EMILIANO ZAPATA Y LA LENGUA MEXICANA / 332
A pesar del metódico acercamiento al héroe del sur y sus irrefutables datos de archivo, John Womack asegura que Emiliano Zapata no conocía la lengua mexicana —o náhuatl— “en lo más mínimo”, y que necesitó traductores para estudiar los títulos de propiedad de Anenecuilco. 1 Como ha demostrado Miguel León Portilla (1978), esta afirmación es incorrecta. Varios documentos prueban lo contrario.2 En especial, recordemos el testimonio de doña Luz Jiménez, recopilado por el profesor Fernando Horcasitas. Cubre la infancia de doña Luz en el pueblo de Momochco Malacatépec —Asunción Milpa Alta— y sus recuerdos de los tiempos previos a la revolución de 1910 y los años de guerra. Esta obra constituye una joya de inestimable valor histórico y lingüístico. Una de las escenas más memorables de la relación de doña Luz es la entrada del tlatihuani Emiliano Zapata a Milpa Alta:
[…] tlatihuani Zapata Morelos. Ihuan omixmatia ican cuali itzotzoma ocualicaya. Oquipiaya ce calacecahuili patlactic, polainas, ihuan […] Itlacahuan oquipiaya intzotzoma nochi iztac: icoton iztac, icaltzon iztac ihuan tecahtin. Inimequez tlaca nochtin otlatoaya macehualcopa […] Noihqui tlatihuani Zapata omotlatoltiaya in macehualatoli. Ica on icuac omocalaquia in Milpa Alta nochtlacatl oquicaquia tlen omitalhuiaya. Inimequez zapatistas oquipiaya in calacecahuil; itech oquintlaliliaya tlen isanto oquitlazotlaya oncuanon quipalehuiz. Nochtin iqui on ohualaya in calacecahuil ica santo.
[…] Lo primero que supimos de la revolución fue que un día llegó [un gran señor Zapata, de Morelos. Y se distinguía por su buen traje. Traía sombrero ancho, polainas y fue el primer gran hombre que nos habló en mexicano]. Cuando entró, toda su gente traía ropa blanca: camisa blanca, calzón blanco y huaraches. Todos estos hombres hablaban el mexicano [casi igual que nosotros]. También el señor Zapata hablaba el mexicano. Cuando todos estos hombres entraron en Milpa Alta se entendía lo que decían. Estos zapatistas traían sus sombreros; cada uno traía el santo que más amaba en su sombrero, para que lo cuidara. Venían todos con un santo en el sombrero (1968, 104-105).
Un dato de suma relevancia es que doña Luz llama a Zapata “tlatihuani”, “el que habla”, como se nombraba a los antiguos monarcas mexicanos. Él habla por los de abajo, los representa. Vestía elegantemente, con traje de charro, a diferencia de sus seguidores campesinos, vestidos con la típica camisa, calzón blanco y huaraches. También sorprende el dato sobre la religiosidad de las tropas zapatistas, cargando a su santo preferido en el amplio sombrero que los caracterizaba. Zapata, sigue doña Luz, se paró frente a sus hombres y se dirigió al pueblo de Momochco, incitándolos a que se unieran a sus tropas:
“¡Notlac ximomanaca! Nehuatl onacoc; oncan on ica tepoztli ihuan nochantlaca niquinhuicatz. Ipamapa in Totatzin Díaz aihmo ticnequi yehuatl techixotiz. Ticnequi occe altepetl achi cuali. Ihuan totlac ximomanaca ipampa amo nechpactia tlen tetlaxtlahuia tlatquihua. Amo conehui ica tlacualo ica netzotzomatiloz. Noihqui nicnequi nochtlacatl quipiaz itlal; oncuan on quitocaz ihuan quipixcaz tlaoli, yetzintli ihuan occequi xinachtli. ¿Tlen nanquitoa? ¿Namehuan totlan namomanazque?”
“¡Júntense conmigo! Yo me levanté; me levanté en armas y traigo a mis paisanos. Porque ya no queremos que nuestro padre Díaz nos cuide. Queremos un presidente mucho mejor. Levántense con nosotros porque no nos gusta lo que nos pagan los ricos. No nos basta para comer ni para vestirnos. También quiero que toda la gente tenga su terreno: así lo sembrará y cosechará maíz, frijolitos y otras semillas. ¿Qué dicen ustedes? ¿Se juntan con nosotros?” (104-105).
