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REPENSAR EL TIANGUIS. EL TIANQUISTLI, CLAVE PARA LA DIVERSIDAD BIOLÓGICA Y CULTURAL

JUSTINE MONTER CID

El tianguis, espacio itinerante y variado, frecuentado un día de la semana, es pieza clave para la alimentación en México. Hacer el mandado, apañar el aguacate más bueno, escoger delicadamente el epazote, son actividades cotidianas, pero significativas. Hongos, insectos y verduras abundan entre la multitud de puestos mientras el tepache se riega, más allá se oye el rumor de dos comadres, los niños se llenan las manos con frijoles. Este espacio, de origen prehispánico, cuya voz náhuatl es tianquistli, es central en la conservación de la diversidad biológica y cultural en México.

Desafortunadamente, los tianguis fueron muy golpeados con la llegada del Tratado de Libre Comercio a México en la década de los noventa, cuando el acoso por parte de las grandes transnacionales, de origen neoliberal y capitalista, intentó romper la conexión entre la cultura popular y el consumo de la variedad biológica alimentaria que se acumulaba en estos lugares. Sin embargo, el tianguis sigue resistiendo.

Arturo Argueta Villamar, doctor en Ciencias por la Universidad Nacional Autónoma de México y defensor de los pueblos originarios, cuyas investigaciones y trabajos documentan esfuerzos comunitarios para la conservación de la naturaleza, el sofisticado conocimiento de los pueblos indígenas y la apropiación social de la biodiversidad en México, señala en “El estudio etnobioecológico de los tianguis y mercados en México”1 que los tianguis son importantes para la agrodiversidad porque son espacios donde converge un enorme acopio de especies, en el que interactúa tanto el saber indígena como el agrícola, y, al mismo tiempo, también son una comunidad donde se promueve la autosuficiencia y la autonomía alimenticia. Además, señala Argueta, los tianguis son vitales como articuladores del territorio, pues su presencia pone de manifiesto un ecotono, es decir, un espacio ubicado entre tierras altas y bajas, frías y calientes, siendo éste un territorio cuya agrodiversidad es privilegiada.

Abarcar cada una de las muchas variedades de una especie de semilla, de planta o de hongo que existen en el tianguis es labor de verdaderos apasionados. Así, la etnobiología y la etnoecología juegan un papel determinante, pues registran y examinan la agrodiversidad presente en estos espacios, encontrando casos significativos como el del tianguis de la localidad nahua morelense de Coatetelco, oficialmente municipio indígena. Esta localidad fue registrada también por Columba Monroy-Ortíz y otros2, quienes reconocen que Coatetelco alberga, en rededor de una laguna de agua dulce, 10 variedades reconocidas de frijol: el chino, el bola, el ejotero, el coconito, por mencionar algunas.

Coatetelco goza además de cinco variedades más de chile: el criollo, el ancho y el serrano son los más vendidos. Y otras cinco variedades reconocidas de maíz: el prieto, el costeño, el híbrido, el pozolero y el criollo. Abundan también los quelites, como el pápalo, se vende calabaza verde y la dulce, asomada siempre en los zaguanes de las casas; los nanches dulces y los de cerro; otro vendedor tiene aguacates de cáscara, esos que son casi agua; y la proteína es la mojarra, platillo típico de la comunidad, sea a las brasas o en tamal.

El saber indígena también se manifiesta a través de estos espacios, pues no puede haber cosecha sin los ritos agrícolas prehispánicos que marca el calendario mexica, ritos que bendicen las semillas que serán cultivadas en huertas, parcelas, traspatios, todas formas tradicionales indígenas de cultivo que se oponen por completo a la agricultura monoespecífica y a la producción a gran escala. Y si el demonio se aparece para sabotear las cosechas, bastará con una cruz de flor de pericón en la entrada de la casa para ahuyentarlo.

