EL DESPERTAR DE LA POESÍA / 330 — ojarasca Ojarasca
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EL DESPERTAR DE LA POESÍA / 330

JUAN HERNÁNDEZ RAMÍREZ (NÁHUATL)

NOIKNIUAJ, NIKANIJ NIITSTOK

Ipaniko ni siltik ayeualtlali tetl,
nitla senita ni tlaltipaktli
iuan nimoijlia, noikniuaj, sentika
xoxoktik xiuitl ipan ti nejnemisej
Namaj, ni ualtok ipan ni tlekopatl, noikniuaj. totlajtol nijpopochjuiko

tlen que se ueuej yolojtli tlajtoli
tlen kej tlali chachalka tostli.
Toxochitlajtol matijchiuakaj, chikauayotl, ipaniko ni uaktok iuan uitstentok tlali: tlalpan kanpa uelis tikasisej tlajtoli
tlen motlakentis ika tlauili iuan chikauayotl.

AQUÍ ESTOY, HERMANOS

Desde esta pequeña isla de piedra, miro absorto al mundo
y pienso, hermanos, que juntos
hemos de caminar sobre la yerba verde. Hoy, a este recinto he venido, hermanos a sahumar la palabra nuestra, la palabra de un corazón viejo
como la voz cascada de la tierra.
Hagamos de nuestros poemas, plenitud, en esta tierra yerma, llena de abrojos:
lugar donde podemos encontrar la palabra y vestirla de fortaleza y luz.

Hoy la lengua de mis antepasados y de mis padres vuelve a escucharse en este suelo que fue su espacio alguna vez. Soy nacido en el pueblo de Colatlán, Ixhuatlán de Madero, Veracruz. He tenido escasez desde mi nacimiento, pero, al descubrir los libros y la poesía, mi fortuna ha cambiado

persiguiendo la palabra hermosa como una doncella, vestida de flores mañaneras. Muchas veces mi familia y yo no tuvimos que comer, pero las bellas letras en general y las letras de mi lengua primera me han levantado siempre. En 1979, inicia la aventura real y fuerte de mi vida; siendo yo maestro de educación primaria indígena, fui nombrado Jefe de Zonas de Supervisión de Educación Indígena en la región huasteca de Veracruz. Tuve a mi cargo 13 municipios con escuelas de educación indígena que atender. En el territorio de estos municipios hasta en la actualidad conviven cuatro lenguas y culturas originarias: náhuatl, tének, tepehua y hñähñu. De esta responsabilidad y correspondencia educativa, social, lingüístico y cultural, asimilé de la tierra donde están enterradas mis raíces, aprendí que somos parte, amos y dueños de un orden cósmico propio, donde la naturaleza no es nuestra enemiga.

Aprendí a encontrar los símbolos que nos hacen diferentes a los otros y estos signos fueron transmitidos a mis compañeros maestros para que entendieran la concepción de estos mundos y a su vez ayudaran a sus alumnos y a la comunidad a reconocerse a sí mismos y que podemos vivir al lado del otro. Este pensamiento implicó que no todos estuvieran de acuerdo, y esto me costó una persecución en el año de 1990. Sin embargo, en esta década de los 80 vi el renacimiento de las lenguas originarias, las costumbres, rituales, música, danza, deporte, la preservación de los ecosistemas y la escritura de las lenguas originarias. Llevé cine documental a las comunidades mas apartadas donde la luz eléctrica sólo era un sueño, para que vieran la devastación y despojo territorial de que hemos sido objeto y muchas cosas más. Los maestros en esta década fueron gestores de caminos de terracería, electrificación y otros beneficios más; hoy, un 98% de los pueblos tienen caminos y electricidad. Muchos años han pasado, hoy lamento mucho que educación indígena sea sólo una institución administrativa de recursos humanos y se haya perdido por políticas no educativas sino por políticas de poder.

México es uno de los países más ricos y hermosos del mundo: viven en su suelo 68 culturas y lenguas originarias y 365 variantes dialectales. Pero desde aquella trágica invasión hispánica, fuimos mal llamados indios, un término genérico que nos identifica como inferiores al colonizador, y así todavía seguimos en una lucha sin igual tratando de manera solitaria sobresalir en esta tierra donde algunos de nuestros gobernantes no saben, marginan o ignoran nuestra existencia.

