LOS CUENTOS SINIESTROS DE CRISTINA PATISHTÁN / 326 — ojarasca Ojarasca
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LOS CUENTOS SINIESTROS DE CRISTINA PATISHTÁN / 326

MIKEL RUIZ

Cristina Patishtán, Ch’ulelal, Cecut, Chiapas, 2024

 

I

 

Cristina Patishtán, nacida en un paraje tsotsil de Chamula, Chiapas (1993), es la autora del libro Ch’ulelal (Cecut, 2024). Hablamos de una obra especial en el ámbito literario chiapaneco, pues se trata del primer libro de cuentos escrito en lenguas originarias por una mujer. La poesía y la dramaturgia son los géneros más comunes y mayor difundidos.

Hace apenas un par de años que Cristina Patishtán comenzó a publicar en antologías y medios digitales. El cuento “Sjelob yil jtot / La deuda de mi padre” apareció en el libro Sk’op Bolom, sk’op Choj / Palabra de jaguar, vol. II (Unemaz, 2021), una historia estremecedora sobre una joven tsotsil que es obligada a casarse incluso contra la voluntad de su padre. Pero es éste quien, por los gastos excesivos de sus cargos tradicionales, termina presionado a entregar su hija al deudor, conocido por sus nexos con la delincuencia armada y la trata de blancas. Ese mismo año, la autora publicó el relato “Me’onetik / Huérfanos” (Revista Sinfín, 2021), en donde una niña es testigo de cómo su padre asesina a su madre salvajemente. En 2023 un tercer cuento suyo, “Slajeb xanvil / El último viaje”, salió en el libro colectivo Yayijemal ts’ibetik / Cuentos con cicatrices (Abriendo Caminos, 2023). El relato narra la historia de dos jóvenes franceses que están de visita en Chiapas. En un momento y lugar equivocados, los personajes terminan siendo linchados sin piedad por jóvenes eufóricos, participantes de una manifestación, que soportan la noche bajo los efectos del alcohol y otras sustancias psicoactivas.

Sobresalen otras mujeres que preceden a Cristina Patishtán en el género narrativo. Ruperta Bautista presentó en 2021 la primera novela en tsotsil, Ixbalam-ek’ / Estrella Jaguar (Oralibrura), en donde recrea la vida de una reina maya. A nivel nacional, la escritora maya Sol Ceh Moo ganó el premio PLIA en 2019 por el volumen de relatos Sa’atal Máan / Pasos perdidos. Asimismo, obtuvo en 2014 el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas con la novela Chen tumeen chu’úpen / Sólo por ser mujer y es autora de la novela T’ambilak men tunk’ulilo’ob / El llamado de los tunk’ules (Secretaría de Cultura, 2011).

Con Ch’ulelal, Cristina Patishtán se hizo acreedora del Premio Nacional de Cuento en Lenguas Originarias Tetseebo 2022. Para la autora esta distinción resulta ser un doble triunfo: haber destacado sobre otros libros y debutar en la literatura con este género, motivo por el cual tenemos la obra publicada. La autora tsotsil merece un gran reconocimiento por ser una joven que visibiliza a las mujeres y, sobre todo, la existencia de un municipio donde ellas tienen poco acceso a la educación, a decidir libremente por su vida, pues son inferiorizadas por su condición de mujer en un contexto cultural dominado por hombres.

 

II

 

A los seis cuentos que integran el libro Ch’ulelal los une un hilo conductor que podemos identificar como lo siniestro. De acuerdo con Sigmund Freud, podemos concebir el sentimiento de lo siniestro como “aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás” (“Lo siniestro”, 1919). Siguiendo esta definición, el relato que lleva el título de la obra, “Ch’ulelal”, presenta a un personaje insólito que se aparece en los sueños de Lukax Ok’il. El ch’ulelal,1 un ser amorfo y atemporal, busca un refugio humano dónde alojarse a modo de huésped. Esto nos lleva a pensar en el cuento “El huésped” de Amparo Dávila, donde un ser extraño permanece encerrado en una habitación de la casa y que por alguna razón no lo sacan de ahí.

En el relato de Cristina, el ch’ulelal se anuncia como “un ser antiguo”: “yo ya estaba aquí, incluso mucho antes de que ustedes nacieran. Aprendí a cambiar de casa y a cuándo dejarla. Vivo en el aire, en el sonido de los árboles, la noche es mi mejor camino. Soy de muchas formas y, quieras o no, pronto te acostumbrarás” (29), le advierte a Lukax Ok’il. Este ser, sin embargo, no se alimenta de carne, sino de espíritus y naguales débiles. El cuerpo humano es sólo un puente que le permite acceder al plano terrenal. Una habitación que, así como se ocupa, también se abandona cuando ya no ofrece beneficios. Vemos así un espectro que, al no tener forma, puede al mismo tiempo imitar y camuflarse en cualquier cosa con tal de engañar al ojo humano.

