¿QUIÉNES SOMOS? / ¿AJKIA TOJUANTIJ? / 324
El mar.
Yo soy poeta porque me gustan las cosas bellas de la naturaleza y la humanidad, porque a aquel que ama la belleza, lo reconozco como poeta. Y soy poeta porque me gustan las cosas hermosamente hechas, aunque yo soy imperfecto. Mi nombre de pila, Juan Hernández Ramírez, y mi cuerpo nacen en el pueblo de Colatlán, Ixhuatlán de Madero, Veracruz. Soy un hombre que viene del sufrimiento que da el hambre y la miseria y por aras del destino o quizá por voluntad propia he escapado del anonimato y de la desesperanza, reconociéndome a mí mismo como un individuo del pueblo originario náhuatl. Pero yo nunca me he creído ser un poeta; he escrito algunos versos en mi lengua originaria náhuatl y castellano, y quizá sean buenos, quizá sean malos. Si eso me hace poeta, entonces soy un poeta, pero un poeta de la marginación, porque los pueblos originarios siguen estando en esta situación de marginalidad. Además, porque toda escritura literaria de cualquier pueblo originario, los detractores la llaman literatura indígena, para seguir poniendo a los indígenas letras escarlatas y seguir estigmatizándonos, sabiendo que no hay una poética universal, la poesía es universal. Sólo hay buenos y malos poetas, pero eso de bueno y malo es responsabilidad del poeta, debe buscar y encontrar la esencia de la buena escritura, buscando el privilegio de una voz propia, entonando con su canto todas las voces.
Antes de escribir algunas líneas literarias, fui maestro de Educación Indígena por 41 años: después de ser castellanizador por tres años, comprendí que estaba matando mi cultura, y en la década de los 80 emprendí un proyecto cosmogónico de las culturas originarias de la huasteca veracruzana, donde viven nuestros hermanos tének de Tantoyuca, Tepehua de Tlachichilco e Ixhuatlán de Madero, ñhañhú, tutunakú y náhuatl, porque era yo jefe de sector de Educación Indígena y a mi cargo tenía 13 zonas escolares y fue mi idea iniciar una educación integral desde el entorno del educando. La idea principal fue aprovechar las lenguas originarias, porque cada lengua es depositaria de todo el universo de cada cultura, la que fuese. Con esa idea capacitamos a los docentes para extraer de las lenguas todos los conocimientos: iniciábamos con los niños a escribir mitos, leyendas, cuentos, cantos, refranes; rescatamos instrumentos que se estaban olvidando y con ello la música ritual de los pueblos, que conllevó a la revaloración de una inmensa riqueza de danza que hoy es una carta de presentación de estos pueblos para las actividades artísticas y también políticas. Se revaloró la alimentación con productos orgánicos de tierra local, que ahora está llena de agroquímicos. En todas las escuelas se practicó el deporte, la danza, el canto bilingüe, floreció la indumentaria en cada uno de los rituales que se practicaron; pero no duró el gusto. Un sector del magisterio sindicalista empezó a argumentar que estábamos regresando a la época de las pirámides, las flechas y los taparrabos y el 1º de mayo de 1990 fui encerrado en mi oficina con mi esposa por 56 días sin que pudiéramos alimentarnos bien. Me acusaron de todo lo que quisieron y hasta me fabricaron abusos contra las mujeres, pero afortunadamente he sido congruente con mis principios. Con ese acto, se desbarató todo mi proyecto, ahora Educación Indígena es sólo un proyecto educativo de lujo abandonado. Esta actitud de incomprensión, intolerancia, desconocimiento y la pérdida de una mujer que amé más allá de todas las cosas me llenó de tristeza y por ello me trasladé a la ciudad de Xalapa; ahí me tuvieron sentado en una silla sin hacer nada. Lo que sí entiendo es que soy un espíritu rebelde y que he ido aprendiendo de la vida. Decidí en ese momento empezar a escribir, no para ser famoso, sino para dejar a un lado el dolor y de ahí surgió Eternidad de las hojas, escrito en español.
