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AUNQUE SEAS MI PADRE

JANETH JACOBO HERNÁNDEZ

Mi abuelo llegaba bajo los efectos del alcohol y diario golpeaba a su esposa, la tomaba del pelo pegándole en su abdomen a puñetazos, ella sólo lloraba y seguía cocinando.

Él, lo peor del machismo, incluso decía que “las mujeres no deberían de ir a la escuela porque ahí encontrarían al marido”. Mi madre tenía ganas de estudiar, pero justamente tuvo que ser hija de aquel inhumano.

No tuvimos una buena convivencia, ya que soy principal defensora de las mujeres, desde que me acuerdo, me he cuestionado del por qué la mujer tiene que estar solamente al servicio del hogar, de los hijos y del esposo. Por qué no liderando algo más grande, si somos tan inteligentes, valientes y perseverantes. Cuando era una niña, mi padre tuvo mala racha a causa del alcohol. Los días que bebía, mi madre se asustaba, esto ocasionaba que se fuera a dormir en otro lugar. En lo personal, nunca me dio miedo del cómo actuaba mi padre, en el fondo sabía lo mucho que me quería. Recuerdo que hubo una noche que llegó bajo los efectos del alcohol preguntándome:

–¿En dónde está tu mamá?

Y le respondí:

–Se marchó porque le das miedo.

No me contestó, sólo salió en busca de mi madre. El tiempo transcurrió y nos mudamos a otra casa, siempre había problemas, mi padre tenía mucha tensión con la familia. A veces sólo me metía en una esquina a escuchar aquellas peleas, rezaba por el bienestar de mi madre. Quería tanto a papá y nunca quise que fuera un machista, no podría soportar si le llegaba poner una mano encima a mi madrecita.

Una tarde mis papás peleaban y la discusión escaló otras alturas. Él aventó contra la pared a mi Lupita, me hirvió la sangre al verlo, mi cuerpo se llenó de adrenalina y fui a enfrentar a mi padre; lo aventé contra la pared, agarré su cuello y le dije:

–¡No te pases con mi madre, no voy a permitir que la maltrates, ella hace mucho por nosotros y no merece que la trates así!

Hubo un minuto de silencio, quité mis manos llenas de tierra fresca de la camisa de mi viejo. Salí para soltar toda mi ira contra un árbol, mis lágrimas se azotaban contra mis pies descalzos, tampoco aguanta con la culpa de faltarle el respeto a mi padre, era un buen hombre, nunca me faltó nada, pero no iba a permitir ese tipo de tratos.

No hablé con él por una semana. Después sentí mucha culpa, platicamos sobre el problema, le pedí disculpas sin antes decirle “aunque seas mi padre, no significa que te voy aplaudir esas acciones”. Razoné que al tomarlo del cuello también ejercía violencia, y como dicen “violencia lleva a más violencia”. Pero hay que entender que, aunque sea nuestro padre, hermano, pareja u otro ser que amamos, no debes de permitirle que te alce la voz, ni mucho menos que te maquille a golpes.

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Janeth Jacobo Hernández es totonaca, originaria de Zozocolco de Hidalgo, Veracruz.

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