Pero parece ser que las cosas están mejorando para bien, y en esta ocasión, quiero reconocer y dar mi agradecimiento total y pleno al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través de su directora general, doctora Lucina Jiménez, por esta distinción de la que soy objeto, quizá sea merecida o quizá no, sin embargo, siento que la entrega de este reconocimiento a mi persona es el reconocimiento no a mí, sino a la existencia de todas las lenguas originarias de México, aparte del castellano, lenguas que han estado aquí siempre, desde la fundación de todos los pueblos; es a estas lenguas a quienes se les reconoce su existencia, su presencia, su resistencia.

Es cierto, hemos sido negados y marginados en muchos aspectos de la vida social, política, educativa, cultural y literaria. En la producción literaria, parece ser que las empresas editoriales no quieren saber nada de nuestra literatura porque puede ser que no les reditúe ninguna ganancia. Pero, yo pregunto: ¿a quién le interesa que nuestra literatura sobresalga? A nosotros, hombres y mujeres de los pueblos originarios; nosotros mismos debemos leer y diseminar las literaturas de nuestros escritores y poetas de esta tierra. Pienso que también es necesario leer las letras de los clásicos, Cervantes, Alighieri, las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke, la literatura de Henry James, Stéphane Mallarmé, Walt Whitman, Allan Poe, Machado, Sabines, Pablo Neruda, José Emilio Pacheco, Borges, Paz, para ir creciendo y atisbando nuestra propia proyección hacia la universalidad, pero, si queremos salir de este anonimato y abandono del que hemos sido objeto, debemos leer también a los nuestros y difundir su literatura. ¿Acaso hemos leído a los íconos de la literatura nuestra y hemos difundido sus letras? Me refiero a Natalio Hernández, Juan Gregorio Regino, Irma Pineda, Víctor de la Cruz, a Gerardo Cam Pat. ¿Ya leímos a los poetas mayas, tzeltales, tsotsiles, mixtecos, zapotecos? Hay que leernos nosotros mismos y difundirnos sin mezquindad, codicia o celos; hasta crear una literatura robusta, bella y universal. No pensar en una literatura indígena, sino en una literatura náhuatl, zapoteca u otomí o de la forma como se autonombre cada pueblo, porque insisto: al decir literatura indígena, a los escritores, no nos define, no nos nombra, somos como productos genéricos o similares y nosotros sabemos que cada cultura tiene su propia cosmología y su cosmogonía. Hay que leer, leer y escribir, escribir. Por ahí anda la antología Literatura indígena, ayer y hoy del maestro Natalio Hernández, y la antología Insurrección de las palabras, del maestro Hermann Bellinghausen.

Algunos políticos y autoridades piensan que nosotros los mal llamados indígenas debemos estar siempre juntos, amontonados, para que sea fácil nuestra identificación; tanto es así que pretenden que el INALI sea un pegote del INPI, institución esta última que yo todavía no he visto la labor que desarrolla; quizá sea para servir a los amigos. Yo no estoy de acuerdo de que el INALI sea un parche del INPI.

También comento que, en el estado de Veracruz, promovimos la creación de una Subsecretaría de Educación Indígena, por la complejidad orgánica de la dirección en la que se da atención educativa a niños de inicial, preescolar y primaria de 13 culturas y lenguas originarias de todo el estado. Jamás tuvimos una respuesta positiva. ¿Qué se puede pensar? Que no les interesa la educación de los pueblos originarios, y creo que la educación en general.

Quizá sea bueno que nosotros los escritores de lenguas originarias escribamos sobre nuestros pueblos y registremos en cada género literario, el pensamiento y sentimiento cosmogónicos, históricos, sociales, políticos, de dolor, de amor, de muerte de nuestros pueblos.

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Palabras del poeta de Colatlán, Veracruz, Juan Hernández Ramírez, al recibir la Medalla de Bellas Artes 2024 el pasado 11 de septiembre.

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