Oímos en la voz de Zapata la antigua lengua de aquellos seres (in)visibles, todavía viva. Resuena la idea de dirigirse al monarca —presidente— como “padre” del pueblo. Díaz era un mal Totatzin, al que ya no se quería y cuyos malos cuidados se rechazaban. No cumplía con su gente. Se pide una mejor sociedad. “Ticnequi occe altepetl achi cuali”. Aunque Horcasitas lo traduce como: “Queremos un presidente mucho mejor”, la palabra “altepetl” se refiere a la entidad colectiva, al tejido social inherente a la comunidad, que en ese momento habla en plural. No es Zapata quien lo pide, son todos los zapatistas —ticnequih. Encontramos, también, el germen agrarista de la rebelión de los guerrilleros del sur: “Noihqui nicnequi nochtlacatl quipiaz itlal; oncuan on quitocaz ihuan quipixcaz tlaoli, yetzintli ihuan occequi xinachtli”. Zapata desea que cada persona tenga su pedazo de tierra para sembrar maíz, frijolitos y otras semillas. Un sistema de propiedad parecido al antiguo calpulli azteca, una de las premisas, como señalamos, fundamentales del Plan de Ayala.
La respuesta a las palabras del tlatihuani Zapata fue, en principio, silenciosa. “Ayemo ca otlananquili”. “No hubo quien contestara”. “Y pasaron los días”. “Ihuan opanoc tonaltin” (194- 105), hasta que fue creciendo la semilla revolucionaria. Cuenta doña Luz Jiménez el sentimiento de alegría con que Zapata se entrevistó con los pueblos aledaños, la gran fiesta de la revolución, la esperanza popular anterior a los balazos:
Iqui on oquinamiquiliaya in general Zapata. Oquinchihualtiaya nochi altepeme quinamiquitihui in general. Miac tlaca ihuan cihaume ica xochitl ihuan musicatin tlatzotzonazque ihuan oquicuecuepotzaya in cuete icuac calaquiz ihuan quitzotzonazque diana.
Así era recibido el general Zapata. Hacían que todos los del pueblo fueran a encontrar al general. Iban muchos hombres y mujeres con flores y una banda para que tocara y tronaban los cohetes cuando entraba y se tocaba la diana (104-105).
Flores, música, cohetes, dianas. Así celebraron los pueblos a aquellos “forajidos”, “bandoleros”, “criminales”, “bárbaros”, “indios”, a “la chusma de Zapata”, al “Atila del Sur”, nombres con que se mofaban de él y de sus hombres los oligarcas.
Y todos se entendían en su antigua lengua. De allí que este relato de doña Luz Jiménez resulte fundacional. Sentimos a otro Zapata, diferente al que siempre tiene que hablar con sus perseguidores, con los que quieren matarlo. Hay aquí, otra voz, otro tono, aunque las ideas sean similares. Las peticiones del Plan de Ayala articuladas en mexicano, la lengua en que acaso fueron concebidas. En fin, la lucha era antigua, una resistencia de 400 años. Krauze anota a este respecto:
En 1910 habían transcurrido casi cuatro siglos de resistencia desde la Conquista. Virreyes, encomenderos, oidores, hacendados, misioneros, visitadores, intendentes, corregidores, insurgentes, presidentes, emperadores, gobernadores e invasores habían ido y venido con sus filosofías e idolatrías, sus banderas y sus leyes. La tierra seguía allí. También seguían allí los indios, muchos de ellos amestizados, pero todavía en unión íntima y sustancial con la tierra. Y también seguían allí los pueblos, celosos de su identidad particular, recelosos de los pueblos vecinos. En aquel parteaguas nacional, el 41% de ellos había logrado retener sus tierras (1998, 80).
Por un lado encontramos a “los opresores en turno” como los llama Lienhard (1992, XLIII), con sus ideologías, sus interpretaciones del mundo y, ¿por qué no?, hasta sus “idolatrías”; por el otro lado, los “indios”, los pueblos, la tierra, en el centro de la historia, resistiendo. El relato de doña Luz Jiménez abre las puertas a otro país que se articula en una de las lenguas originarias del México profundo. Algo misterioso se siente al leer —escuchar— las palabras de Zapata en “mexicano”.3 Un eco que buscamos reconocer y que toca fibras (in)visibles. Podemos sugerir, entonces, una hipótesis contraria a la que sostienen los documentos de Womack: la lengua materna de Zapata era la mexicana — a pesar de la insistencia oficial por “mestizar” la historia de México—, lengua que, como señaló Fernando Horcasitas “no está tan alejada en su forma del que hablaron Cuauhtémoc y Moctezuma” (1968, 12). Con ella se comunicó con sus compatriotas y con los pobres de México. Utilizaba el español para asuntos oficiales y para lidiar y combatir a los hacendados, a los sucesivos gobiernos, y a los federales que acabaron por asesinarlo. Este hecho es importante porque, al igual que los criollos del siglo xix, los triunfadores mestizos de la revolución de 1910 establecieron una política de borramiento —erasure— de las lenguas prehispánicas, y de asimilación de los pueblos indígenas a la ideología hipanohablante. Todavía hoy persiste esa batalla lingüística. Para el investigador, Zapata se vuelve un conjunto de datos. Para el pueblo, un mito, un símbolo de resistencia y oposición. Y una voz antigua y melodiosa, como la foto de los caballeros-tigres, nos habla desde muy lejos.
