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AMOR Y ODIO EN EL BOSQUE ADIVASI DE LA INDIA

SAMAR BOSU MULLICK

SELECCIÓN, COMENTARIOS Y TRADUCCIÓN DEL INGLÉS: RAMÓN VERA-HERRERA

Samar (Sanjay) Bosu Mullick nos confiesa en la introducción a Sylvan Tales que él no era un escritor, que narraba historias de viva voz pero no había escrito nunca. Y cuenta: “La idea se apoderó de mi imaginación creativa y comencé a escribir historias de mi vida en forma de ficción. Lo que no me percaté entonces es que escribir historias así era un asunto doloroso”. Porque lo profundo aflora en los sueños, y “no todos los sueños son dulces. Evocar el pasado, revivir memorias siempre está atado a un pathos, a un manojo de emociones. Cada una de las historias que escribí al final me entristecieron el corazón. Aun así seguí escribiendo con un propósito. Escribo relatos para retratar la vida y las luchas de los adivasis de Jharkhand a través de los ojos de un activista”.

Como todos los pueblos relacionados con la tierra y confrontados con los sistemas modernos, los adivasis están desgarrados entre dos polos: el mundo en su relación con la tierra, siempre colectiva, comunitaria, donde ella los aloja y los resguarda, como las comunidades a ella, y el mundo moderno “con su agenda del desarrollo” que alimenta “la ambición individual que los lleva a una existencia social fracturada”.

Samar o Sanjay, implicado desde 1968 en las luchas adivasis en pos de la identidad, la autonomía y los derechos a los recursos, declara: “En medio de estas fuerzas conflictivas yace la lucha por la justicia de una mayoría que sufre a causa del mundo prístino. Los valores ancestrales de las tradiciones neolíticas y paleolíticas aún luchan por sobrevivir en un mundo de fría civilización metálica. La simbiosis humana con la naturaleza no tiene lugar en el progreso de tal modo de vida. Aun así la vida rueda sobre los escombros de los sueños rotos que cargan la cauda de contradicciones acumulativas. En la literatura mainstream se les ignora en gran medida. Sus esperanzas y aspiraciones, sus angustias y agonías no son comunicadas a la sociedad en general. En la literatura de la India en inglés no las encuentro para nada. La literatura contemporánea también ignora a quienes escuchan y responden al grito del bosque y se encuentran solos y aislados, condenados y reprimidos, o peor encarcelados o asesinados por estar contra el desarrollo. Estas historias están incrustadas en hechos que yo me he topado durante los últimos 45 años en que he convivido con los personajes de mis relatos. Mis experiencias me hacen dar cuenta que la realidad es más dramática que la ficción”.

Bosu Mullick ha sido profesor en el Instituto Xaveriano de Servicio Social, en Ranchi. Sylvan Tales: Stories from the Munda Country (Cuentos silvanos: historias del país Munda) es su primer intento en la escritura de relatos de ficción. Aquí ofrecemos algunos fragmentos hilvanados de uno de los catorce cuentos incluidos en esta colección, como muestra de la fuerza y la emotividad de su elocuencia.

 

“EL AMOR Y EL ODIO DE MOTI”

Moti finalmente había accedido a narrar su historia. La luz tenue de su lámpara de keroseno era demasiado débil para disipar la oscuridad sobrecogedora que lo envolvía. Estaba sentado del otro lado de la pesada puerta de hierro de mi celda. La campana de la prisión había sonado diez veces hace un rato. Para mis compañeros de prisión era noche cerrada. La historia de Moti llegaba a la penúltima etapa...

Moti Hansda servía una condena de por vida y yo era un prisionero a prueba, por alguna circunstancia especial. A los sentenciados a cadena perpetua los involucraban como guardias nocturnos, además de hacerles realizar algunas tareas en el día, en los sitios con estricta vigilancia, como las 32 celdas donde nos tenían alojados a mí y a muchos de mis camaradas. Yo no entendía por qué Moti tenía un cierto rincón afable conmigo. Noche tras noche venía a sentarse frente a mi celda después de hacer la ronda de revisar los candados de cada una de las puertas de las celdas. Yo le pedí que me enseñara el santali, su lengua madre. Muy amorosamente él aceptó y nuestra amistad comenzó a crecer a través del aprendizaje y de las palabras frecuentes que la boca, la nariz y la glotis podían configurar. Luego, sigilosamente se fue a lo profundo y alcanzó el ámbito de los sentimientos. Yo quería escuchar la historia de su vida en su lengua materna. Tras una breve vacilación inicial accedió y comenzó su relato.

“Era yo el bhatua del terrateniente, el sirviente de tiempo completo, a quien se le pagaba únicamente con arroz cocido tres veces al día. Me escogió muy pronto en mi juventud, pues mi familia estaba cargada de deudas que nunca podría pagar, pues los intereses se seguían multiplicando a perpetuidad.

