…Y VENIMOS (NUEVAMENTE) A CONTRADECIR. “NO SOMOS AMBIENTALISTAS, SOMOS PUEBLOS EN RESISTENCIA”
El miércoles 22 de mayo de 2024 en el centro de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, la Asamblea de Pueblos en Resistencia de la Cuenca Chapala-Santiago presentó un posicionamiento contra el negocio criminal de la basura en la zona conurbada de dicha ciudad. La Asamblea está conformada por habitantes de pueblos de la Barranca del Río Santiago, Tonalá, El Salto, Juanacatlán, Santa Cruz de las Flores y Tala.
En conferencia de prensa leyeron sus exigencias para detener el modelo criminal en el manejo de la basura.1 Dicho modelo, explicaron, beneficia a las zonas exclusivas de la metrópoli, así como a las empresas privadas de manejo de residuos como CAABSA y Grupo Hasar’s.2 En cambio, causa estragos en sus sistemas productivos campesinos, a la fauna, a la salud y convivencialidad de las personas de los pueblos cercanos a los vertederos. Por esta razón, la Asamblea propuso que los barrios, colonias y pueblos autogestionen sus residuos y participen en la toma de decisiones sobre la recolección, manejo y disposición final de estos. En buena medida, su conferencia de prensa fue un posicionamiento de uno de los tantos frentes de lucha en los que se han comprometido.
En efecto, su lucha no es sólo contra el negocio de la basura, también contra los responsables de derrames industriales a los ríos y lagos de sus lugares; contra provocadores de incendios a los bosques; contra quienes generan fuentes de olores ofensivos en sus barrios, contra empresas saqueadoras de agua de sus pueblos y la invasión inmobiliaria a sus territorios. Aunque los problemas que desafían pudiesen ser catalogados como ambientales, conviene precisar que al sujeto colectivo que lucha, lo denominan pueblos en resistencia y no ambientalistas.
Tienen razón en demarcarse. El ambientalismo es un concepto técnico industrial. Fue creado en el capitalismo europeo del siglo XIX y es recreado ahora en los complejos industriales militares. Con dicho término se impone la idea económica de que la “naturaleza” es un pasivo que puede proveer servicios a la sociedad del gran consumo, aminorando las “externalidades”. En una frase de moda: el ambientalismo postula sustentabilidad y sostenibilidad, lo que quiere decir que es posible sostener o mantener en curso la acumulación capitalista siendo “amable con la naturaleza” sin comprometer el consumismo de las futuras generaciones.
A menudo se dice que ambientalismo no es ecologismo. Es verdad. El primero hunde sus raíces en el paisajismo europeo y estadunidense de una aristocracia nostálgica que veía amenazados sus hobbies, como la caza o la pesca, por industrialismo. Así nacieron las ideas de crear reservas naturales como el Parque Nacional Yellowstone en 1872, el conservacionismo de Sierra Club en 18923 y de Audobon Society en 1905.4 El ambientalismo también se deriva del conservacionismo científico y del higienismo del siglo XIX. Acciones para la protección de aves, conservación de bosques, aire limpio, santuarios para la vida silvestre, protección de espacios naturales, son propios de esa corriente ambiental y turística.
El ecologismo es más tardío. Su “primavera” data de los años sesenta y setenta del siglo XX. Se planteaba la cuestión de los límites del industrialismo capitalista, sus efectos a los humanos y a la “naturaleza”. Pero siempre fue ambiguo en sus posiciones políticas. Esta ambigüedad resultó de la mezcla entre el paisajismo europeo, el conservacionismo de los cazadores estadunidenses, las primeras conferencias técnicas de la ONU sobre la protección del ambiente, con las ideas de escritoras como Rachel Carson, profesores antinucleares como Barry Commoner, neomalthusianos como Paul R. Ehrlichel, el Informe del Club de Roma y la Conferencia de Estocolmo.
Posteriormente la triada climática —a saber, crecimiento demográfico, gestión de recursos naturales y contaminación— generó más ambigüedad. Pronto la palabra cambio climático resultó de uso común. En ese marco nacieron World Wildlife Fund, Greenpeace y Amigos de la Tierra; luego Ecologistas en Acción y Earth Action. El término ecologista que utilizan ahora científicos, socialistas o feministas hace referencia a la preocupación por asuntos diversos: el clima, la contaminación del aire y el agua, los límites energéticos, la biodiversidad, el cuidado de la naturaleza o a las especies en peligro de extinción. Por ello se confunde ecologismo y ambientalismo.
Por lo anterior, la demarcación de la Asamblea de Pueblos en Resistencia de la Cuenca Chapala-Santiago tiene sentido. Al evitar confusiones y precisar su autodenominación están luchando también por la hegemonía del lenguaje. Por eso, para no debilitar la lucha de los pueblos hay que contradecir: ambientalismo y ecologismo no pueden ser guías para luchar. ¿Por qué? ¿Cuáles serían los riesgos al considerar las luchas campesinas, indígenas o de los pueblos en resistencia como movimientos ambientalistas o ecologistas?
