EL JARDÍN DE LA SELVA MAYA EN LA OBRA DE RON NIGH (1947-2024)
La destrucción, pérdida irreparable de bosques y selvas a escala planetaria y en este continente, es algo que debería de impulsarnos a la reflexión profunda, a la acción. Requerimos una transformación de nuestros modos de alimentarnos, de relacionarnos, habitar, vivir y hasta de soñar. La labor de varias décadas de investigación y enseñanza del doctor Ron Nigh, fallecido el 26 de septiembre de este año, arroja muchas luces sobre la conformación de los ecosistemas de las selvas tropicales, principalmente en el área maya. Dichos ecosistemas fueron planeados, diseñados, co-creados por los pueblos que los habitan todavía, a pesar de la guerra de exterminio que inició con la conquista y que continúa hasta nuestros días de diversas formas. Ron Nigh, quien fuera mi maestro y maestro de muchas personas más, dedicó una buena parte de su vida a cuestionar y desmontar con evidencia el mito del colapso civilizatorio maya causado por el uso irracional de su entorno. Junto con la doctora Anabel Ford, escribieron el libro El jardín forestal maya. Ocho milenios de cultivo sostenible de los bosques tropicales (2015) que documenta las sofisticadas prácticas milperas de los jardineros forestales mayas que se conectan con los patrones de asentamiento de sus ancestros.
Este texto y su investigación en general nos pueden servir como una base para comprender mejor nuestro pasado en esta parte del continente, al tiempo que nos abre salidas al colapso actual. Este proceso empieza por cuestionar tanto el modelo agroalimentario dominante como las propuestas de conservación de la naturaleza. Nos abre a las posibilidades de conectarnos con otras historias, otros proyectos civilizatorios más antiguos y duraderos que la civilización occidental. En estas otras posibilidades, reside también la de volver a ser jardineros de la abigarrada selva partiendo de la sofisticación del conocimiento ecológico indígena:
“Las prácticas contemporáneas de conservación de los bosques tropicales se han basado en el enfoque occidental: eliminar el elemento humano de la ecuación. Sin embargo, las investigaciones ecológicas y botánicas sobre la selva maya revelan un abigarrado jardín dominado por plantas de valor económico que dependen en gran medida de la interacción humana... No se puede ignorar la importancia de los conocimientos ecológicos indígenas. Este conocimiento acumulado del paisaje es lo que hace a la selva maya. La conservación sin el ingenio de los jardineros de la selva maya erradicará los valores que sustentaron la civilización maya” (Ford y Nigh, 2015, p. 174).
¿Cómo acceder al conocimiento acumulado en el paisaje? Eso es hablar con las personas, con los guardianesjardineros de la selva, los que quedan a pesar del exterminio. También con los animales, las plantas e incluso ir más allá. La milpa de alto-rendimiento maya, tal y como la describen Ford y Nigh en sus trabajos, es una forma de agricultura de restauración que previene la erosión y la compactación del suelo, al tiempo que aumenta la fertilidad. También genera reservas de carbono a largo plazo, aumentando tanto la vegetación como la biodiversidad. Para comprender esta complejidad se requiere otro salto entre disciplinas. Es decir, pasar de la antropología, la ecología y la agroecología a la microbiología que se encuentra en la base del microbioma de los suelos. Malabar de disciplinas que precisamente hizo el doctor Nigh, quien estudió en la Soil Food Web School de la doctora Elaine Ingham. Conocer el intrincado tejido de la selva maya implica descifrar la milpa de alto desempeño, un policultivo con un manejo minucioso de las plantas dentro de una visión cíclica amplia. En ella, la milpa, como cultivo de maíz, frijol, calabaza y un largo etcétera de plantas medicinales y comestibles es sólo una fase, una etapa de sucesión en una cadena cuyo fin último es la regeneración de la selva. Como podemos ver, ésta no es la milpa como la conocemos actualmente.
La sucesión arriba genera, se hermana, con la sucesión abajo. Son las plantas mismas las que generan la fertilidad de los suelos gracias a los exudados que secretan, a través de la descomposición de la materia orgánica, en un contagio constante de microorganismos que han evolucionado por cientos de miles de años en ese ecosistema. Es una danza de sucesiones arriba y debajo de la tierra en ciclos largos de tiempo. En este vaivén el maíz es un elemento temprano. Recuperar la fertilidad de la tierra no sólo significa tener alimento para nosotros y otras especies, sino también reconocer que los suelos regulan el clima de nuestro planeta.
La obra de Ron Nigh nos lleva de las selvas antropogénicas a la agroecología histórica, como estudio que une prácticas concretas con la autodeterminación política y la espiritualidad de la tierra:
“Proponemos una agroecología histórica que proporcione un estudio inter y transdisciplinar de los paisajes agrícolas históricos basado en análisis holísticos diacrónicos con el fin de contribuir a su permanencia o a su transición sobre la base de los siguientes principios agroecológicos: biodiversidad (agro) por encima y por debajo del suelo; gestión sostenible de los recursos naturales; uso mínimo de insumos industriales; sistemas agroalimentarios justos; relaciones horizontales entre agricultores; dietas saludables, diversificadas, estacionales y culturalmente apropiadas; autodeterminación política; y arraigo de la espiritualidad en la Tierra” (Rivera-Núñez, Tlacaélel et al., 2020, p. 5). En medio de estos momentos de oscuridad por los que atravesamos, necesitamos urgentemente de estas luces que además Ron siempre supo acompañar de generosidad y dulzura.