LOS INCIDENTES MELÓDICOS DE PATRICIA SORIANO
El tzotz escucha sin perder detalle el relato del abuelo en Chencoj, y va y les cuenta palabra por palabra a Juanito y don Leopoldo, afanado el murciélago en decir la mentira verdadera tal como la oyó.
Quedan Juanito y don Leopoldo un tanto asombrados al escuchar del viaje que emprende por su lado la señora Caracol, esa viuda deseada y tan mareada en las alturas. Lo bueno es que le sale lo lista en un tono rumorosamente amarillo cuando las bestias, todas a una, cortejan la mortaja y los huesos del difunto por crédulo señor Ardilla, su marido.
En la lógica chocarrera del buey sobre el tejado de Darius Milhaud, Juanito y don Leopoldo sacan filo a sus machetes teóricos para contar esta pantomima de animales gente, zopiloteados por el engaño del carroñero mayor, mismo que se bailó a la señora Caracol.
Bebemos el licor amargo de la trabajosa pena de la joven Caracol, pequeña pero señora, babosa, viuda para más señas, de bella voz y desnuda como una perla.
Les acude al par compinche un siglo posterior y les sacude la mirada, o sea el machete afilado de Patricia, que como don Leopoldo traza y graba la desgracia de la señora Caracol durante el desfile o clímax de tan distinguidos animales convocados y reunidos bien lejos, en la capital ciudad de las bestias.
Allí se aprende a ser lo uno y la otra o ambas cosas a la vez en lo que llamamos metamorfosis, para elevar la trama de los mundos y los cantos mayas de cuando Campeche no existía, sólo ciénagas y selvas inhumanas.
Cómo olvidar que el armadillo auxilió a la pobre en labrar sitio bajo tierra para los huesos del señor Ardilla, que en paz descanse, antes del viaje de su viuda bajo el ala izquierda del astuto zopilote Chacpol. Eso eleva el valor del cuento y el chisme se pone bueno. El tzotz se frota las alas, satisfecho.
La población de las “cosas de madera” en U-cajbaal-ché, Animaletania en la lengua de Castilla, animales incluidos, recibe con bochinche y banda al zopilote que los apantalla con su porte negro, su vuelo majestuoso, la labia torcida de su pico y las trampas que guarda bajo la manga. Los encandila con la voz usurpada de doña Caracol pero la embriaguez lo delata. El pajarraco pagará caro si se le comprueba el delito, asunto al que todos ponen atención, solidarios con doña Caracol revolcada y pisoteada por el propio animalerío engañado que no la vio al caer durante la descuidada actuación del zopilote ya bien cuete.
La fantasiosa reconstrucción de los de por sí delirantes Incidentes melódicos del mundo irracional a cuatro manos, que ahora suman seis en el triple concierto de Juanito (De la Cabada para más señas), con Patricia (Soriano para más señas) pisándole los callos al gran Leopoldo (Méndez, si es que entiendes).
Lustre adquirió la jeta del alcalde Cocodrilo a la hora de impartir justicia en esta historia bien pasmosa que deja a los tres, Juanito, don Leopoldo y doña Patricia, con un palmo de arte vivo en intrincados pantanales por ahí del Golfo. Ellos y ella son primorosos e inspirados artífices de la vida misma, como el mundo racional sí sabe. O debiera.