El tianguis también funciona como un articulador territorial, pues a partir de éste se forma un circuito de especies de plantas, animales y ecosistemas que identifican al territorio. Malinalco, municipio del Estado de México característico por sus montañas y peñas altas, cubiertas de bosque de pino, con manantiales de agua clara bordeados por sauces y ahuehuetes, es un modelo de la articulación territorial a partir de la vida en el tianguis. Más de 400 puestos concurren a la plaza de este espacio único en biodiversidad, anunciando así la presencia de la flor de calabaza más tierna, de los jinicuiles, del chile de agua picoso y de los hongos rosas, sin dejar de lado otros giros, como la ropa usada o los utensilios de barro.

El tianguis de Malinalco también es convivencia, es un espacio de encuentro, es un lugar donde se hace comunidad. En él se forjan las relaciones entre marchante y tianguista, entre doña y güerita, al mismo tiempo que se fortalece la apropiación del territorio gracias a la identidad de éstos. Pedir pilón, regatear y saludarse son formas de arraigo, de identificación y de existir por y para el tianguis.

Y la historia les hace justicia, pues a la llegada de los españoles estos espacios ya eran valorados como diversos. Bernardino de Sahagún, haciendo una categorización más precisa de los tianguis, escribió sobre los productos que se vendían: en Texcoco, ropas, jícaras y loza; en Cholula, joyas, piedras y plumas preciosas. Fray Diego Durán nos regaló una imagen pintoresca de estos lugares, realzando el valor social que existía en el tianquistli, escribiendo cómo muchos iban “sino a pasearse y andarse mirando la boca abierta de un lado a otro, con el mayor contento del mundo”. Pasaje digno de un mural riveriano.

Es importante destacar que los tianguis van en contracorriente a lo que muchas veces se ignora, que es la degradación del trabajo y la baja calidad de productos a consecuencia de la plaga de supermercados y tiendas de convenencia. En el área metropolitana de Oaxaca, los tianguistas prefieren mantenerse en sus lugares a pesar de la competencia y las bajas ventas, pues saben que los empleos generados a partir del tianguis dignifican más que trabajar en cualquier supermercado, con salario mínimo y explotación laboral.

Resistir ante la pérdida de diversidad genética que inunda los cultivos en el mundo es labor ardua de los tianguis. La modernización agrícola, el uso de químicos, las transnacionales y el cambio climático han impactado sobre la agrodiversidad presente en estos espacios, afectando ecosistemas y especies, incluso las endémicas, como el maíz. En La memoria biocultural, Víctor Toledo reafirma estas ideas partiendo de la noción de erosión genética, proceso que ya se percibe, pues la variedad genética se ha perdido más de un 75% en el mundo y el saber indígena agrícola también se ha visto vulnerado; de seguir esta tendencia, en dos generaciones más podría perderse.3 Escenario calamitoso el de China, lugar donde se tenían diez mil variedades de arroz y hoy sólo se conservan mil de ellas.

Ante este panorama desalentador, los tianguis se asumen como protectores de las muchas razas de chile, de las cinco especies domesticadas de frijol y también de las casi 400 variedades de quelites silvestres. Se miran como entidades que viran hacia algo más que el comercio: en el tianguis está el saber tostar las semillas, acicalar los elotes, amasar tiernamente el maíz, curar bien un pulque. La etnobiología y la etnoecología reconocen la tradición del tianquistli como barrera a las crisis ecológicas y al falso progreso. Los tianguistas y sus marchantes saben que en el tianguis está la resistencia.

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Notas:

1. Arturo Argueta, Revista Etnobiología, Vol. 14, agosto de 2016: https://www.revistaetnobiologia.mx/index.php/etno/article/

view/290/289

2. Columba Monroy-Ortíz, Revista Etnobiología, Vol. 16, agosto de 2018: https://www.revistaetnobiologia.mx/index.php/etno/article/

view/309/308

3. Víctor Toledo, La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales, Icaria Editorial, 2008.

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