MARÍA SABINA. LOS PRECIOS DE LA FAMA — ojarasca Ojarasca
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MARÍA SABINA. LOS PRECIOS DE LA FAMA

ÁLVARO ESTRADA

Cuando terminé de escribir la biografía de María Sabina, la sabia de los hongos, a fines de 1976, ella quedaba con un tumor en la cadera derecha. Era una protuberancia carnosa que casi parecía un dedo gordo inflamado; consecuencia de un disparo de arma de fuego. (Sabina cree que la fatalidad la persigue desde que reveló al mundo el secreto del ritual de los hongos sagrados, que los mazatecos de la región norte de Oaxaca practican como herencia ancestral. Ella no culpa de nada a Gordon Wasson, su anglosajón descubridor y publicista, sino que acepta “su” responsabilidad con la parte que le corresponde en esa historia que a nuestros días, tiene sus ramificaciones de leyenda).

Yo entregaba mi manuscrito a Siglo XXI Editores en septiembre de 1977, quedando Sabina en su casa de adobes, a merced de su familia parásita, compuesta por un hijo —la excepción, ya que es el único que se ha separado del grupo familiar—, tres hijas y unos diez nietos. Tales condiciones poco cambiarían en estos últimos siete años.

En tanto se preparaba la impresión de las Confesiones de María Sabina —título original de la obra y que fue cambiado a sugerencia de Octavio Paz y el editor Arnaldo Orfila—, una beca para estudios de posgrado en ingeniería habría de llevarme a Italia durante el primer semestre de 1977.

A mi regreso me enteré de algunos detalles ocurridos a la sabia mazateca.

En los primeros días de mayo de 1977, por un pleito casero, uno más en la vida de María Sabina, una de sus hijas —espero que sobre mí no se cumpla aquello de que “¡Cuidado con la lengua, que allí está la muerte!”—, la prendió de los cabellos y la azotó al suelo. La débil anciana, entonces de unos 83 años, cayó sobre la cadera enferma, lastimándose gravemente.

Sin pedir auxilio médico a nadie, Sabina esperó que su lastimadura sanara por sí sola; lo que no ocurrió, pues la herida comenzó a supurar sin alivio. Para entonces algunos admiradores de la sabia se habían enterado de su situación por lo que solicitaron la intervención del gobernador del estado de Oaxaca, profesor Zárate Aquino, para proporcionarle atención médica. Pronto, una ambulancia arribó a Huautla para transportar a la anciana a la ciudad capital, Oaxaca. La tripulación ambulante no encontró a la enferma reposando o convaleciendo en su cama de tablas, de tradicional manufactura huautleca. Los parientes informaron que la shamana1 se encontraba camino a Mazatlán —cuna de la revolucionaria familia Flores Magón— situado a unos siete kilómetros de Huautla. Estos pueblos están comunicados por un camino sinuoso, de pendientes exageradas, como todos los caminos de la sierra y por los que el indio transita con naturalidad y agilidad, moviendo con rapidez los pequeños pies descalzos, curtidos y callosos en las plantas.

Los hombres del gobernador tuvieron que rastrear los pasos de María Sabina, con el auxilio de un nativo, acortando por veredas y atajos en ocasiones, en tanto que la ambulancia esperaba en la parte más cercana a la carretera. La anciana, como se intuye, había decidido viajar a pie, pudiéndolo hacer en alguno de los vetustos autobuses que comunican entre sí a algunas rancherías. Al fin, el guía-identificador señaló a la shamana quien caminaba aprisa, considerando su edad y su mal, acompañada de uno de sus nietos. Uno de los que ella ha criado.

María explicó que se dirigía a dejar flores y velas de cera pura al santo patrono de Mazatlán. Cuando joven, ella iba a las fiestas de las rancherías a vender café y pan. Ahora, en la vejez se dedicaba a adornar a sus santos con mayor libertad aunque con más dificultad. Los camilleros le explicaron el deseo del gobernador y después de que comprobaron que la lesión estaba complicada, la subieron a la ambulancia con todo y nieto y se la llevaron a Oaxaca, donde le practicaron una operación para extirparle aquella vieja tumoración, mantenida durante casi veinte años y a unos días de haber reventado. Ya otras personas le habían propuesto operarse, antes del incidente con la hija, pero no había aceptado por temor a la medicina occidental por “extraña”.

Después de ocho días de convalecencia, la anciana regresó con su nieto a Huautla.

En otro pleito casero, la hija le mordió el brazo dere
cho. Al mostrarme la cicatriz, en forma de media luna y de unos ocho centímetros de longitud, me dijo: “Mira, quedó peor que si me hubiera mordido un perro”.

