UN ACTO DE AMOR
Era muy pequena para entender el porqué vivía en la ciudad si yo amaba el campo, si yo era agua sobre los árboles, sobre los animales y el viento. Hablé náhuatl con mi madre al menos hasta mis primeros cuatro años, entré al preescolar y se me dificultaba interactuar con mis compañeros, sólo cruzaba el portón y empezaba a llorar gritando por mi madre pues no quería estar ahí. Empecé a hablar español forzosamente para poder entender las voces de mi alrededor.
“Su hija es hiperactiva”, era lo que la maestra le decía a mi madre casi todos los días después de clases. Ahora que entiendo esto, sé la razón, no estaba acostumbrada a estar en lugares muy cerrados, me gustaba correr, gritar, brincar, subir y bajar sin cansarme y no sólo quedarme sentada en una silla escuchando y asimilando. Mi madre tomó una decisión que creía que era lo mejor para mí, así borraría de mí lo que algún día ella fue. Con esfuerzo aprendimos a hablar y escribir en español, no sabía, pero yo tenía unas habilidades superpoderosas para aprender, o al menos mi madre me decía eso.
Era sorprendente cómo aprendí tan rápido esa lengua que siempre nos han impuesto, pero lo tenía que hacer, pues estaba en un lugar en donde no pertenecía y tenía que adaptarme. No comprendía cómo cambié, cómo mi madre cambió. Ella bordaba todos los días por las tardes sentada en una silla en el patio de la casa en donde vivíamos, escuchaba sones por la radio de Cuetzalan. Éramos felices hasta que después de un tiempo lo dejó de hacer. Mi madre con sus bordados le daba color a mi vida, era lo único que me gustaba y me hacía recordar la vieja casa, y de un día a otro esos colores se apagaron. Apagaron a mis padres, así como de mí alguna vez lo hicieron. Ya sólo hablaba español y me di cuenta que la lengua de mis padres ya la había olvidado.
He escuchado las historias de mis amigos tsotsiles, tsetsales, nahuas y totonacos, y pareciera que escribieron la misma historia para nosotros. Nuestros padres nos alejaron de todo lo que nos hacía sentir como ellos, para no ser menospreciados, para no repetir la historia que ellos vivieron. No los culpo, pues ellos querían lo mejor para nosotros, afortunada o desafortunadamente ser de un pueblo originario nos ha hecho sentir diferentes. Desde niños perdimos nuestra lengua, colores, historia y conocimiento. Y está claro; fue un acto de amor.
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MARICELA LÓPEZ GARCÍA, mujer maseual originaria de Nectepec, Zacatipan, Cuetzalan del Progreso, Puebla.