DESPUÉS DEL MAÑANA
Serenidad post apocalíptica. Es lo que respira en este inesperado óleo del artista, y amigo de Ojarasca, Antonio Ortiz Gritón (1953-2024). A mil cien años de José María Velasco e imaginarios años luz del día de hoy, el Valle de Anáhuac ha recuperado el reposo y algo de su lago. Los volcanes son decididamente blancos. Como hay agua, asoman áreas verdes. La transparencia del aire parece haber vuelto.
El óleo El Valle de México en el año 3043, aparece en las antípodas de la aventura plástica del Gritón, estridente como su nombre indica, arrebatada de colores con la osadía que tuvieron Siqueiros y Pollock, la misma que tienen hoy los muralistas callejeros fuera del presupuesto institucional, exclusivamente ornamental, y son por ende una especie amenazada: repre o cooptación.
A gritos y brochazos Gritón acompañó con persistencia movimientos sociales como el zapatismo, así como la permanente demanda por los 43 de Ayotzinapa, la búsqueda de desaparecidos, las luchas feministas y contra los feminicidios de los años recientes, la defensa del medio ambiente y los territorios. Él mismo era un territorio autónomo. Nunca panfletario, su mensaje fue claro, con frecuencia sin necesidad de ser explícito.
Se agarraba a puñetazos con Kandiski y salía, no sangrando, pero sí todo chorreado de pintura. Hasta la barba.
Un arte activo y en acción que expresó siempre con una suerte de violencia que en su persona no tenía. Calidez, emotividad, ternura arrolladora, una velocidad de pensamiento y manos imposible de alcanzar. En este cuadro, el torbellino que haya sido ya pasó. Volvió el reposo a la cuenca del Valle. También aquí hay un grito, pero más allá del silencio.