COMUNIDADES ANTISISTÉMICAS EN EL MACROISTO DE TEHUANTEPEC
Me resulta difícil teorizar sobre las dimensiones históricas de la comunalidad, siendo la resistencia uno de sus fundamentos, la dificultad estriba en no poder abstraerme de un contexto de violencia ascendente en nuestras comunidades; asesinatos y narco paramilitarismo en Chiapas, Guerrero y Oaxaca y desapariciones en casi todo el país, subrayado por la casi inutilidad y vacío de un poder judicial, propio de este tiempo o coyuntura a la que cierta ingenuidad optimista pretende caracterizar como “humanismo mexicano”; por tanto espero que lo que aquí presento no se interprete como un texto académico más, sino mi interés por compartir algunas reflexiones en torno a cierto carácter antisistémico de las comunalidades. En el ánimo de no confundir a los lectores y de no complejizar el texto, partiré de la definición que hiciera Juan José Rendón, en el sentido de considerar la comunalidad como el modo de vida de los pueblos indios, dando por entendido y sin detenerme a un análisis de sus elementos fundamentales, secundarios y auxiliares, todos ellos ampliamente descritos en función de las comunidades, como se ha demostrado en la aplicación y/o implementación de los talleres de diálogo cultural (TDC, en adelante). Partiendo también del carácter autonómico de cada uno de los elementos fundamentales e históricos de la comunalidad, me parece hasta cierto punto tautológico hablar de comunalidades autónomas, por lo que he preferido hablar de comunalidades antisistémicas.
Dentro del pluriverso comunal, encuentro también la comunalidad como uno de los nudos de la resistencia que se erigen de manera lógica y casi automática, dentro de las alternativas al modelo civilizatorio en crisis, es decir, en palabras de Wallerstein, como una de las rutas de transición en las diversas bifurcaciones históricas que se presentan a la humanidad en estos tiempos del Kairos; las formas histórico comunales asiáticas, africanas, orientales, amerindias y aún europeas constituyen partes de lo que aquí estoy presentando como el pluriverso comunal. Los aportes, intercambios y asimilaciones entre las culturas del maíz, el arroz, el trigo, la cebada, la yuca y la malanga, entre otros, son indudablemente reflejos de la materialidad cultural de ese pluriverso comunal al que me refiero. El guendalisaa, guendanazaaca, guendanayeche, suma kawsay, suma kaamaña, lekil kuxlejal, y muchos otros conceptos o categorías con las cuales nuestros pueblos han idealizado el objeto de las múltiples resistencias antisistémicas, también hacen parte de lo que he denominado en otros trabajos como el ethos comunal.
Ahora bien, los distintos ámbitos de comunalidad, como los denominara Gustavo Esteva, presentan dimensiones históricas diferenciadas, la mayoría de las veces difíciles de comprender por los antropólogos y/o sociólogos que se han aventurado a disertar en torno a la comunalidad estrictamente desde sus expresiones comunitarias. Esto fue perceptible en el caso mexicano en los debates sobre la autonomía regional versus autonomía comunitaria que en su momento el Estado debería reconocer en su relación y reconocimiento de los derechos de los pueblos indios. Un debate que al parecer no vendría más al caso dadas las pretensiones autonómicas antiestatales, a casi treinta años de aquel debate generado en el contexto de los diálogos y primeros acuerdos de San Andrés.
Algunas particularidades de estos debates no pueden soslayarse pues forman parte de dichas dimensiones históricas a las que aquí y en lo subsecuente cabe hacer referencia para subrayar el carácter histórico autonómico y antisistémico de las comunalidades de nuestros pueblos y naciones indias.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, en un lapso o periodo histórico que va de 1660 a 1720, que también se podría denominar de reconstitución de nuestros pueblos, se registraron sendas rebeliones indígenas, no podrían ser de otro carácter, en el amplio territorio sureño que ahora denomino el macroistmo de Tehuantepec.
