FRUTOS DE LA TIERRA / 331
Los frutos de la Tierra, madre de todos los hijos, son para los pueblos una verdad de la existencia. Les nacen los mitos con naturalidad de semillas, o viceversa. El relato de la siembra y la cosecha, aun si pobre, sabe a fiesta en el círculo de las estaciones. El maíz y su familia milpera están en la base de la sobrevivencia ancestral y contemporánea en el México rural e indígena. Por ello son siempre alarmantes las amenazas “modernizadoras” que proverbialmente estropean las virtudes de los productos agrícolas, los degradan a mercancía desde la semilla, imponen derechos de propiedad y aranceles que son un robo y un engaño alimentario. Un arma del capital contra la auosuficiencia y el buen vivir de las comunidades tanto como en las ciudades.
Nunca nos cansaremos de repetir que los campesinos siguen siendo quienes alimentan al mundo. Esto es verdad en África, América y Asia. El campesinado ha perdido terreno en Europa, haciéndola parásita de las importaciones. Es la marca de Occidente: vive de chupar los frutos y los recursos de las naciones colonizadas desde hace siglos, hoy bajo el señuelo del libre comercio y la monetarización suprema de la existencia. Canadá y Estados Unidos dependen de los jornaleros y campesinos migrantes, con frecuencia perseguidos hasta convertirlos en pretexto de los xenófobos y los demagogos de Estados Unidos, que de todas formas los necesitan.
La globalización transgénica y los monocultivos han deformado la producción agropecuaria y con ello la dieta en muchas naciones-granero, como Argentina y Estados Unidos, así como en sus clientes, cautivos de las grandes transnacionales que producen semillas zombi y venenos dentro del producto con presuntas buenas intenciones. En noviembre Ojarasca documenta, comenta y defiende la producción de maíces criollos mexicanos amenazados por las cláusulas, las multas y las imposiciones sociopolíticas de los vecinos del norte. Éstas amenazan no sólo la riqueza y variedad del maíz, sino la entera familia de la milpa compañera, las siete o más flores que lo acompañan: calabazas y calabacitas, frijol, chayote, chilacayote, tomates, flores comestibles, variedad de quelites y chiles que enriquecen el aporte de las verduras convencionales.
También se comentan y retratan aquí los proverbiales agaves que definen el paisaje. Se producen en y para las comunidades mismas, como el inextinguible pulque del centro del país y los mezcales tan diversos, hoy de moda pero todavía artesanales, destilados por los propios productores en cuando menos 18 estados de la República.
El territorio encarna de muchas formas, pero son los frutos de la tierra lo que les da trascendencia. Ello se enmarca en un concepto que propone Domingo García (ver Veredas, página 20), la noción de terroir: “el sabor del lugar”.