Ese ser ancestral lo vemos también en el relato “Los albinos” que, por el contrario, se manifiesta en lo visible, rompe con la noción de lo normal o lo perfecto en términos estéticos. La historia se centra en una joven pareja que tienen a un hijo albino de “piel rojiza, cabello rubio, pestañas y cejas pálidas” (55) y ojos saltones. Estas características no son comunes a los demás niños y son relacionados con lo sobrenatural. Al nacer el segundo bebé, también albino, los padres se convierten en objeto de rechazo y desprestigio por los habitantes del paraje. Si bien para el joven padre son simplemente creencias, al final termina cediendo ante una sociedad que lo obliga a tomar decisiones inesperadas cuando esas “creencias” atribuidas a los albinos comienzan a trastocar sus percepciones de la realidad.

La sensación de lo anormal, en “Debí haber huido”, surge con el nacimiento de un niño con problemas mentales. Mientras que para los maestros de la escuela es una amenaza, esta enfermedad despierta recuerdos y emociones en la madre, al experimentar sentimientos de culpa por haber ocupado el lugar de otra mujer en su matrimonio. De esta manera, Siro es el personaje que altera constantemente la vida cotidiana de sus padres. Sus repetidas huidas son narradas por su hermana menor, una joven que desafía a sus padres y hermanos al ir a estudiar en una ciudad. Esta decisión la vuelve un ser extraño que, incluso, la hace sentirse igual de despreciada que su hermano enfermo.

El inicio de un trastorno cerebral de una niña en “El regalo” coloca a los padres en una situación desesperada. Para la familia Kontsal dicha anomalía, la epilepsia, trasciende la naturaleza clínica de la enfermedad. Buscan a una curandera para ayudarla a recibir un posible don, un regalo de los dioses. La mujer, y luego un hombre, en vez de guiarla por el proceso correcto decide sacar provecho. Es aquí donde el ch’ulelal toma partido usando a los supuestos curanderos. Lo que pareciera ser un ritual de curación, y a medianoche en un cerro, se vuelve un campo de batalla entre espectros en donde un valioso botín, nuevamente, alguien se lo gana. La niña, mientras tanto, padece en su piel las dolorosas huellas y estigmas de un encuentro de seres poderosos.

Al igual que en “Ch’ulelal”, en el cuerpo de Malin en “El fuego” se ha despertado un ser extraño una vez que descubre su sexualidad. El sentimiento de lo siniestro se manifiesta tanto en lo interno como en lo externo en la transgresión de lo moral y ético en la cultura tsotsil. El conflicto inicia cuando el esposo de la joven emigra a los Estados Unidos. Una tarde, después de masturbarse, Malin reflexiona: “Cuando terminé me sentí culpable, ¿por qué mi cuerpo se calentaba?, ¿las demás mujeres que tenían a sus esposos lejos les pasaba lo mismo? ¿El fuego que emergía dentro de mí era normal o yo estaba enferma?” (157). Con el tiempo, el fuego que pareciera ser la forma que ha tomado el ch’ulelal la abrasa por dentro y la lleva a convertirse en un monstruo para sus vecinos, llegando a enfrentar la furia contenida de los habitantes del paraje.

En “Peces de colores”, el último cuento, Elen es una joven casadera que en su primer enamoramiento vive una crisis emocional. Pierde la cordura y entra en depresión. Un día un hombre extraño visita su casa. La madre lo recibe sorprendida y lo deja pasar a la habitación de su hija con la esperanza de que la cure de su enfermedad. En otra dimensión paralela, el mismo hombre habla con la joven y le advierte que está en sus manos salvarla o acabar con su vida. Aquí nuevamente vemos a ese ser ancestral que obliga a Elen a tomar una decisión: vivir. Pero esto conlleva aceptar una responsabilidad: la de adivinar y sanar a los enfermos con la ayuda de una caja de madera parlante. Pese a que es la mujer más hermosa de su paraje, sus dones de adivina y curandera rehúyen a los hombres. Lo bello, nos recordaría Freud, siempre oculta algo siniestro. Elen, tras desear una vida normal con marido e hijos, incumple su promesa; las consecuencias son caras. A diferencia del relato “El regalo”, en “Peces de colores” son los dioses quienes desafían a Elen. O, incluso, ella desafía a los dioses.

 

III

 

Ch’ulelal es un libro de aparente sencillez en su estructura. Los relatos, sin embargo, gozan de una complejidad que amerita revisar brevemente su composición. Al tener una lectura en su conjunto, nos damos cuenta de que el desarrollo de cada cuento confiere a la obra una circularidad.

Así, por ejemplo, en “Ch’ulelal” el desarrollo de la historia es redonda. Está narrada por múltiples voces y focos narrativos: el ch’ulelal habla en segunda persona, Lukax Ok’il en primera persona y la masacre de Petul Jolts’i’ está narrada en omnisciente. La forma en que se alternan estas voces impide que exista una linealidad en la historia, antes bien la hacen girar en los ojos del lector. Ese ch’ulelal que busca un nuevo refugio y que se anuncia en el sueño de Lukax atraviesa todas las historias y dimensiones temporales y espaciales. Atraviesa, incluso, todo el libro.

