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IXCATEOPAN LOS RESTOS DEL JOVEN ABUELO

GERARDO L. CENICEROS

En marzo de este año se verifican de acuerdo con el actual y moderno calendario gregoriano los días 4 y 9 como las fechas exactas de los aniversarios de nacimiento y muerte del último rey o tlatoani de los antiguos mexicanos: Cuauhtémoc. Acontecidas ambas un 23 y 28 de febrero respectivamente de 1499 y 1525, la diferencia de una decena de días se debe a la reforma que en 1580 el Vaticano impulsó para actualizar el hasta entonces vigente y obsoleto calendario juliano. De ahí también la razón que explica el porqué en México, sin los cambios correspondientes, se recuerdan las dos efemérides durante el segundo mes del año. El tema cobra actualidad en relación con la autenticidad de los restos del Joven Abuelo mexica, habiéndose cumplido el pasado enero 34 años del fallecimiento de la maestra Eulalia Guzmán, principal protagonista del hallazgo y autora de la primera investigación no oficial y quien a su vez fuera relegada a un segundo plano de la academia oficial, en lo que ella haría con el tiempo la causa de su vida.

En 1985, cuando ya el mundo de la investigación y la cultura se había olvidado de los restos del tlatoani mexica, una comisión civil e independiente revisó de nueva cuenta la documentación publicada hasta ese momento en relación con la tradición de Ixcateopan que llevó en 1949 al descubrimiento de la fosa mortuoria bajo el altar de la Iglesia de Santa María. El joven rey había sido enterrado por el padre Motolinía bajo el altar mayor del templo de acuerdo con la tradición y el Estatuto Vaticano que establece dicho honor sólo para reyes y pontífices.

De ese trabajo, basado también en los análisis previos publicados a inicios de los años 50,1 se dio a conocer un dictamen —publicado2 en diciembre de 1985— como un recuerdo a la maestra Eulalia Guzmán, cuya tenacidad y escritos lograron poner de cabeza los criterios oficiales de entonces en relación con el tema que aún desde la última Comisión Oficial de 1976 no habían considerado reconocer gracias a su exceso de cientificismo y desvinculación de pruebas: la autenticidad de los restos del Joven Abuelo.

Reconocido como “Rey y Señor” en la placa de bronce que grabó el padre Motolinía en 1529, se le conoció así al Joven Abuelo, ya que para entonces se equiparaba el título de rey con el concepto Tlatoani al encontrarse la similitud en su papel de gobernante, aunque el sistema monárquico y de descendencia tuviera diferencias con las modalidades respecto a los sistemas vigentes en Europa en la cuestión dinástica. Así había sucedido de igual forma previo a su sacrificio en el sureste mexicano con su antecesor Moctezuma II Xocoyotzin, cuya muerte siendo prisionero en 1520 desató las batallas decisivas en defensa de la capital tenochca. Un año más tarde los ejércitos tlaxcaltecas, bajo el mando político y militar de su vanguardia castellana, lograron una azarosa victoria por desgaste del adversario que acabó con los diezmados defensores de Tenochtitlan, más por hambre y por falta de agua sana que por igualdad en condiciones militares y de batalla.

Hoy como cada año se remembró con danzas y ceremonias en Ixcateopan, el pueblo natal del joven tlatoani, casi simultáneamente los dos aniversarios: el de su nacimiento el 23 de febrero2 y el de su muerte acaecido un martes de Carnaval el 28 de febrero de 1525. Respecto de su nacimiento hay versiones que lo sitúan entre 1499 y 1501, lo que no le resta el valor histórico que llevó al poeta López Velarde a llamarle el “único héroe a la altura del arte” y recibir el título perenne de Joven Abuelo.

