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“UNA GOTA DE SUDOR POR UNA DE LLUVIA”

JAIME EUTIMIO HERNÁNDEZ, ARNULFO TECRUCEÑO VALLE Y ELÍ GARCÍA PADILLA

PETICIÓN DE LLUVIAS EN LA MONTAÑA BAJA DE GUERRERO

Primero de mayo, San Juan Bautista Acatlán, Guerrero. Como cada año se celebra en la región de La Montaña de Guerrero el ritual de petición de lluvias. Es el inicio del ciclo agrícola mesoamericano, conocido localmente como Atsatsilistli en lengua nahua. La comunidad de San Juan Bautista Acatlán, que pertenece al municipio de Chilapa de Álvarez, se prepara desde el 25 de abril anunciando la fiesta ritual más importante y quizá más espectacular de toda Mesoamérica, la cual culmina el día 4 de mayo con el Colozapan, no sin antes subir al cerro sagrado (Cruzco) el día 2 de mayo para la fiesta de las cruces, para la pelea u ofrenda de los tigres o tecuanes. El día 3 de mayo también hay peleas de los hombres jaguar en el cerro conocido como Komulian. Son varios los grupos que conforman a esta celebración ritual, por ejemplo, participan los Kojtlatlas, los Tlacololeros, los Tigres o Tecuanes, los Muditas, los Chivos, los Maromas, los Mecos, etcétera. Es sin duda un verdadero festín visual, es como un viaje en el tiempo de vuelta al maravilloso México prehispánico.

Una vez en Acatlán sería de mano de Jairo Vidal y familia, así como de los Tlacololeros, cuyo capitán es don Mauro, que se podría ingresar de nueva cuenta en esta dimensión espacio- tiempo de la profunda e intensa ritualidad de los pueblos originarios nahuas que entremezclan sus costumbres y tradiciones de origen prehispánico con la religión católica traída por los invasores españoles. Aun así el historiador de la UNAM Salvador Reyes Equiguas, con ya muchos años de investigar de manera participativa esta celebración ritual, comenta que fue su contribución más importante —desde la perspectiva científico académica— descubrir o descifrar que la danza de los Cotlatatzin (Kojtlatlas, Hombres del viento) está documentada en un fragmento antes inédito, desconocido o no traducido y por tanto disponible del códice Vindobonensis, lo cual demuestra que esta danza en particular no es de origen católico, sino que es enteramente prehispánica.

Sobre los Tlacololeros en general existe un relato fascinante:

 

LEYENDA DE LOS TLACOLOLEROS

Hace mucho tiempo en la tierra del tlacolol se vivía un ambiente de intranquilidad y desesperación. Todas las noches los cultivos se veían amenazados por una terrible bestia de enormes garras, pintoresca piel y feroz rugido. Pasó mucho tiempo sin que pudieran confrontar al tecuani, hasta que un día llegó al pueblo un extraño viajero. El pitero tocaba la flauta y el tambor, deleitando y haciendo bailar a los tlacololeros. El flautero al ver el problema de los tlacololeros, recordó que los tecuanis le temen a los truenos. Con sus conocimientos musicales construyó un instrumento imitador del sonido del trueno. El chirrión.

El grupo de los tlacololeros encabezados por el Maizo, alentados por la música del pitero y acompañados de la perra maravilla, salieron en busca del amenazador tecuani. Después de buscar por todos lados, encima de una roca y a la luz de la luna, se dibujó la silueta del poderoso animal. Al verlo, la perra maravilla, ladró señalando al jaguar, quien intentó llenar de miedo a los tlacololeros lanzando un impresionante rugido. El tecuani nagual, confiado por su enorme fuerza, pegó un gigantesco salto hasta caer en medio de los tlacololeros, quienes se asustaron al tener enfrente a semejante animal. Con valentía y astucia sonaron sus chirriones al mismo tiempo.