Lo que sucede en “Ch’ulelal” lo vemos, a manera de espejo, en “Peces de colores”. El visitante llega tanto física como espiritualmente a la casa de la joven agónica. Este relato está presentado por medio de un foco narrativo, pero dividido en dos dimensiones temporales: una narrada en omnisciente con una estructura progresiva y tiempo gramatical en pasado; y otra contada mediante fragmentos en tiempo gramatical del presente, donde Elen se prepara para recibir a su padre, de quien no se sabe si está vivo o muerto. Estos fragmentos en presente gramatical confunden temporalmente la primera narración, que puede ser un simple salto a modo de prolepsis. Este salto, sin embargo, nos hace dudar si aún pertenece al mundo real o al mundo de los muertos.

Los relatos “Los albinos” y “El fuego” comparten una misma estructura narrativa: el in medias res, al comenzar a la mitad de la historia o casi al final. Ambos desarrollan la narración de manera progresiva hasta alcanzar y superar la escena inicial. La diferencia de estos relatos es la voz en omnisciente, en el primero, y en primera persona, del segundo.

En “Debía haber huido” la historia se desarrolla mediante dos focos narrativos: el de la madre y el de la hija. Ambas voces hacen que el cuento se vuelva interesante. La madre relata, desde su punto de vista, cuándo se casó y cómo fueron naciendo sus hijos. Por otro lado, la hija narra las búsquedas de su hermano y cómo enfrenta su vida de estudiante en la ciudad. En “El regalo”, por su parte, comienza al final de la historia y es narrada por una voz en omnisciente. Lo sorprendente está en haber conjuntado dos dimensiones espaciales o incluso temporales: la familia Kontsal y el encuentro de espíritus o naguales. La niña enferma incluso es quien entrecruza estas dimensiones al abstraer su cuerpo y su nagual entra en la disputa que hacen de ella los otros seres. Esto hace que al final del relato la niña muestre en su piel huellas de rasguños y golpes, cuando jamás estuvo despierta durante el proceso de su curación. La duda queda en saber quién de los supuestos sanadores se llevó el regalo.

 

IV

 

Cristina Patishtán, como hemos visto, es una joven escritora que no se conforma con planteamientos temáticos y formales fáciles. En cada relato trasluce un trabajo cuidadoso y detenido; además, esconde y juega con datos intertextuales. Podemos mencionar, por ejemplo, la presencia de El pato y la muerte de Wolf Erlbruch en “El regalo”, que la niña que sufre de epilepsia solía leer con su maestra en la primaria.

En “Peces de colores”, la historia y la forma en que la joven curandera muere es una clara alusión a Ofelia de Hamlet de Shakespeare. Elen, como Ofelia, tenía prohibido enamorarse. Tanto la muerte de su padre y de su madre, como la de los hombres a quienes ama, la hacen perder la cordura. Una mañana se dirige con su padre, como el recuerdo de su niñez, al río a buscar peces de colores. En este mismo relato, el uso de la caja de madera parlante nos lleva a pensar en los relatos de Kobo Abe en Los cuentos siniestros, donde seres animados adquieren habilidades no comunes a su naturaleza.

Esta información, usada con sutileza en los relatos, demuestra que la escritora se nutrió no solamente de una oralidad propiamente tsotsil. Las historias que escuchó de niña sobre seres sobrenaturales las entrecruza con sus lecturas de la literatura occidental, de donde abreva Cristina de estrategias narrativas elaboradas. Debemos precisar que en el libro emergen otros temas como la envidia, la sexualidad femenina, los deseos personales, los juegos de poder, así como la locura y la enfermedad. Todos aquellos son rutas de lectura que ofrecen diversas posibilidades de interpretación. En esto también radica la riqueza de la obra.

El mundo tsotsil, como nos muestran los relatos en Ch’ulelal, es complejo y lleno de tensiones. Esto lo hace aún más profundo. A modo de un contra discurso de la modernidad, la obra afirma que no existe un pensamiento único, sino varias formas de concebir la vida más allá de una realidad tangible y concreta. Celebremos el libro leyéndolo, y que Cristina Patishtán no deje de sorprendernos con su valiente voz en la narrativa tsotsil, chiapaneca y mexicana, tal como lo demuestra en este trabajo.

 

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Nota:

1. El ch’ulelal, entre sus acepciones en la cultura tsotsil, puede referirse a un difunto o a los espíritus que vienen al mundo de los vivos cada día de muertos. Pero también alude a la muerte como sujeto. En el sentido que plantea la autora, es un espíritu en el orden de los naguales, aquellos componentes animales del ser humano que viven en la dimensión terrenal o en el mundo onírico, incluso en una dimensión paralela a la realidad. Se entiende entonces que el ch’ulelal es un ente superior que se alimenta de los naguales pequeños o débiles y, con ellos, acaba con la vida de las personas. Esta complejidad en la definición del término podría ser la razón por la cual la autora rechaza la traducción del título al español, tanto del relato como de la obra.

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