En 1978, ya encontrándome en México, se presentó otra tragedia: Un vecino, ebrio, tenía ganas de “estrenar” un rifle. Así que aparentó un pleito con el nieto-acompañante de la anciana Sabina y lo asesinó de dos tiros. La sufrida abuela exigió justicia a las autoridades de Huautla pero nadie la quiso escuchar. El asunto fue olvidado y encapsulado como simple pleito de borrachos.

Y la vida siguió su curso. En 1979, la Dirección de Cinematografía, dependiente del gobierno mexicano, ordenó la filmación de un cortometraje titulado María Sabina, Mujer Espíritu. La shamana asistiría después a la premier, ataviada en su huipil de Huautla, evento realizado en el cine Regis de la Ciudad de México.

Sabina recibió como pago de su participación en el cortometraje una tiendecita de abarrotes que fue instalada en su propia casa. Se la obsequió Nicolás Echevarría, el director del filme. La tiendecita duró relativamente poco. Y es que llegaban las vecinas paupérrimas, vestidas con sus huipiles andrajosos a pedir fiado un kilo de frijol, de azúcar, de arroz, cigarros, cervezas, cerillos, sodas... Claro, las hijas y los nietos tenían prioridad en cuanto al saqueo.

Allí terminó una de las “ilusiones” de la legendaria María, tener una tiendecita.

Con el antecedente de la rapiña, el gobierno no le dio dinero en efectivo a la sabia como pago por su participación en el filme, sino que le instaló una casa campestre de madera junto a su antigua vivienda de adobes y piso de tierra, para que “viviera con más decoro”. Desde luego la anciana tardó años para aceptar su nueva casa y cuando lo hizo le encontró defectos; no tenía acometida de corriente eléctrica ni de agua potable. ¿Qué caso tenía contar con WC dentro de la casa si no podría usarse? Si ella dice en sus cantos shamánicos (durante el trance) que es la Mujer Luz de día, Mujer Luna, Mujer Piedra de Sol, eso no quiere decir que no desea, en

el fondo, manipular un interruptor de circuito de electrones que permitiera, a capricho, prender y apagar las bombillas de la sala. En estos tiempos, los usuarios de la magia precortesiana también deben tener derecho de ser usuarios de los descubrimientos del hombre blanco.

Un hecho que no han entendido los periodistas pese a su “olfato innato” es el siguiente. Lo primero que “descubren” al llegar a visitar a María Sabina es su pobreza. A primera vista la ven andrajosa y sucia, lo que es ya buen tema para fotografiar y “leadear”. Esperan encontrarse a una maga pintarrajeada de colorete, con collares y anillos de oro, con asistentes y consultorio habilitado de antesala y aire acondicionado al tipo de algunos “brujos” de Catemaco, de farsantes con esfera adivinadora o tal vez con sahumerios y ollas de caldos hirvientes.

No conocen lo auténtico. María Sabina viste en andrajos porque “está en casa”, pero tiene huipiles para vestir elegantemente en las grandes ocasiones. A fin de cuentas ella es como los profanos citadinos de clase media, que en casa visten la peor ropa que está a la mano. Tal vez es la playera habitual para lavar el carro, o el pantalón desteñido, otrora presumible, que se ciñe para podar las plantas. Así es María en su habitat. Si como consecuencia de su fama, ha tenido más dinero que sus vecinas andrajosas —éstas sí, andrajosas naturales—, no lo propala. Descubierta por Wasson a sus 60 años, no por eso iba a cambiar de vida, pasara lo que pasara, menos si desconoce el pensamiento y comportamiento del “civilizado” de Occidente, sin considerar que en la vejez, el ser humano se vuelve tacaño y el dinero no está para derrocharse como lo haría algún joven irresponsable. Además hay pudor: si usted le obsequia a Sabina dos mil pesos, ella dirá más tarde que sólo recibió quince o veinte pesos. Es que de los tratos privados, no tiene por qué enterarse el mundo...

Bueno, si la vida de María Sabina en estos últimos siete años no han sido de dicha ilimitada, tampoco lo ha sido de desdicha plena. En 1980, decidió contraer matrimonio con un anciano de 80 años. Ella tenía 86. La boda se realizó en Huautla. Para ello se celebró, especialmente, una misa. Ya en casa (de Sabina) la pareja bailó un poco al compás de la Flor de Naranjo2 y los invitados bebieron, comieron y también bailaron. Ella misma nos contó la historia: “Un día llegó a visitarme un hombre viejo, que dijo llamarse Trofeto3 y venía de Barranca Seca (pueblo vecino). Dijo ser viudo y que se sentía solo. Que sus hijos eran ya grandes y cada uno dedicado a su familia. Me visitó otras veces y platicamos; hasta que me propuso que nos casáramos.