“La esposa del terrateniente, a quien todo mundo llamaba Baurani, solía pedirme que le masajeara las piernas por las noches, antes de la cena, mientras su marido se entretenía en el exterior de la casa jugando cartas con amigos. Conforme pasó el tiempo y fui creciendo, hablando honestamente me volví adicto a este trabajo. Sus piernas extremadamente bellas y bien torneadas me provocaban que el corazón se me saltara cada vez que la tocaba y la sobaba.

[...] “Para el momento en que me hice adulto ya amaba yo a Baurani, la señora de la casa. Ella me hacía favores especiales; me compartía buena comida, me compraba ropa nueva. En secreto me daba algo de dinero para tener dulces en el Tsu Mela, la fiesta de la diosa Tusu, o durante el festival Durga Puja. Yo me fascinaba de recibir su benevolencia. Aunque era más grande que yo se volvió muy amistosa conmigo.

“Y no me di cuenta cuándo fue que el arduo trabajo en el campo y la suficiente comida en la casa del patrón le dieron a mi cuerpo oscuro y rocoso fortaleza y hombría. Pero Baurani sí lo notó. Me di cuenta que a veces miraba intensamente mi cuerpo casi desnudo.

“Luego una noche ella me llamó a su recámara y me pidió que viera qué hacía Babu en el exterior, pues a las mujeres no se les permitía ir al exterior, así que ella dependía de mí. La obedecí y para mi horror, lo encontré copulando con Bahamuni, mi cuñada. Fue terrible mi pena. A la luz de los candeleros pude ver el rostro de ella por entre la rendija de la persiana veneciana de madera. Sus ojos estaban cerrados, su ceño estaba contraído de dolor y su semblante se teñía de palidez”.

[...] Moti retuvo su recuento por un momento. Pude ver la nube de lágrimas que se juntó en sus ojos. “Ella apretaba la sábana blanca con sus puños. Sus pulseras de laca roja se veían absurdas sobre sus muñecas oscuras. El espíritu de su vagina estaba siendo vapuleado”.

Moti pausó para limpiarse las lágrimas. Me sorprendí al escuchar su relato. Me llevó un rato entender lo poético de su mente tribal por haber crecido en la naturaleza, en simbiosis con ella.

“Cuando regresé no sabía qué decirle a Baurani, y me quedé parado frente a ella en silencio”.

“‘Qué pasó. ¿Viste lo que hacía allá en la casa del patio?, quiero saber’. Mi silencio la hizo sospechar. Babu está ensuciando a Bahamuni, dije con esfuerzo. Me pidió que saliera de la habitación y cerró la puerta por dentro. Era una mujer arrasada”.

***

El relato se hunde en la relación íntima que su ama comienza a tener con él; profundiza en el sentido sagrado que las vulvas tienen para el pueblo santali y cómo cada una tiene un espíritu que “no puedes vencer, no puedes atrapar, sólo puedes persuadirlo para que sea amigable y propicio para la creación”, y cómo todo eso es destruido y sometido al horror y a la catástrofe si se cometió una violación, o cuando no se cumplen los rituales sagrados para establecer relaciones eróticas entre los seres.

***

“Unos días después me dio una moneda de una rupia y me pidió comprarle una pulsera de laca roja. ‘No se la enseñes a nadie. Envuélvela en un paquete y dámela en secreto. ¿Entiendes?’, me murmuró al oído. La obedecí y esa misma tarde Babu se fue a Kolkata a atender algunos negocios.

“La misma noche, después de que todos se retiraron a sus cuartos, me llamó a su habitación. A la tenue luz de la lámpara de gasolina se veía como una bella dan, una hechicera. Sus ojos en forma de loto me sonreían; me tocó la mano y dijo: ‘Moti, ven, siéntate en la cama’. Desenvolvió entonces la pulsera de laca que le había yo comprado y me pidió que se la pusiera en la muñeca izquierda. Seguí sus órdenes. Me miró en silencio. Noté que sus labios eran rojos por la hoja del betel, una hoja estimulante, que acababa de masticar. Luego se comenzó a desvestir. Mi corazón palpitaba y mi cabeza daba vueltas. Se miraba como una figura de Durga antes de que el alfarero le ponga el vestido al cuerpo desnudo. Contra el telón de fondo de su cabello negro suelto, sus hermosos pechos aparecieron como botones crecidos de loto blanco en las aguas oscuras del lago. Me acercó a ella. En casa los sirvientes nos manteníamos casi desnudos, sólo con los dhotis cortos, [esa prenda rectangular de algodón]. Yo no era la excepción. Me apretó contra ella y me murmuró dulcemente: ‘tú eres mi segundo marido’”.

