ESTA MEMORIA ESTÁ REVIVIENDO A CADA RATO / 332
RECONOCER NUESTRA FUERZA EN MEDIO DE LA DEBILDAD: SILVIA RIVERA CUSICANQUI
Silvia Rivera Cusicanqui, socióloga boliviana, activista anarquista, feminista, estudiosa y defensora de los pueblos originarios, estuvo en México el pasado noviembre invitada por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde participó en el V Coloquio Internacional Horizontes Emancipatorios, con la conferencia “La autodestrucción del Estado/Nación. Comunalidades autónomas con la tierra, la vida y la libertad”. A continuación presentamos una edición de su participación.
LA EMANCIPACIÓN
Mi enfoque de la emancipación tiene que ver con la vida cotidiana y está basado en un artículo que he escrito y publicado con Vicky (Virginia Ayllón) y otros hermanos y hermanas de Bolivia y de otros lugares. Ahí expreso el modo en que me afecta personalmente la crisis, en el aquí y ahora. Lo que vivimos son procesos de frustración y derrota colectiva. Hay una pérdida del espíritu de comunidad y de colectividad durante estos procesos de crisis.
Especialmente distingo el periodo pre y postpandemia. El fenómeno de la pandemia tuvo un impacto tremendo en cambiar la cultura de la intercomunicación y de la interrelación humana y animal. Estábamos tan encerradas, prohibieron que saliéramos las personas mayores de 60 años. Yo tengo una perrita recogida de la calle y era terrible porque teníamos que salir antes de que despertaran los policías. Me amenazaban, porque coincidió la pandemia con una dictadura de orden parlamentario que nos metió en una situación de aislamiento y de incomunicación.
La pandemia fue una experiencia de militarización y de autoritarismo cotidiano en las calles. La memoria me trajo al alma los momentos de encierro de las dictaduras, un efecto concreto en mi cuerpo de revivir el encierro, la cárcel y la desmemoria obligatoria a la que de alguna manera nos condenó el Golpe, primero de Banzer en 1971, cuando yo estaba embarazada de mi primera hija, y después el de García Meza, que después de un breve tiempo en la cárcel y en la embajada mexicana, me trajo a este país.
Ésas fueron experiencias que recuperaron la capacidad de pensar con mi propio cuerpo y de expresar a través de algunos elementos de catarsis esos sufrimientos de la derrota. Las victorias sociales en el caso de Bolivia, donde hay estallidos de aparente florecimiento de la vida colectiva, de la comunicación, de la vida en las calles, son breves; y las derrotas son largas. La victoria pequeña que pronto se desmorona en frustración, se convierte en una especie de decepción para decir: “¿para esto hemos luchado?, ¿para que suban esos fulanos al poder y para seguir con la misma historia neoliberal y de depredación?”. Sin embargo nos alimenta esa memoria de la calle vibrante, de la marcha, de la actitud colectiva de resistencia. Nos alimenta para vivir la derrota.
En mi caso, hubo también una expresión de la derrota que sufrimos en el Golpe de Natusch, una masacre de más de 300 personas, que pude expresar a través del video “Wut Walanti”, lo irreparable, que es una suerte de conjura de la memoria dolorosa de ese momento en el que se perdieron tantas vidas durante la festividad de Todos Santos. Aviones disparaban a multitudes sin distinguir qué estaba haciendo esa multitud, y no eran multitudes que marchaban en resistencia al gobierno, sino gente que estaba haciendo las ofrendas en los cementerios para sus muertos.
Lo que me ha sostenido durante esos momentos de derrota han sido expresiones creativas, como el caso de Wut Walanti, o en el caso de la dictadura de García Meza, con el libro Oprimidos pero no vencidos. Es una forma de deseo, de ser, de que la opresión nunca llegue a ser tan brutal que te lleve al silencio, y que si logras mantener un espacio de memoria, algo de esa luz que te ha dado la lucha colectiva puede ser otra vez alumbrado y revivir los siglos de derrota y revertirla, porque en realidad nunca hay una derrota moral. La batalla moral siempre la ganamos nosotros. Nos matan, nos masacran, y sin embargo no logran quebrar la voluntad de vivir, de crear y de resistir colectivamente.
EL DESMORONAMIENTO DE LA ESPERANZA
Ahora estamos viviendo una derrota muy paradójica, porque es la derrota y el desmoronamiento de la esperanza que se tuvo en los gobiernos “progresistas”. Los grandes ciclos de insurgencia y de reflujo siempre han tenido esa capacidad de reconstituir las redes de la lucidez política y el afecto que nos une a quienes están en la marcha del TIPNIS, con los grupos anarquistas músicos, a los cuales me uní a la cola para poder alimentarme de esa energía. Para mí esas memorias son un alimento en momentos tan críticos, tan profundos de desmoronamiento de la confianza en las demás personas, en los proyectos políticos. Quizá ustedes no lo han vivido ni lo están viviendo, pero en nuestro caso y definitivamente para mí es el colapso del Estado, que no es un colapso político, sino lo que representa vivir periódicamente el incendio de la Amazonía. La Amazonía boliviana se ha quemado cuatro veces y cada vez son más hectáreas.
