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LA NADA O EL ENCUENTRO: VISIONES SOBRE EL ESPACIO Y EL LUGAR

Ramón Vera-Herrera

Jean Robert, “El lugar en la era del espacio” (en traducción de Paulino Alvarado Pizaña), en Pensar caminando. Diálogos críticos con Jean Robert (Bajo Tierra Ediciones e Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, BUAP, de próxima aparición).

Tras varios años de seguirle la pista al filósofo y arquitecto Jean Robert, mexicano por elección aunque suizo de nacimiento, que abrevó de su amistad y complicidad con Iván Illich, anoto aquí sus ideas en torno al espacio, para él un lugar de encuentro y no un vacío extenso que hay que ver con qué llenamos, como propusieron los positivistas buscando romper con las tradiciones que los antecedieron.

Haciendo eco de sus épocas en Ámsterdam, donde celebraba el advenimiento de los provos y la autogestión de bicicletas y peatones contra el imperio de la velocidad, Jean Robert se preguntaba: “¿Qué hay en la arquitectura que destruye las calles? ¿Qué hay en el espacio que destruye los lugares?”. Y entonces comienza: “El espacio es un bicho histórico. ‘Cien años después de Newton el espacio fue asumido como un a priori, mientras que cien años antes de él, nadie lo conocía’”. Citaba al físico y filósofo alemán Carl Friedrich von Weizsäcker. Jean Robert reconstruye esa historia del espacio. “Por sorprendente que pueda sonar, el espacio —en sentido estricto, una nada perfectamente homogénea— es una construcción histórica”.

Y su ensayo (entre variadas minucias de diferentes épocas donde se muestra la corporeidad misma del contacto que define los encuentros) detalla tres argumentos que desnudan la precariedad de conceptos tan centrales como “el espacio” cuando los deconstruye la historia de su concepción. Primero que nada, “comprender cómo es que la noción de espacio homogéneo llegó a ser un elemento crucial para desarrollar la gestión moderna tal como es asumida en la sociedad tecnológica”. “Cómo es que la creencia en ‘el espacio’, en tanto un a priori de todas las percepciones, ha afectado a la noción mucho más antigua del ‘lugar’. El ‘hogar’ de una persona significaba el lugar más allá del umbral donde comenzaba el ámbito de lo común. El hogar se situaba ante los ámbitos de comunidad en una relación cualitativa que se desvaneció cuando el umbral se redujo a una mera frontera que separa dos dominios del mismo ‘espacio’”. Por último: “de qué manera el espacio a priori, formal y abstracto, afectó la percepción ética y política del lugar, resultante del reconocimiento recíproco y la devoción mutua; esa atmósfera que crea la gente cuando habita junta en un espíritu de hospitalidad”.

Jean Robert cuestiona entonces la noción del espacio como envase vacío, como el adentro vacío que hay que llenar, o como el afuera vacío que hay que recorrer en la distancia como medida de la magnitud, en vez de la relación espacial como calidez del encuentro, convivencia y mutualidad. Dice Jean Robert hablando de los promotores de este espacio vacío:

Han aprendido a pensar el espacio como el último confinamiento. Para ellos, la existencia es una mera rutina en espacios planeados y la libertad es una expansión ilimitada de esas esferas. En 2001, cuando un freak de las computadoras dice “espacio”, bien puede referirse al contenedor multicapas de hipertexto en la nada electrónica, pero para la mayoría de los comuneros alfabetizados, el espacio aún significa “espacio de trasfondo”,1 el trasfondo universal de todas las existencias particulares, separado de éstas y —sin embargo— presente en ellas y tras todas ellas, en cierto sentido como la página blanca tras las letras. Lo que ellos llaman “espacio” se ha integrado tanto en la maquinaria mental que configura sus percepciones, que por tanto ya no tienen la distancia necesaria para cuestionarlo.

Para Jean Robert, “creer que el espacio es la caja natural que contiene todo lo que existe puede invitarnos a una nueva libertad o fortalecer una nueva tiranía”. Por eso, cuando comprendemos la fuerza mutua del lugar como punto de encuentro, como punto de detonación del sentido, de la corporeidad que le da peso al contacto, la idea del espacio/lugar se fortalece con la idea del tiempo/lugar como otro locus de encuentro en la sincronía y los paralelismos de una memoria/imaginación omnipresente. Entonces, de encuentro en encuentro como humanos podemos impulsar nuestra transformación mientras sea mutua.

Ramón Vera-Herrera

 

Nota del texto de Jean Robert:

1. Miriam Schild-Bunim, Space in Medieval Painting and the Forerunners of Perspective, Nueva York, 1940. El espacio moderno de trasfondo —la maquinaria mental detrás de cada escena pintada— estaba ausente en las pinturas antiguas y medievales. Incluso los pintores de Pompeya, quienes conocían varias técnicas sofisticadas para evocar profundidad y lejanía, lo ignoraban. Estas técnicas, por tanto, no son antecedentes de la perspectiva. Decir “ausente” e “ignoraban” no debería sugerir que los pintores premodernos no sabían algo que fue descubierto después. Más bien se adherían a su mundo de una forma radicalmente diferente a como hacen las personas modernas. Ante esto, Paul Veyne, dentro de su artículo “The Roman Empire,” en Philippe Ariès y Georges Duby, History of Private Life, vol. 1, afirma que ningún ser humano podía atisbar el trasfondo desnudo de las escenas que estaba habitando, pues no había ningún trasfondo. Salomon Bochner, en su texto “Space” del Dictionary of the History of Ideas, Nueva York: Charles Scribener’s Sons, 1973, v.5, pp. 294-306, analiza múltiples palabras antiguas para “lugar”, “lugar divinamente protegido”, “apertura”, “terreno despejado”, “vacío”, “libertad de movimiento”, “ausencia de límites y, por tanto, de forma” y concluye que las lenguas premodernas clásicas tienen una abundancia de términos para designar la “lugareidad”, así como “el salir de un lugar”, pero ninguna para lo que llamamos “espacio”.

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