Quiero comentar que yo no tuve la fortuna de poseer un solo libro en casa, no había un ambiente lector en mi hogar, había un ambiente de trabajo: machetes, huíngaros y hambre. Grandes escritores han tenido grandes bibliotecas, como mi paisano Sergio Pitol, o han ido a estudiar al extranjero, como nuestro argentino Jorge Luis Borges; nosotros los originarios de México tenemos que hacernos a la fuerza de la observación de nuestra naturaleza y desde luego aprovechar todas las lecturas que vengan a nuestros ojos y a nuestras manos. En mi niñez, yo no tenía nada que leer, hasta que en la escuela me cayó el libro Sobre las nubes de América de Valentín Zamora Orozco y de ahí también quise conocer el mundo. Empecé leyendo poesía de José Santos Chocano, Rubén Darío, éstos son un poco de los antecedentes, y ya, aquí en la soledad de la ciudad, quise demostrarme que yo no estaba equivocado en la propuesta educativa que inicié en Chicontepec y quise registrar la lengua de mis padres, ¿y cómo hacerlo? Pues dije, escribiendo poesía, y así inicié: yo no quiero que mi lengua originaria se pierda porque ella es una prueba material que nosotros estuvimos, estamos y estaremos aún en esta nuestra tierra.
Para mí, nunca ha sido fácil escribir, inicié mi escritura leyendo al padre Garibay y León Portilla, y así fui a dar con mi abuelo, el poeta de Texcoco, Nezahualcóyotl, y de él me colgué un poco, leí también a Rilke, Arthur Rimbaud, Eliot, Edgar Allan Poe y otros más, pero creo que ya no aprendí nada. Pero muchos de ustedes que tienen la suerte de vivir en la ciudad o son jóvenes que viven este tiempo tienen toda la tecnología en sus manos además de todas las librerías, y si les gusta escribir, pues escriban. Tenemos un ejemplo inigualable, un excelso narrador, Juan Rulfo, para los que quieren tomar su ejemplo y quieren escribir narrativa, hay que leerlo, leer a Kafka, a Nathaniel Hawthorne, García Márquez, etcétera. Y si queremos escribir poesía, hay que leer a Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, Sylvia Plath.
Cierto, han surgido muchos escritores de lenguas mexicanas, pero se imaginan que al ser un personaje de pueblo originario, ya se tiene el triunfo como escritor en las manos, y no: nuestra escritura debe tener sentimiento, arraigo, imagen, el sonoro ritmo de las montañas, llanuras y azules mares de nuestra tierra, hasta alcanzar nuestras letras la universalidad, con un rostro y una voz personal.
Me despido agradeciendo esta distinción que creo todavía no merecer, el que mi nombre sea pronunciado dentro de las paredes de este recinto sagrado de todas las bellas artes. Agradezco a Rosario Patricio, presidenta de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, que con su oficio de gestora ha hecho posible este acto en el que el espíritu de los pueblos originarios se hace presente.
Agradezco la presencia de mis dioses en este acto, por el apoyo que recibo de mi familia: Paula, mi compañera de la vida, mis hijos Citlalxochitl, Tlacaelel, Ometeotl, su esposa y sus hijas Xokoyotsin, Yhodansy, aquí presentes, y también a mis amigos que son mi familia, Adal, Lalo, muchas gracias. Agradezco la presencia de todos ustedes y con mucho cariño felicito a Elvira de Imelda por su homenaje. Muchas gracias.
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Juan Hernández Ramírez, uno de los poetas mayores en lengua náhuatl, nació en 1951 en Coatlán, Ixhuatán de Madero, Veracruz. Promotor de las culturas y lenguas originarias de la Huasteca, náhuatl, otomí, tepehua y totonaka. Ha publicado varios libros de poesía. Totomej intlajot / Ombligo de la tierra, el más reciente, se encuentra en prensa en la Universidad Veracruzana.
Este discurso fue leído durante el homenaje a Juan Hernández y Elvira de Imelda Gómez, escritores en lenguas náhuatl/ español y zoque/español, respectivamente, el martes 19 de marzo de 2024 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México.