El tecuani al escuchar los truenos salió despavorido, perdiéndose entre la frondosidad de las ramas. Al tecuani nunca más se le volvió a ver por la tierra del tlacolol y desde entonces, los tlacololeros bailan al ritmo del pitero escenificando la caza del tecuani. (Relator y recopilación: Mario Adame, Eric Bernal, Geovanny Garin. https://archive.org/details/interiores-tecuanes-tlacololeros-lobitos-y-tlaminques-final-1/page/69/mode/1up?view=theater).

De acuerdo con el escritor Jaime Eutimio Hernández, actualmente a cargo del Centro Cultural Comunitario Teponastle en Acatlán, son los abuelos nahuas los que han mantenido viva la memoria histórica, la vasta tradición oral y la fiesta ritual de petición de lluvias. Son ellos quienes nos dicen que en realidad la ofrenda durante el Atsatsilistli no es “una gota de sangre por una gota de lluvia”, como tanto se ha difundido en redes sociales y otros medios impresos y digitales. Jaime, quien a su vez hace dotes de tecuán durante el ritual, nos explica ampliamente que en realidad durante las peleas de tigres la sangre derramada es mínima, hasta casi escasa, y que lo principal es en realidad el agotamiento mental y físico de parte de los que realmente se integran y trabajan —como es el caso de la autoridad— para hacer realidad este ritual año con año. Y que muchas veces es la gente de fuera la que busca darle significados e interpretaciones propias, con sus inherentes cargas y sesgos epistemológicos y cognitivos, a esta celebración ritual nahua. Comenta también que los abuelos acatecos no reconocen a figuras traídas de fuera por gente externa tales como las divinidades mesoamericanas conocidas como Tláloc, Quetzalcóatl y hasta Tezcatlipoca, que por cierto tiene al jaguar como su alter ego. Y finalmente argumenta que la fiesta tiene fines enteramente rituales y que para nada están de acuerdo en que se mercantilice y prostituya desde la perspectiva del turismo masivo y de gente externa que quiere venir a vender con mucho sensacionalismo a esta celebración ritual colectiva y enteramente comunitaria que es muy sagrada para la comunidad acateca.

Al respecto el propio Jaime dice: El pensamiento de una comunidad es ajeno a la búsqueda del protagonismo, esto contrariamente desde la visión de la ciudad en donde lo importante es ser visto, ser notorio. Es por ello que gente de fuera no entiende sobre el respeto y la intimidad de las ceremonias que hay dentro de un pueblo, todo lo fragmentan en días de fiesta y ritualidad, esto es como si existiéramos sólo en esos días. Los trabajos arduos dentro de la población de desvelo, labor y cansancio pasan desapercibidos. En la profundidad de los lugares sagrados en donde no todos pueden ir, y en donde no todos tienen la oportunidad de vivenciar, escuchar y acompañar a la gente originaria. Seguir manteniendo las formas de las ceremonias no sólo queda ahí, lleva también una línea de vida, es por ello que los pueblos no permiten a la gente externa involucrarse en los servicios de unificación de los ritos que son sagrados para las personas de la región. Es ridículo e ilógico traer cosas externas para implementarlas en un pueblo que ha mantenido durante largo tiempo su cosmovisión y es más irónico que las personas que sean de la misma localidad y tienen una raíz traten de culturizar un lugar con costumbres viejas.

Esto último por la falta de coherencia e identidad, y como se pierde la identidad, al no hacerse presente, al no trabajar, al no hacer servicio por el pueblo, estos servicios te integran, te abrazan, te dan voz para entablar relaciones, y te ganas la aceptación.

Es más fácil integrar formas ajenas al pueblo y desligarse de la obligación moral, que luchar por seguir siendo una comunidad con saberes ancestrales y únicos de la zona.

Ojo, esto no quiere decir que no aprendamos de otros lugares, que no observemos, que no nos sorprendamos, porque todos los hacemos en nuestro caminar diario, pero por respeto y congruencia, cada forma, rito y costumbre tiene su sitio, y su lugar sagrado.

