HAY UN HOMBRE BAJO MI PIEL
No entendía por qué mi padre tenía que irse al campo muy temprano, mientras que mi madre hacía el desayuno; me levantaba eso de las cinco de la madrugada aún rascandome los cachetes. Recuerdo que me ponía mi camisa rayada con un pantalón viejo y un sombrerito verde. Me gustaba conocer el campo y acompañar a mi papá. Entiendan, una niña de 5 años queriendo proteger a su padre.
Llegando al rancho me ponía a abonar la milpa surco por surco. Esas mañanas eran tan frescas que me hacían suspirar cada vez que el aire recorría cada parte de mi tierno rostro.
Después de abonar dejaba mi cubetita encima de una piedra y tomaba una bolsa para ir a pescar a un pequeño pozo de aguas cristalinas. Cuando ya había conseguido pescar iba a cortar chiltepín para después irlo a vender por medidas. Mi mentalidad era ocupar el tiempo para algo productivo.
Mi señor padre había terminado sus tareas en el campo para regresarnos caminando dos horas y de paso cargamos un racimo de plátano macho. Llegando a la casa, mi madre había alistado huevo con frijol y un perfecto cafecito de panela que desprendía un olor casero, si bien nos iba mamá ponía un pedazo de queso sobre la orilla del plato.
Cuando terminaba de comer me iba al centro a dejar mis pedidos de chiltepín, tan sólo ganaba sesenta pesos que los ahorraba en una olla de barro, estaba ahorrando para mis pies, me dolían tanto por no tener huaraches de cuero.
Observaba los roles que mis padres tenían. Sabía que siendo una mujer, típicamente me correspondía hacer la comida, pero me gustaba más acompañar a mi padre y proteger a mi madre, como si hubiera nacido con la mentalidad de hombre. Siempre decía: “me gusta cómo me veo, estoy conforme con ser mujer aunque no piense como ella”.
Pensaba que al crecer me convertiría en una gran matemática, amaba los números, las cuentas me salían exactas, algo que por lógica no podía desaprovechar, hasta podía sacar de pobres a mi familia.
Yo creo que soñaba bastante, mi familia decía que las matemáticas eran para hombres, pero cada vez que lo pensaba, sentía que bajo mi piel había un hombre. Ahora soy una mujer casada con las matemáticas, con el sentimiento de una mujer exitosa bajo mi piel.