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NOSTALGIA DEL QUE MIGRÓ

LAMBERTO ROQUE HERNÁNDEZ

Esto llegó de sopetón porque como a cualquier ser terrenal me llegó la nostalgia en estos tiempos de frío. A manera de mitigación, me acordé de los tiempos cuando, lejos de aquí, nos reuníamos en la casa de la abuela Carmen. Con el abuelo Malaquías. La Noche Buena. Back in the day, mis abuelos eran el tronco fuerte de un árbol con un ramaje frondoso. Robusto. Éramos un chingo. Las tías. Las nueras. Las medias hermanas. El tío Checo. Los otros tíos. Los yernos del abuelo, a la orden. Mi madre siempre a su lado. Los amigos no faltaban. Y los enemigos sabían que eran días de guardar.

Todos juntos en esos tiempos, esperando a que llegara la media noche y comer barbacoa de chivo. Los niños quemar cuetes y romper las piñatas. Los adultos tomar de más mezcal, y así. Un poco más tarde, mi abuelo llamaba a los más grandecitos a su lado. Les enseñaba a agarrar la Luger y dispararles a las botellas vacías.

Esa noche era una de las más felices de mi infancia. Porque era inocente. Ingenuo. Estaba lleno de fantasías y sueños. No había regalos, ni la creencia en Santoclós. Quien rifaba era el Niño Dios. Sus padres, los ángeles, los animales del pesebre, todos hechos de yeso. En ellos descargaba mi imaginación. Pensaba en lo especial que eran. Me fascinaban sus vestimentas. Sus facciones finas y sus ojos azules. El Niño Dios era exageradamente bello.

Eran días mágicos. Noches de ilusiones. Memorias que se quedaron empotradas en mí para llevármelas un día y así reinventarme lejos de toda esa algarabía, hoy fallecida.

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Lamberto Roque Hernández, escritor, educador y artista plástico originario de San Martín Ticajete, Oaxaca. Desde hace muchos años reside en Oakland, California.

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