El parteaguas de Ixcateopan había nacido un día de marzo de 1975 con el decreto que lo reconoció como zona arqueológica y pueblo de tradición, pero que un año más tarde sufrió un impasse con la aparente imposibilidad teórica y discursiva de la Comisión Bonfil en 1976 de arribar a un reconocimiento de la autenticidad de los restos del rey mexica (tlatoani o gobernante), al separar la conexión trilateral entre la tradición oral de los ancianos, la documental en los viejos escritos guardados por el doctor Salvador Rodríguez Juárez y la física relativa al hallazgo de los restos —y de la que Eulalia Guzmán formó parte central al dirigir los trabajos de excavación.

En el dictamen de la comisión civil se resalta, entre la mención de las investigaciones apegadas a la tradición y los análisis físico-químicos de los restos, el hecho inusitado de que después de 1976 desapareció del conjunto de fragmentos óseos el hueso conocido en la anatomía como atlas: pieza clave para determinar en medicina forense el sexo de un individuo o de una osamenta. Es de advertirse que, tras su manipulación, el atlas se haya extraviado accidental o intencionalmente, lo que de cualquier forma pudo dificultar que otros estudios en el plano de la antropología física arrojaran una prueba de sustento contra la Comisión de 1976, que concluyó con la idea de que se trataba de un esqueleto femenino.

La posibilidad de revivir la polémica y dirigir la discusión hacia el tema central de la autenticidad de los hallazgos desde una óptica civil e independiente fue animada por la maestra Eulalia antes de su partida en enero de 1985 al Omeyocan (“paraíso azteca”) y la apuntaló en el camino su discípula Dolores Roldan y Anselmo Marino, quien participó junto a ella en los trabajos de la excavación y examen de los restos. En paralelo, también ayudaron a revivir el caso don Salvador Rodríguez y su hijo Jairo Akatzin, herederos de los documentos de la tradición de Ixcateopan, así como don Mateo Zapata, admirador de la figura del Joven Abuelo e hijo del prócer Emiliano Zapata.

No fue sino hasta 1992, con el recuerdo de los 500 años del arribo de Colón a tierras americanas, que la cuestión indígena y la historia cultural de los antiguos pueblos de Anahuac, del Mayab y de todo México empezó a cobrar un nuevo valor social y político, acentuado aún más por la irrupción dos años después de los pueblos zapatistas nacida en la Selva Lacandona. Y todo ello como el entorno de una causa ligada al rescate o resurgimiento de los antiguos valores culturales de los pueblos autóctonos y originarios de América. A un año de cumplirse 500 del sacrificio del gran Tlatoani en el sureste mexicano, el rescate ulterior hasta nuestros días de la ciencia y la cultura, de su filosofía, de su arte, de sus valores espirituales y de las lenguas maternas del antiguo Anáhuac, así como del México autóctono, tendrá que ver con una posible reconciliación del pasado histórico. Eso que une a México como nación, pero tiene frente al mundo la entrada por las imponentes puertas del ahora famoso ex templo de Santa María de la Asunción, espera pacientemente que la proclama profética dictada por aquel que fray Toribio de Benavente bautizó como Rey y Señor se haga realidad en un tiempo sin tiempo, según las palabras del decreto anahuaca del 12 de agosto de 1521: “que sus hijos no olviden decir a sus nietos lo que un día volverá a ser Anahuac: el país del nuevo Sol”3.

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Gerardo L. Ceniceros es investigador en culturas autóctonas y ciencias de la salud de la Universidad Abierta de México.

Notas: 1. La supervivencia de Cuauhtémoc, Editorial Criminalia, 1951.

2. El Nacional, 11 de diciembre de 1985, Instituto de Ciencia y Cultura de Anahuac. Las fechas anteriores a la reforma gregoriana de 1580 se deben recorrer 10 días para coincidir con el ciclo anual completo de cada conmemoración. El 23 de febrero de 1499 corresponde al 4 de marzo del presente año una vez recorrido en la cuenta actual el periodo suprimido del calendario.

3. Códice Xaxahuanco: Consigna de Anahuac, 1521. Ref. Benigno Rodríguez Palacios, Calpulli Editorial, México, 1a edición en cartel, 1984.

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