Planteo por lo menos tres. Primero, se desplaza la noción de lucha-pueblo por la idea de “activista”. La lucha cede a la protesta. Con esta última se interpela al Estado para “reparar las fallas” que el mercado ocasiona al medio ambiente mediante políticas públicas. Con ello se fantasea que la sociedad es natural y no resultado de un proceso metabólico vinculado al trabajo en el capitalismo. Se desfigura la lucha por la autonomía para construir formaciones sociales no capitalistas al captar a los pueblos en resistencia como activistas que defienden el “medio ambiente”. En una palabra, se les asigna la inocente acción de salvar al planeta, la sostenibilidad de los ecosistemas, y no la lucha política por vivir en la tierra con justicia y libertad social.
Segundo, se impone la abstracción de conflicto socioambiental por encima de la lucha-pueblo. Luchar es combatir y enfrentar a quienes destruyen la subsistencia de la gente común. Por tanto, es una acción de largo aliento e intergeneracional y no un diferendo de intereses particulares que puede solucionarse con “cultura de paz”. Con la noción de conflicto se desvanece el elemento político de clase, género y étnico, marcadamente anticapitalista incluso cuando se quiere etiquetar a los pueblos con el sobrenombre de ecologismo de los pobres.
Tercero, se invisibiliza la lucha por el lugar, por el mundo creado y recreado por los pueblos, por seguir en la tierra con libertad social, esto es, por decidir las distintas formas que viviremos con sus aciertos y errores, alegrías, tensiones y también con las muertes que tendremos. Al imponer el término de ambientalista a una lucha, se despolitizan los discursos y prácticas de los pueblos en resistencia, porque se acepta la hegemonía de la mentalidad industrial sustentable que impone la versión de que es compatible la autonomía de la vida de la gente común con la ley de la ganancia.
Además, gana terreno el lenguaje ingenieril con el que se quiere adaptar la llamada naturaleza a los imperativos del capital: pago por servicios ambientales, mercados de carbono, bancarización de especies o soluciones basadas en la naturaleza. Cierto ecologismo quiso cuestionar este lenguaje, pero terminó reconciliándose con la sociedad capitalista. Tuvo razón (tuvo, porque ya fue derrotado) en la cuestión de los límites de la industrialización, pero no se atrevió a renunciar a la organización política y económica del capitalismo a la que llamó democracia occidental. Por ello, al verse derrotados no pocos ecologistas se han vuelto melancólicos, catastrofistas, apocalípticos y colapsistas, sin reparar que las catástrofes son “maravillosas oportunidades” para los capitalistas porque siempre les resultan muy rentables.
La noción de lucha de los pueblos en resistencia supone muchas formas de hacer sociedad basadas en las instituciones del común.5 Son prácticas por la subsistencia, esto es, el florecimiento plural de los pueblos, su prosperidad y alegría de vivir en la tierra. Desde luego que eso no implica despreciar el conocimiento vernáculo o científico que existe sobre la erosión de los suelos o los niveles de metales pesados en ríos y lagos. Pero esto no debería usarse para desplazar las luchas de los pueblos por la idea vaga de defensores del ambiente.
Tanto a las culturas de raíz no occidentales como al campesinado y pueblos en resistencia nunca les ha interesado el ambiente como una cosa a conservar. Sus culturas son formas de vivir y trabajar en la tierra, entendida como mundo, como lugar y arraigo. Han morado la tierra por largo tiempo, conocen sus secretos y la han moldeado según sus prácticas. En sus tierras han creado mundos, no paisajes. El paisajismo vacía las realidades de la gente y su trabajo cotidiano para representar la naturaleza sin mundos. Se inventa una escena pastoril y agradable, para no perturbar la mirada del explorador, del turista o el “amante de la naturaleza”.
Existe un colosal desconocimiento de los pueblos en resistencia. En sus vidas, aunque hay lugar para la alegría, siempre existe riesgo y peligro en su horizonte. Sus faenas son intergeneracionales y construyen en lo cotidiano, no sin fatiga y contradicciones futuros de otros mundos sin capitalismo.
En los pueblos en resistencia hay campesinos que continúan sembrando, mujeres que cultivan la cultura propia, jóvenes profesionistas que se van comprometiendo en la lucha, niñas y ancianos de quienes mucho se aprende. Los pueblos que aquí he nombrado tienen décadas trabajando de manera creativa por la subsistencia. Algunos, lustros. Y como el campesinado en Morelos o los pueblos indígenas en tiempos de la Corona, que resistían al despojo de sus tierras y para reclamarla comenzaba su alegato con la frase “y venimos a contradecir”6 el compromiso de luchar de la Asamblea de Pueblos en Resistencia de la Cuenca Chapala-Santiago nos recuerda que la tierra no está en la venta.
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NOTAS:
2. Corporativos dedicados al negocio de la basura. El primero en cuatro municipios del Área Metropolitana de Guadalajara (http://caabsaeagle.com.mx/nosotros/). El segundo, lucra con la basura municipal, industrial y comercial (https://www.hasars.com/).
3. https://www.sierraclub.org/about-sierra-club
4. https://www.audubon.org/es
5. https://ojarasca.jornada.com.mx/2024/02/09/ciudades-de- la-tierra-reconstruir-las-instituciones-del- comun-8783.html
6. Arturo Warman, ...Y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el Estado Nacional. México: SEP, 1976, p. 17.