TARDE, SIEMPRE TARDE / 330 — ojarasca Ojarasca
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TARDE, SIEMPRE TARDE / 330

XUN BETAN (TSOTSIL)

Entre las oscuras veredas de aquella madrugada, Balit iba arreando unos enormes puercos rumbo a Teklum, el pueblo grande. Los corrales donde criaban los puercos se encontraban en aquellas tierras llamadas Vega, una región humedecida por el entonces caudaloso río que nace de las montañas de Guatemala y se iba hermanando con otros ríos, arroyos y manantiales de las tierras que hoy se conocen como Chiapas. Esa conjunción de ríos regaba una parte de la región de los valles centrales de Chiapas, eliminando todo tipo de fronteras a su paso, solamente repartía agua en su caminar para las plantaciones y para los habitantes de toda esa región.

 

Kajval chabiome lek te jchitomtike,

kajval ak’ome k’otukik lek ta Teklume,

kajval ak’ome mu chamukik ta be,

 

rezaba Balit mientras guiaba en aquella fresca madrugada a los puercos.

Y tenía que rezar bien y fuerte, para que el kajvaltik de los cielos hiciera el milagro de que no se le muriera ninguno de esos enormes puercos, porque tenía que dar cuentas a su regreso a la finca y no le iban a perdonar si muriera alguno. Pero Balit los cuidaba más que su propia vida, sólo recuerda que en su último viaje a Teklum se le murieron dos de los más grandes, y aún los debía. Él nunca supo certeramente cuanto debía, pero debía. A su regreso se tenía que conformar con los centavos que el caporal le daba después de haber hecho la entrega. Los Patrones eran originarios de tierra fría, era lo único que sabía Balit, pero sentía mucho agradecimiento a ellos por el espacio que le daban para vivir en un rincón de la finca, donde construyó un jacal con techo de paja y con la pared de lodo sin terminar.

Cuando los ganados cambiaban de lugar, a Balit lo mandaban a otro encierro, y ahí volvía a construir otra casa, siempre sin terminarla, porque lo volvían a mover de lugar cuando pasaba el temporal, y así pasaba de temporada en temporada. Cuando le iba bien, se escapaba de la finca y se empleaba en otros terrenos cerca de la finca. Ahí le pagaban un poco mejor, algunas veces le daban carne de puerco a cambio de su trabajo, y esas eran las únicas veces que comía carne. Ahí descubrió el sabor de la carne de puerco, de esas que las entregaba en Teklum, eso porque le tenían prohibido prepararlo ni regalarlo cuando estos se morían por el cansancio del largo viaje.

De pronto, su situación cambió, tuvo su esposa, una mujer que había sido abusada por un familiar y había quedado embarazada, tuvieron sus hijos, crecieron y estos no quisieron vivir en el terreno del patrón. Se escapaban al menor descuido del papá. Balit siguió trabajando en el mismo lugar, porque seguía debiendo. Sus hijos aprendieron a trabajar y se emplearon desde chicos en otras parcelas. De pronto se rumoró la construcción de un muro que detendría el paso del agua y que produciría luz eléctrica para todos ellos, promesa que venía de aquella ciudad llamada México. Dijeron que iba a traer progreso, mejoras y mucho trabajo. Incluso, el hijo mayor de Balit se alistó para trabajar en aquella gran obra.

Después de aquellos rumores, el paisaje de aquel lugar fue cambiando poco a poco, primero por la llegada de hombres “extraños” muy blancos o weros, que recorrían las montañas, las cuevas y otros lugares que tenían sus “protectores”. Así, esos hombres extraños rompieron los cerros, se metieron en las cuevas y poco a poco fueron sacando bolsas llenas de figurillas de barro, pedazos de ollas antiguas, piedras y más cosas en bolsas y costales. Usaron una galera que funcionaba como escuela de los caseríos y rancherías de esa región. Pocos meses después, aquellos terrenos se fueron inundando del agua que acumulaba esa gran barda que se había construido.

“Gracias” a la construcción de la presa hidroeléctrica, Balit vivió su primera independencia, como había sucedido ya en México en 1810 frente a la Corona española, sólo que a él de la finca. Después le tocó luchar contra sus propios hermanos para que le tocara una casa, de esas mal construidas para la gente que estaban siendo desterrados por la inundación. Y sí, le tocó una casa, y aún vive en ella. Cuando sus hijos se casaron, le pidieron documentos, y entonces fue cuando sacó su acta de nacimiento, y sí, ahí supo que era mexicano, no sólo eso, sino que también era chiapaneco, y ya no se llamaba Balit Huín, como su linaje, sino que ahora se llamaba Bartolomé Vázquez, porque aquí en la nación ya todos éramos iguales.

Así, a mis mayores les tocó vivir el oscurantismo colonial durante la independencia de México. Les tocó vivir la revolución cuando ya se anunciaba la vida nacional. Volvieron a luchar cuando se anunciaba la democracia. Se volvieron a levantar cuando se hablaba de desarrollo. Aquel desarrollo que les despojaba de sus tierras. Nos tocó crecer entre las luchas por la liberación y recuperación de nuestros territorios cuando intelectuales y líderes ladinos nos volvían a enterrar mientras pregonaban nuestras luchas. A pesar de todo, seguimos vivos y buscando nuestros propios rumbos, dejando la tutela de caporales, caudillos y liderazgos religiosos e intelectuales de derecha e izquierda, que actuaban igual de racistas.

 

Aquí en el sur parece que todo nos llega tarde, las palabras, los soles, los sueños y las promesas, tarde llegó la revolución, tarde llegó el reparto agrario, tarde llegaron los sueños de libertad y tarde llegará la transformación. Seis años de oscurantismo verde habían pasado, pero nos llegaron seis años de tinieblas, mucho más brutales por su silencio y su apatía humana. Trajeron consigo no las llamaradas de langostas que acabaron con el cultivo de hace siglos, sino parvadas de langostas de metal con luces que cerraron los cielos de muchos que no volvieron a casa. Tarde, todo tarde, pero aún bajo esta oscuridad, Balit, con sus casi cien años sigue caminando a su milpa, esperando que no tarde el tiempo.

Tarde llegaron las lluvias

las milpas consumieron los llantos.

Los campos desvanecidos

bajo el frío corazón de los dioses.

 

Vuelvan mariposas en los campos,

k’uch’al p’ijilal ta sjol ko’ontik

pero no tarden.

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Xun Betan, poeta, traductor, promotor artístico y cultural originario del municipio de Venustiano Carranza, Chiapas, muchas veces ha sido colaborador de Ojarasca.

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