Así las referidas naciones indias, como la chontal (tequisistleca), binnizá, mixe, zoque y mayas (choles,tzeltal y tsotsil), subvirtieron un supuesto “orden colonial”, cuando en realidad recreaban y reconfiguraban circuitos alternativos comunales de una economía india que competía y por tanto chocaba con los supuestos circuitos económicos “hegemónicos” coloniales. Los historiadores colonialistas, en todo el sentido de la expresión, siempre interpretaron dichas rebeliones, a partir de análisis históricos coyunturales, en tanto manifestaciones del “violento” descontento de nuestros pueblos dadas las agudas condiciones de explotación impuestas por los elevados tributos y cuotas de repartimientos, propias de la época.
En la historia económica del tiempo aludido, se percibe la reconfiguración de un sistema-mundo al cual nuestras comunidades, aparentemente periféricas y marginales, se encontraban directamente vinculadas alimentando la importante demanda de colorantes naturales que la naciente industria textil del norte de Europa requería en su macro proceso global de acumulación originaria. Como ya algunos historiadores hemos afirmado y evidenciado en otras partes, tres cuartas partes del comercio ultramarino de colorantes naturales era alimentado por los mencionados circuitos alternativos, no pagaban alcabalas, evadían los repartimientos y, seguramente, cruzaban el océano en embarcaciones de piratas, ingleses, holandeses y franceses, entre otros.
El repaso anterior viene al caso para mostrar parte de los fundamentos históricos de las comunalidades económicas antisistémicas de nuestros pueblos en largos procesos de transición y de reconfiguración de, para aquel entonces, un nuevo orden mundial, es decir, el sistema mundo capitalista; la grana cochinilla y el cacao, al igual que el maíz, la calabaza, el frijol, el chile, el camote, chayote y un largo etcétera, en tanto productos pertenecientes a una cultura milenaria propia de nuestros pueblos, jugaban un papel trascendental en ese proceso de reconstitución desde sus propios circuitos alternativos, evidentemente, más que el oro y la plata. Por supuesto que el mercado existía y nuestros pueblos no se encontraban ajenos a ello, pero habrá que tomar en cuenta y no perder de vista que el mercado siempre fue anterior al capital. Llamo la atención en estas historias porque creo que son las que hay que mirar y analizar en el ánimo de imaginar los puentes necesarios que en el futuro ayuden a definir los circuitos comunales antisistémicos, reales o virtuales, sobre los que tendrá que transitar un nuevo esfuerzo económico organizativo que incida en la reconfiguración de un orden alternativo al neoliberal que hoy padecemos.
Por su parte, las comunalidades sistémicas también son perceptibles en los distintos ámbitos de la vida comunitaria, después de la Revolución Mexicana, ya entrado el siglo XX, se dio el reconocimiento y titulación de los bienes comunales de pueblos originarios en casi todas las regiones indias de México. Esto fue parte y resultado del ímpetu revolucionario agrarista que se viera reflejado constitucionalmente en el Artículo 27 Constitucional. Uno de los fundamentos históricos y legales en este proceso fue y ha sido la recuperación y reconocimiento de los títulos primordiales otorgados por la Corona española durante la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII, gran parte de los planos definitivos del territorio de las comunidades se inspiró en la demarcación del territorio planteada en dichos títulos. Para el caso de la ubicación territorial de varios pueblos que hasta ahora habitamos en el macroistmo, este proceso presentó la delimitación de comunidades agrarias que antes compartían e interactuaban en un territorio más amplio. El surgimiento de la República en el siglo XIX diferenciaba los estados de Veracruz, Oaxaca y Chiapas, tomando como base los límites territoriales que los pueblos ya habían reconocido formalmente con base en sus títulos primordiales. Tal fue el caso de las comunidades de Cotzocon y Chimalapas, para marcar las colindancias territoriales de estos estados de la naciente federación. Así, en una larga coyuntura de transición, los títulos primordiales, heredados del viejo orden colonial, fungieron en el contexto de la revolución agrarista como un fundamento antisistémico en la destrucción del orden feudal hacendario de los latifundios en México, aunque, por otro lado, desconfiguraron el sentido originario de la territorialidad nacional de nuestros pueblos.