Hay que quedarse con alguna imagen de Zapata. El 10 de abril de 1919, un día sereno de aire transparente, al tlatihuani Zapata le falló el instinto guerrero y fue sorprendido por “una descarga cerrada de fusilería” (Gilly 1994, 312). Su cadáver fue expuesto en Cuautla para “escarmiento” del pueblo y regocijo del gobierno de Carranza. Como apunta Krauze, el caudillo del sur no peleó ni por venganza ni por un patriotismo vago, sino por la madre tierra, To Nantzin Tlalli, por un “matriotismo” entrañable e inconfundible (1998, 282).
Quedémonos con él, en un cuadro de Arturo Sánchez (1907-2001), como guerrillero redivivo, guardián de la milpa, de los sembradíos, de los recursos naturales, fuentes de vida que, ayer como hoy, son arrebatados por la ambición de los imperios, de los poderosos, de los ricos —“tlaca tlatquihuatoton”, según los llama doña Luz Jiménez (en Horcasitas 1968, 110)— y que deben ser defendidos por los herederos de las ideas del caudillo de Anenecuilco. Ahí queda, pues, congelado en el tiempo, surgiendo con prestigio y luz de los surcos de la madre tierra.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
Adolfo Gilly, La revolución interrumpida. 1ª reimpresión corregida y aumentada. México: Ediciones Era, 1994.
Jane H. Hill y C. Kenneth, Speaking Mexicano: Dynamics of Syncretic Language in Central Mexico. Tucson : University of Arizona Press, 1986.
Fernando Horcasitas, De Porfirio Díaz a Zapata. Memoria náhuatl de Milpa Alta. Textos de doña Luz Jiménez. Recopilación y traducción de Fernando Horcasitas. Nota preliminar de Miguel León Portilla. Dibujos de Alberto Beltrán. México: UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas, 1968.
Enrique Krauze, Biografía del poder. Caudillos de la Revolución mexicana (1910-1940). 5ª ed. México: Tusquets Editores México, 1998.
Miguel León Portilla, Los manifiestos en náhuatl de Emiliano Zapata. México: UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas, 1978.
Martin Lienhard, ed. Testimonios, cartas y manifiestos indígenas (Desde la conquista hasta comienzos del siglo XX). Selección, prólogo, notas, glosario y bibliografía de Martín Lienhard. Caracas, Venezuela: Biblioteca Ayacucho, 1992.
John Womack Jr, Zapata y la Revolución mexicana. 2ª edición. Trad. Francisco González Aramburu. México-Argentina- España: Siglo XXI editores, 1969.
NOTAS:
1. Womack escribe: “Hablaban náhuatl, el idioma indígena regional, tan sólo alrededor del 9.29% de la población de Morelos en 1910… Por supuesto, los que leían náhuatl eran todavía menos. Al hacer su estudio de los antiguos títulos de Anenecuilco, en septiembre de 1909, Zapata necesitó traducciones del náhuatl, que no conocía en lo más mínimo, y envió a su secretario a Tetelcingo, situado al norte de Cuautla. Allí, sólo el sacerdote del pueblo, que había estudiado el idioma en la escuela, en su nativo Tepoztlán, pudo descifrar las palabras” (1969, 69, n. 9, énfasis nuestro).
2. Para esta discusión, cf. León Portilla, “¿Hablaba Zapata el náhuatl?” (1978, 41-44). Todavía en 1940, había municipios de Morelos, como el de Tetela del Volcán o el de Tepoztlán, donde más de la mitad de la población hablaba en mexicano.
3. Desde el siglo XVI hasta el XIX se habla de la lengua “mexicana”. El término “náhuatl” fue creado por los criollos que, al apropiarse del término “mexicano” para definir la nacionalidad, consideraron inaudita la idea de utilizar, también, el “mexicano” como lengua nacional. Mexicanos sí, pero hispanófonos. Así se generó la idea de las tribus nahuas y el “náhuatl” para reemplazar al mexicano que, además, se convirtió de lengua en “dialecto”. Hablar de la “lengua mexicana” como la lengua franca que se hablaba en el México prehispánico (y que hoy hablan cerca de 4 millones de habitantes) entra dentro de las acepciones aceptadas y tiene, como señalan Jane H. Hill y Kenneth C. Hill, “prioridad en la tradición gramatical” (Speaking Mexicano 1986, 91).