Y sigue Moti: “Con su varita mágica ella me volvió un corderito de día y un potranco por la noche. Me llamaba a su recámara por las tardes cuando Babu, señor de la casa y terrateniente de los poblados circundantes, pasaba la noche con otras mujeres o en las casas del patio. ‘El cerdo ha ido a revolcarse en el lodo, ven Moti, ámame tú’. La noche fatídica me dijo con voz ahogada que me sentara a los pies de la cama. Era una noche de verano. El viento se había aquietado, las ramas de los árboles en el jardín quedaron inmóviles y se podía escuchar el rasguido de los grillos en el matorral. Todo mundo se había ido a la cama. La casa estaba inmersa en oscuridad”.

***

En el relato de Moti, queda claro que si bien la violación de Bahamuni en la brutalidad de Babu, el amo, era un extremo del horror, aun el silencioso erotismo entre Moti y Barauni era también una transgresión que ella pudo salvar usando su pulsera roja, pero Moti no pudo cumplir como era debido.

***

“El tiempo se movió con paso muy lento. Hacía el amor mecánicamente porque mi mente estaba ocupada en otra parte. Entonces escuchamos el grito, el grito de un hombre que moría. Un par de zorros aullaron a la distancia. Barauni se dejó de mover. ‘Moti, ¿escuchas ese grito? ¿No te suena a la voz de Babu? Ve, ve a ver lo que está ocurriendo’. Se apartó de mí y se puso sus ropas. Me vestí y abrí la puerta. Podía ver la luz de algunas linternas que iban hacia la casa del patio. ‘¡Maaaaa... Babu ha sido asesinado’, era el grito áspero de Kamini que penetraba el silencio de la noche.

“Alguien había roto la puerta y ahora todos entraban. Fuimos los últimos en entrar al salón. Bahamuni seguía luchando por librarse del cuerpo enorme del hombre que tenía encima. Ese hombre sangraba profusamente de la nuca, con su cuello herido de gravedad. Era una escena horripilante. La cara de Bahamuni estaba embarrada de sangre. Su cuerpo desnudo temblaba todavía del horror. Quizá el hombre seguía adentro de ella. Bajo la luz de varias lámparas de keroseno ella tenía un aspecto lamentable”.

Moti se detuvo. Estaba inmerso en la profundidad de su remembranza, un recuerdo doloroso, que se revelaba en parte y en otro retazo quedaba sin articular, pero era traído de vuelta a la vida por la mente consciente. “El Babu seguía vivo”. Moti encontró tirada en el suelo el hacha tangi que su hermano había utilizado para golpear al Babu con su afilada hoja de acero. Y tan pronto como Bahumani se liberó de los apretones del cuerpo moribundo de Babu, Moti le cortó la cabeza a éste de un solo tajo. Todo mundo chilló de horror. El espíritu de la vulva había cobrado su deuda.

La historia de Moti comenzó con una mezcla de amor y odio, deseo y desprecio. Pero para mi turbación terminaba en un callejón oscuro en la venganza que cumplía con la retribución prehistórica. La noche estaba por morir. Moti permaneció en silencio por un rato. A la débil luz de la linterna de keroseno pude ver su rostro adusto. Y le pregunté con gentileza: “Moti, ¿te arrepientes de lo que hiciste?”. Moti me volteó a ver y preguntó a su vez: “¿Lo que hice?”.

“Amaste a una mujer y mataste a su marido”, le dije con la calma más extrema.

Moti sonrió. ¿Era sarcasmo o autocompasión su sonrisa? No lo sé en definitiva.

El día se fue asomando por el corredor de las 32 celdas. Moti se irguió, tomó su linterna y caminó hacia la puerta de salida con el paso de un triunfador. Lo seguí con la mirada, pleno de asombro, mientras se mantuvo bajo mi vista.

***

Así la historia del horror y el atropello del Babu, y de la maravilla del erotismo verdadero entre Barauni y Moti, resuenan las entrañas de la tierra desde tantos siglos, en tantos casos semejantes de sometimiento o rebeldía. Al igual que en este episodio, los otros relatos transitan entre lo sagrado y las vicisitudes de la modernidad. Los casos mostrados alcanzan a remontar su sentido a las relaciones ancestrales, a partir de las opiniones y actitudes de los protagonistas. Y es así porque los sucesos narrados no se entienden solamente con las explicaciones habituales de la sociología, la etnografía o la ficción convencional.

Estos cuentos del bosque no se incluyen fácilmente en las películas bollywood y no reflejan solamente el mundo del hinduismo o el islamismo dominantes en el mundo de la India. Los adivasis son el equivalente a los pueblos originarios, muchos de ellos tribales, que existen en India. El término adivasi fue un término acuñado en los años treinta para nombrar a los pueblos originarios, confiriendo identidad a los pueblos despreciados y marginados por el establishment religioso de la India, Pakistán, Nepal y Bangladesh. Son 104 millones en India y unos 2 millones en Bangladesh, según nos informa Wikipedia.

Samar Bosu Mullick:

Sylvan Tales: Stories from the Munda country

(adivaani-One of Us, Kolkata, India, 2015).

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