“Ya me había puesto a pensar que el fin de mis días se acercaba, que a cada año que pasa se inmobiliza más y más mi cuerpo y que yo también me siento sola. Muy sola. Que me alegran ustedes mis amigos cuando me visitan y me pongo triste cuando se van.

“Así que decidí casarme con Trofeto. Compartiríamos el resto de nuestras vidas. Además tendría la oportunidad de enfrentarme a Dios cuando a la hora de presentarme ante él preguntara: “¿Te casaste ante mí?”. Le respondería que sí. En mis anteriores matrimonios no me casé. Ni ante la autoridad ni ante la iglesia.

“Se hizo la boda y vinieron mis vecinos y amigos. Yo pagué los gastos del casamiento: la misa, los músicos y la bebida...”.

Pero el insólito y sin embargo feliz matrimonio, duró pocos días. Otra vez, la insidia familiar. Los nietos comenzaron a hostilizar a Trofeto como jauría tras la presa. No quisieron reconocerlo como “abuelo”. Lo tacharon de advenedizo y le echaron en cara el no ser capaz de mantener a su mujer. La ambición les aconsejó ahuyentarlo. En caso de que la abuela muriera ¿quién sería el dueño de las casas y el terreno?

Trofeto no estaba para soportar el acoso injurioso y cotidiano, así que en una mañana, tomó sus pertenencias y regresó a Barranca Seca.

Ahora Sabina sigue extrañando a Trofeto.

Para evitar riesgos innecesarios, un nieto le sustrajo la escritura del terreno —único— en que vive Sabina. De paso se llevó los ahorros.

(Y otra vez) Sabina recurrió al juez establecido en Huautla. El señor autoridad requirió los elementos del caso para proceder. Pidió que se presentaran los testigos del robo y el comprobante del ingreso del dinero.

“Fue él quien me robó la escritura y el dinero. Tengo razones para decirlo”, exclamó débilmente la mujer indígena más famosa de México. El juez no quiso proceder. Sólo mantuvo al inculpado dos días en la cárcel. “¡Piojoso juez!”, dijo Sabina y no volvió a pedir justicia. Nada recuperó.

En los primeros días de marzo de 1983, Sabina llegó a la Ciudad de México. Quienes la trajeron aseguraron que estaba agonizante (lo que no era cierto). Los periódicos, la radio y la televisión difundieron su “grave enfermedad”. Al ser entrevistada afirmó que debido a su edad, ya no tomaba los hongos sagrados. Lo que no le dijo fue que no los tomaba en cantidad ceremonial, pero que sí comulga con dos o tres honguitos, de cuando en cuando, para “darse fuerza”. No había tal enfermedad, sólo achaques de anciana. La visité y platicamos. Escuché sus palabras pausadas: “Ya estoy vieja. Es un problema para mí moverme dentro de la casa. Sufro hasta para hacer mis necesidades. Mis familiares poco ayudan. Pero mi vejez es el problema. Cuando tomo atole, haz de cuenta que estoy bebiendo orines. El alimento ya no tiene sabor agradable para mí”.

Antes de partir a Huautla, estuvo dos días en mi viejo apartamento de Iztapalapa y reiteré la invitación de quedarse aquí, en la Ciudad de México, el resto de sus días. No quiso. ¿Quién cuidaría de los pollos? ¿Quién revendería la leña almacenada en casas? Se llevó dinero. Aportación de amigos y admiradores. Pero sigue el problema: sus familiares acostumbrados al comercio de los honguitos sagrados y a las dádivas de los visitantes, no trabajan y cuando falta el dinero, acosan y maltratan a la señora.

Se fue María Sabina de la Ciudad de México el 15 de marzo de 1983. Dos días después, el 17, esta legendaria Piscis cumpliría 89 años.

1. Adjetivo siberiano a ciertas personas con poderes mágicoreligiosos en la tribu.
2. La única pieza musical de los mazatecos.
3. Deformación de Perfecto.

lvaro Estrada publicó Vida de María Sabina, la sabia de los hongos en 1977, en base a una serie de conversaciones en mazateco con la célebre mujer medicina de Huautla de Jiménez, Oaxaca, donde María Sabina nació en 1894. Seis años después, en 1983, aún en vida de la curandera, quien moriría en 1985, Estrada publicó este testimonio en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre! Autor también de Huautla en tiempos de los hippies, el ingeniero politécnico laboraba en el Metro de la CDMX, donde falleció en 2008.

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