión más leal de la vida”.