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EL ESPACIO COMO ÚLTIMO BASTIÓN DE LA IDENTIDAD

José Luis Gutiérrez García
La danza de las balas,
Florentino Solano,
Secretaría de Cultura, Instituto Nacional
de Lenguas Indígenas,

México, 2022.

El artículo 2º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce que México “tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas”,1 a partir de esta sentencia el Estado mexicano se obliga a reconocer el derecho de las comunidades indígenas a la autodeterminación y el disfrute de sus tierras; sin embargo, lo plasmado en la Carta Magna ha resultado ser letra muerta. En La danza de las balas Florentino Solano evidencia, a través de la crónica de un evento suscitado en Metlatónoc en el año 2000, la flagrante violación que el propio Estado realiza a los derechos de los pueblos indígenas a través de su aparato militar, que, como en una guerra de trincheras, busca conquistar sus tierras que se yerguen como el último bastión de su identidad.

En la crónica ganadora del Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA), Solano retrata lo que aconteció el 25 de septiembre del 2000 en su natal Metlatónoc, cuando 14 soldados estuvieron a punto de ser linchados por la comunidad, tras interrumpir violentamente en la fiesta de San Miguel Arcángel, el evento más importante de la localidad: “El soldado levantó su fusil hacia los danzantes a una altura considerable, retiró el seguro y apretó brevemente el gatillo. En esa brevedad el fusil escupió cuatro balas en diferentes direcciones (…) y por razones milagrosas que nadie ha podido comprender, cada una de ellas cruzó entre la multitud sin chocar contra ningún hombre, ninguna mujer, ningún niño o niña” (Solano: 103-104). A pesar de que no hubo heridos, relata el autor, la furia del pueblo se desató y los soldados fueron sometidos por una población cansada de soportar vejaciones.

A ojos externos podría parecer anodino el suceso que hizo explotar a Metlatónoc, sin embargo, a lo largo de la crónica, Florentino Solano retrata cómo la comunidad había padecido la constante intervención de las fuerzas militares que violaban, robaban y secuestraban a los pobladores fundamentándose en supuestos no comprobados. “Esos hombres armados pasaban dos o tres veces por año y causaban todo tipo de daño y terror” (113), es aquí donde se hace patente el reclamo de Metlatónoc por su espacio, su tierra, sus casas. La furia del pueblo no se desató por un asesinato, se desató por la violación al espacio vital de una comunidad hastiada de irrupciones constantes de esos hombres verdes, como llama el autor a los militares.

“Los espacios que ocupaban las danzas, fuera cual fuera, eran considerados como espacios sagrados (…) por lo que estaba prohibido invadirlos” (103), esto es lo que detona el conflicto que da origen a una crónica en la que Solano entreteje la crónica del sometimiento de los militares, con la historia de Metlatónoc no desde su riqueza como pueblo indígena, sino como víctima constante de la milicia mexicana. “Los perros ladraban y los pollos cacaraqueaban, como si también sintieran ese coraje de ver invadidos sus espacios” (114), narra el autor cuando rememora la profanación de su casa a manos de los militares cuando invadieron su casa enarbolando la bandera de la guerra contra el narcotráfico, que, en palabras de Martha Elisa Nateras y Oaula Valencia, ha propiciado “numerosas violaciones en contra de la población, entre las cuales se cuentan desapariciones forzadas, asesinatos y ejecuciones, tortura, abusos sexuales, violaciones de mujeres indígenas y aprehensiones arbitrarias en varias entidades federativas, entre las que se destacan el Estado de México, Guerrero y Michoacán”.

Florentino Solano dice que “los pueblos son monstruos dormidos, descansando en sus propias costumbres y tradiciones, pero pobre de aquel que ose despertarlos” (Solano: 85) y Metlatónoc despertó por esa violación flagrante a sus costumbres y tradiciones condenadas en un concepto tan amplio como el espacio, ese espacio que “se concibe como un todo integrado, aunque no homogéneo, cuyo alcance tiene múltiples relaciones que refieren a las tradiciones y costumbres, a la cosmovisión y los rituales, a la memoria histórica y la organización social” (Velasco: 53).

Los militares invadieron el espacio sagrado delimitado para la fiesta de San Miguel Arcángel, sí, pero también habían violado constantemente el espacio que se autodenominaba Metlatónoc, ese lugar que lejos de implicar un simple límite territorial, concentra la ideología, costumbres, creencias, en fin, la identidad de sus habitantes, identidad que había sido profanada por esos hombres verdes que introdujeron la amapola para tener un pretexto para irrumpir; esos hombres verdes que, contrario a los pobladores, veían en un machete un arma equiparable a un misil y no una herramienta de trabajo; esos hombres verdes que violaban secuestraban y torturaban a Metlatónoc.

Así, La danza de las balas no es la crónica de un evento, ignorado por los medios masivos, acerca de un pueblo que se levantó en armas contra un grupo militar que les disparó; el trabajo de Solano es un grito que exige el respecto irrestricto a la autodeterminación indígena, a sus tierras, a su espacio, a su identidad, pues, como lo indica Velasco, “es innegable que el espacio es cultura. Es más que un medio homogéneo, o un área de localización geográfica o un lugar continuo e ilimitado en el que se sitúan cuerpos físicos. Es el ámbito en el que se dan las tradiciones, en el que se celebra la costumbre”. Florentino no pretende relatar la fuerza con la que se defiende el monstruo, ahora despierto, que es Metlatónoc, relata décadas de invasión militar en un poblado oculto en la sierra guerrerense olvidado por el gobierno cuando se trata de protección, pero que es constantemente asediado por el mismo gobierno, a través de su militares, gracias a una fallida guerra contra el narcotráfico.

Los soldados que irrumpieron el espacio sagrado de la fiesta de San Miguel Arcángel no eran los mismos hombres verdes que habían vejado a Metlatónoc por décadas, sin embargo “vestían igual, pertenecían y representaban lo mismo” (Solano: 113), por ello tuvieron que padecer la violencia oculta durante años.

El evento relatado en La danza de las balas no se limita a un intento de linchamiento de un grupo de soldados, es una batalla contra la milicia mexicana y el Estado que la cobija, los hombres verdes que fueron golpeados hasta el cansancio son la sinécdoque de un aparato que propició la invasión del espacio vital de Metlatónoc, pisoteando la constitución y a generaciones de familiares que aprendieron a temer y a odiar a los soldados. Como lo señala René Girard en La violencia y lo sagrado (Anagrama, Barcelona), “una sola víctima puede sustituir a todas las víctimas potenciales, a todos los hermanos enemigos que cada cual se esfuerza en expulsar, esto es, en todos los hombres sin excepción, en el interior de la comunidad”. Es necesario indicar que el concepto de víctima no coloca a los soldados de la crónica de Solano como mártires, sino como una figura que concentra el aparato militar mexicano y contra el cual se rebeló el pueblo.

En conclusión, con La danza de las balas Fernando Solano logra concentrar el grito ahogado por décadas de Metlatónoc, la tierra que lo vio nacer, que exige el respeto a su identidad a través del cese de la militarización de la comunidad. Es un grito que hace eco en todos los poblados que han sido invadidos por hombres verdes que violentan sus derechos humanos y amenazan con exterminarlos a través del monopolio de sus espacios. El propio Solano menciona que decidió escribir la crónica por “el hartazgo del pueblo de no poder vivir en paz, de no poder recuperar sus espacios geográficos que son indispensables para su convivencia con la naturaleza y con la madre tierra”.

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José Luis Gutiérrez García

Nota: 1. https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ pdf/CPEUM.pdf


 

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