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PERTENENCIA Y CONTINUIDAD EN LA CIUDAD

PEDRO GONZÁLEZ GÓMEZ

Es un gusto saludarles en lengua ayuujk, ya que como lo ha dicho el mayor tutunacú, nosotros sentimos confianza cuando expresamos parte de lo que somos a través de nuestra lengua, pues es parte de lo que no se nos permite en muchos espacios.

Soy resultado de la migración, y en muchas ocasiones la lengua es un elemento de nuestra cultura que hemos tenido que esconder, que hemos tenido que dejar a un lado. Esta es una oportunidad para decirlo con mayor confianza, por lo que pido permiso para expresar unas palabras. Sé que hay mayoras, que hay mayores que están en este espacio y que más bien lo que nosotros debemos hacer es escuchar para aprender, comprender y caminar como nuestros antepasados, nuestros padres, nuestras abuelas.

¿Cómo podemos seguir siendo ayuujk en la ciudad? ¿Cómo nuestros hijos, nuestras hijas, las generaciones que están naciendo aquí, pueden seguir siendo indígenas? ¿Cómo se hace eso? ¿Alguien lo sabe? ¿Alguien lo ha vivido? Es lo que nos preguntamos y no es una pregunta de investigación en términos académicos, es una pregunta de sobrevivencia, de permanencia y continuidad, que nos confronta a nosotros mismos.

Hemos intentado responder a partir de reproducir y practicar nuestra vida indígena en la ciudad, estando lejos de nuestras comunidades, aclarando que nosotros no escogimos migrar, no escogimos dejar nuestra comunidad, sino que fueron las circunstancias que así lo determinaron, por lo tanto nosotros queremos seguir siendo parte de la grandeza de nuestros pueblos de origen.

Cuando llegamos a la ciudad, enfrentamos distintos cambios a los que uno se tiene que adaptar. En primer lugar, llegamos a un espacio geográfico que no nos conjunta, como en nuestras comunidades de origen. Aquí tenemos que dispersarnos, vivimos en distintos puntos de la ciudad, por lo tanto, tenemos que buscar alternativas para seguir conservando la comunidad.

La comunidad indígena es comprendida no solamente por el agregado de casas, sino además por las relaciones que se establecen entre sus miembros, por la relación que establecen con el territorio, porque se comparten mitos de origen, cosmovisiones e historias.

Cuando migramos a la ciudad no llegamos a un espacio común, la mayoría vivimos en forma dispersa, salvo algunos hermanos indígenas que han logrado conjuntarse en espacios concéntricos. Ante estas circunstancias, la forma de reunirnos, de encontrarnos, ha sido a través de compartir la identidad y pertenencia que aprendimos en nuestras comunidades de origen.

Al expresar nuestro ser ayuujk, zapoteco, mixteco, purépecha, tenek y otros, nos volvemos a reencontrar, no en espacios concretos, sino a partir de nuestras identidades, culturas y cosmovisiones comunes. De esta manera se recrean distintos espacios para encontrarnos y darle continuidad a la estructura comunitaria que aprendimos en un primer momento.

Un ejemplo de trabajo para seguir siendo lo que somos, en otro contexto diferente al de nuestro origen, fue la creación de un espacio comunitario desde hace quince años, rentando un local, donde procuramos que se desarrollen distintas prácticas o formas de reproducir la cultura: el tequio, el trabajo comunitario, la vida asamblearia, la música, la gastronomía; donde se fomenta la reciprocidad, la complementariedad y la relación con la Madre Tierra, así como otros aspectos que nos han enseñado a nosotros desde nuestras comunidades de origen.

También hemos sembrado nuestra milpa, aquí en la Ciudad de México, con los hermanos de los pueblos originarios. Practicamos la milpa porque creemos que es un referente para poder constituir nuestra identidad, nuestro ser como pueblos indígenas. En el proceso de la milpa, nos acercamos a la ritualidad, no solamente del pueblo y la cosmovisión mixe, sino con otros hermanos, como nahuas, mayas. Ellos también nos han enseñado cómo se concibe la milpa, cómo se entiende, cómo se pide para que pueda crecer y eso nos ha ayudado para que también se acerquen nuestros hijos y puedan permear su vida de esto. Sabemos que es a través de la práctica, a través de la vivencia, a través de estar ahí, como se constituye nuestro ser. Entonces, nos preguntamos: ¿cómo hacemos para que haya mucha vivencia en la ciudad, para que haya práctica de la comunalidad? Porque creemos que es a través de la reproducción de nuestras prácticas y saberes como se puede comprender la cosmovisión. Por ello intentamos ir más allá de conceptos, generamos esta práctica de la milpa acompañada de conocimientos, formas y principios para que nuestros hijos puedan aprenderlo con mayor fuerza.

Estos son mecanismos que hemos realizado para no “perdernos” en la gran urbe, ya que el gran problema que existe en la ciudad es que enfrentamos el riesgo de lo que hemos denominado, en algunos conversatorios, “etnocidio cultural”, que significa que las generaciones que ya están naciendo en la ciudad no pueden heredar plenamente la cosmovisión de los pueblos indígenas, no porque los padres no quieran transmitirla, sino porque la ciudad tiene elementos discriminatorios y excluyentes hacia las civilizaciones que presidieron el surgimiento de las urbes contemporáneas. Por consecuencia no es posible reproducir muchas de las prácticas, sistemas y/o normas comunitarias, que por derecho nos corresponde ejercer plenamente en el siglo XXI, como lo disponen las normas internacionales (la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo).

Conocer otros pueblos, otros hermanos indígenas, nos ha hecho saber que aquí también hay espacios sagrados para ellos, a los que para que puedan vivir, para que puedan respirar, para que puedan estar, para que puedan sembrar su milpa, también les piden permiso, les agradecen con sus propias formas y procedimientos, lo que nos permite identificarnos con esos principios y continuar reproduciéndolos.

Se resalta que aun cuando no hemos coincidido en hablar la misma lengua, existen otros lenguajes a través de los que nos hemos hermanado, que nos han hecho saber que somos los mismos hijos e hijas de la madre tierra que vivimos aquí, y que mucho de lo que hemos aprendido, nos lo han enseñado nuestros abuelos, nuestros padres, y así hemos intercambiado, vivencias y conocimientos que abren el camino para encontrarnos con la mayoría de los pueblos indígenas de la Nación. Este encuentro nos ha llevado a hacer otra forma de comunidad y comunalidad.

Reproducir la vida indígena y comunitaria en la ciudad es un reto que se debe asumir no solamente entre los que hemos migrado, sino todos los que también se quedaron en nuestras comunidades de origen, los que están allá, porque ahí está nuestro ombligo; al hacerlo estarían transmitiendo su fortaleza, para no olvidar nosotros quienes somos. Es importante que consideren que seguimos siendo parte de los pueblos de donde venimos.

Los saberes, conocimientos y sabidurías no son para almacenar, en todo caso son para vivir, para compartir, para expresar, cada uno de nosotros, cómo miramos el mundo, cómo entendemos el mundo, lo que nos toca vivir en cada una de nuestras culturas. En el caso de nosotros, desde la ciudad, queremos continuar heredando esa propia mirada, esa propia ventana de lo que nos han enseñado desde nuestras comunidades de origen. Somos indígenas contemporáneos, en el marco de una sociedad globalizada.

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Pedro González Gómez, originario de Tlahuitoltepec Mixe, Oaxaca, es miembro de la comunidad migrante ayuujk de Tlahuitoltepec radicada en la Ciudad de México desde 1985.

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