5 de mayo, Zitlala. El ritual de Atsatsilistli se celebra en la comunidad vecina de Zitlala (lugar de estrellas). Ahí el antes capitán de los tigres del barrio San Mateo, Arnulfo Tecruceño Valle, nos recibe con ofrendas de copal y la presencia de los guerreros mexicas que se unen a la celebración de la pelea de tigres o tecuanes, los cuales, a diferencia de los de Acatlán, no pelean con los puños y guantes, pero lo hacen con una especie de cuarta hecha de riata de fibras vegetales endurecida con mezcal. Arnol, quien además es un arduo gestor y promotor cultural, así como un celoso guardián de la tradición ritual del Atsatsilistli en Zitlala, nos comparte los sagrados alimentos que están elaborados con base en el sagrado maíz, como es el caso del magnífico pozole guerrerense. A unos pocos metros de la casa de Arnol está la del actual capitán de los tigres, un joven que recibe este año la responsabilidad de ser el líder y capitán de los tigres o tecuanes del barrio de San Mateo, los cuales se enfrentarán en el domo instalado en el centro de la comunidad en contra de los tecuanes del vecino barrio de San Francisco. Los tigres del barrio de San Mateo desfilan por las calles de la comunidad y poco a poco se acerca la hora del enfrentamiento en la plaza central de la comunidad. En este ritual de peleas no existen ni ganadores ni perdedores, se trata de ofrendar, de cumplir con este ritual que tiene como objeto pedir e implorar por la lluvia del cielo dadora de cosechas, de milpa, de sustento y vida.

En la tradición oral de Zitlala, algunos abuelos jaguar relatan:

 

LA LEYENDA DE LOS JAGUARES NAGUALES

En un principio cuando se formó la tierra, la humanidad vivía en un paraíso, tenían alimento y sus campos estaban verdes. Se llevaba de manera correcta el Tonalpouajli (el conteo del tiempo), sabían cuándo ofrendar a sus dioses buenos y malos, tenían controlado el Mestikapan (el mes) con sus cinco días de mala suerte, sabían cuándo llegaba la Siuateyotl (el hombre disfrazado de mujer) y el Mayantli (el hambre). Todo estaba controlado: la lluvia, el sol, los meses, los días y las horas. Con anticipación ofrendaban y peregrinaban a los pantitlanes (las cimas planas del cerro), al zitlaltépetl (el cerro de la estrella), a las lagunas y a los manantiales con regalos y sacrificios.

En su mayor parte eran para Tláloc (dueño de todas las deidades del agua), quien junto con sus cuatro tlaloques tenía en su poder el viento, el agua, el fuego y el suelo. Tláloc y sus tlaloques sostenían unos jarros en cuyo interior se encontraban las diferentes lluvias: las que producen cosechas buenas, las que dañan lo que encuentran a su paso y las que causan heladas. Los tlaloques golpeaban los jarros para producir truenos, y cuando los jarros se quebraban producían la lluvia.

Tláloc vivía en la parte superior de los cielos, en el Tonacatépetl (el cerro de semillas) Cruzco (el cerro de la Cruz), junto con sus tlaloques, de los cuatro puntos cardinales, norte, sur, este y oeste. Todo iba bien hasta que olvidaron el Tonalpouajli (el conteo del tiempo), al percatarse de esto Tláloc y los demás dioses se enojaron. En castigo les enviaron las calamidades: la Siuateyotl y el Mayantli, que pronto oprimieron a la gente. La tierra se moría, las aguas se secaban, no existía el tiempo ni el espacio y las personas morían desesperadas. Zitlalin (la mujer estrella), gobernante de Zitlala fue a visitar a Acatl (el hombre carrizo) quien era gobernante de Acatlán. Ambos platicaron sobre la situación que sus gentes estaban viviendo y pidieron clemencia a Tláloc. Tláloc no tuvo clemencia; imploraron entonces a Huitzilopochtli (el sol), a Ehécatl (el viento), a Sentéotl (el maíz). Nadie escuchó sus ruegos, la humanidad era arrojada al Mictlán (el lugar de los muertos). Desesperado, Acatl imploró:

–¡Levántate ya, semilla!, aroma de mil flores, cabellos de plumas de quetzal (ave de mil plumas), que tus manos toquen la tierra que te vio nacer, portadora de falda de estrellas, naciste en la youalli (la noche) y de tus pechos salió la leche que cubre el Iztaccíhuatl (mujer blanca) y el Popocatépetl (monte que humea), tus lágrimas son como perlas como el rocío que bañan los ríos, fuiste portadora de luz, espejo en el que se refleja la humanidad, sales temprano y caminas todo el día, alumbras dando luz para todos, te olvidas de tu propia existencia en este pueblo. Estas mujeres, niños, hombres y ancianos están llenos de miseria y de hambre. Sabio como alumbra el cerro del Zitlaltépetl —dicho esto, Acatl se quedó dormido y de sus entrañas emergió el tecuani verde, era su nahual.

Zitlalin oró de la misma forma, después se quedó dormida y de sus entrañas emergió el tecuani amarillo, era su nahual. Cuando esto sucedió, los dos jaguares nahuales, el amarillo y el verde, el de Acatl y el de Zitlalin, dijeron:

–Ahora, convertidos en jaguares naguales, será más fácil ayudar a nuestra gente, subiremos al cerro del Tonacatépetl, entraremos a la cueva y robaremos las semillas para dárselas a la gente. Para cumplir con este propósito haremos un plan, porque la cueva del Tonacatépetl está bien vigilada por las tzicatanas (las hormigas grandes).

Entonces platicaron más de cerca, para que no se escucharan sus planes, y acordaron que el tecuani verde subiría por la parte frontal del cerro y el tecuani amarillo por la parte de atrás. Así lo hicieron, subieron y subieron; al primero que vieron las tzicatanas fue al tecuani verde, las hormigas le preguntaron qué quería, el tecuani verde les contestó:

–Vengo a platicar con ustedes, allá abajo ya me cansaron los lamentos de las personas, se quejan de todo, he subido hasta este lugar, para divertirme un rato.

Las hormigas se miraron, estuvieron de acuerdo y empezaron a jugar con el tecuani verde. Estaban bien entretenidas y no se dieron cuenta cuando el tecuani amarillo entró a la cueva. El tecuani amarillo agarró semillas de maíz, frijol, calabaza y salió de la cueva, mas ambos jaguares fueron descubiertos por Tláloc, quien los miraba con enojo y les dijo:

–¡Qué fácil les resultó esta hazaña!, pensaron sólo en la gente, piensan que ellas se los agradecerán, tontos fueron si pensaron así, ellas se merecen este castigo, ellas abusaron de la Madre Tierra y lo peor… ¡Olvidaron el Tonalpouajli! Ustedes olvidaron a dios, abusaron del poder que se les entregó ustedes Zitlalin y Acatl quedarán convertidos en jaguares, ése será su castigo.

En ese momento Tláloc envió a sus tlaloques con rayos, relámpagos, tempestades, vientos y con calentamiento solar en toda su intensidad. Al notar esto los jaguares rodaron cuesta abajo tratando de escapar de la furia de Tláloc. Rodaron y rodaron hasta llegar al pie del cerro del Tonacatépetl. El tecuani amarillo miró las semillas tiradas en el suelo, se enojó y le reclamó al tecuani verde. Pelearon. Fue entonces cuando se dieron cuenta, que a su alrededor brotaban plantas de maíz, frijol y calabaza. Con el agua, el viento y el sol, las semillas germinaron. El cerro empezó a reverdecer, los ríos volvieron a correr, el sol volvió a salir. El sacrificio de los jaguares nahuales conmovió a Tláloc y perdonó a la humanidad. Desde entonces cada año en el Atsatsilistli (petición de lluvias) bailan, pelean disfrazados de tecuanis, suben a los cerros altos como el Zitlaltépetl y el Cruzco, sacrifican animales en el cerro, rezan y alaban a la cruz.

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(Relatos de habitantes de Zitlala: Eugenio Sánchez Esquivel, Gonzalo Hernández Celic. Recopilación: Moisés Jiménez Silverio. Disponibles en: https://archive.org/details/interiores-tecuanes-tlacololeros-lobitos-y-tlaminques-final-1/page/66/mode/1up).

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