El bosque chiquitano tiene cuatro incendios consecutivos y la posibilidad de regeneración no es de diez o veinte años, sino que ya no sabemos si es posible que ese bosque se regenere algún día. El último incendio fue de un nivel brutal, provocado deliberadamente por los llamados “interculturales” que expanden sus sierras y cambian el uso de la tierra de forestal a agroforestal y de agroforestal a agrícola. Reciben títulos de reforma agraria para plantar no sé qué, posiblemente coca pero también podría ser soya.
También puede ser para vender la tierra, y también, lo que es más cruel de ver, es que en toda la Chiquitanía han empezado a construir hornos para hacer carbón con los árboles quemados. Con esos árboles, antes de que terminen de quemarse, están haciendo carbón para las parrilladas, para exportarlo al Perú, para venderlo, revenderlo. Hay una dinámica de fieras sueltas, de fieras humanas.
La Navidad anterior estuve escapando en un lugar que se llama Senda Verde, donde acogen animales que están maltratados, que han estado cautivos, como jaguares, tucanes, guacamayas, especies de monos. Ahí los que estamos enjaulados somos el animal más peligroso, el humano. Pasamos por corredores encerrados y los animales están libres. Es un símbolo muy grande en la inversión de valores.
RESISTENCIAS MICROPOLÍTICAS
En un inicio teníamos la intención de que las formas de resistencia callejera influyeran en las políticas públicas. Hoy esa esperanza se ha caído. Es el ejemplo de las ferias de la Coca y Soberanía. Hicimos siete ferias para demostrar que la coca es un alimento que no sólo es para la industria ilegal de la cocaína, sino para alimentarnos físicamente. La harina de coca es un maravilloso alimento que consumo todos los días y cuando dejo de consumirla se me empiezan a romper las uñas porque dejo de tener el calcio de la hoja de coca. En esas ferias constatamos que hemos tenido esperanzas desmesuradas en un gobierno cocalero, pensando que iba a haber una apertura hacia otros usos de la coca. Pero la última Feria de Coca y Soberanía fue cuando entró un cocalero al gobierno.
Ese gobierno empezó a mostrar mecanismos de férreo control estatal sobre espacios que pudieron haber sido perfectamente gestionados por la gente. Haber logrado una transformación fue para que nada cambiara. No cambió esa omnipresencia del Estado. Y lo que pasó fue que la gente se empezó a acostumbrar a la subvención de la vida cotidiana, a no gestionar su propia alimentación, sino a recibirla en forma de bonos y subsidios que tienen un doble filo. El subsidio materno-infantil muestra el filo patriarcal, misógino, porque sólo se reconoce a las mujeres en tanto que son madres lactantes, y como no hay trabajo y la mujer es la que trae la comida, terminan subvencionando a sus propios feminicidas y violentos en los hogares.
Hay una perversa gestión de la vida cotidiana que revela el colapso del Estado como estructura. No es el Estado plurinacional, no es la derecha, no es la izquierda. Es el Estado como estructura, su incapacidad de tener una empatía y una apertura hacia las demandas de la gente y de la sociedad civil.
En la metáfora de la música barroca, hay un bajo continuo como algo que está detrás de la melodía. El bajo continuo detrás de las idas y venidas de la izquierda y la derecha, son los militares. Es el aparato militar el que controla en forma continua desde 1964 al Estado boliviano. Se disfraza de neoliberal, de populista, de indio, pero siguen siendo mafias militares las que controlan la estructura general de distribución territorial y de gestión de la vida.
LA METÁFORA DEL PANTANO
Lo que está ocurriendo en esta crisis exacerbada es la metáfora del pantano que absorbe a la persona que lo pisa y que va creando situaciones en las que cada vez está más lejos la orilla con la que te puedes salvar. La resistencia metafóricamente son los pequeños círculos de arena firme que te permiten salir del pantano. Lo que está ocurriendo es una fragmentación del tejido social que se asemeja a un pantano de hundimiento del espíritu de la colectividad, y eso ha llevado a un deterioro que en Bolivia le llamamos la ch’ampa guerra.
La ch’ampa es el tepe, que es cuando transplantan pasto de un lugar a otro. Le decían ch’ampa guerra porque en los años previos a la dictadura de Barrientos hubo una pelea entre campesinos, entre Cliza y Ucureña, que le llamaron despectivamente ch’ampa guerra porque era guerra de indios y se tiraban como ladrillos los tepes, las ch’ampas. Esa idea de la ch’ampa guerra ha vuelto a renacer y es la pelea entre iguales.
A eso hemos llegado con el conflicto entre dos alas del MAS. Pero no es de ahora, es una repetición. Lhasa de Sela tiene una canción con la frase “Toda repetición es una farsa, es una ofensa”. La repetición es ante todo una ofensa porque estamos reviviendo situaciones ya vividas, pero además sustentadas en la desmemoria. Nadie se acuerda de eso que pasó en la ch’ampa guerra de Barrientos.
LA DISTANCIA ENTRE LAS PALABRAS Y LOS HECHOS
Hay un resultado que tiene que ver con el vaciamiento de las palabras. El edificio discursivo de lo plurinacional, del progresismo, de la democracia étnica, se desmorona como un castillo de naipes. De grandes a pequeñas estructuras, la cultura prebendalista y patriarcal sigue reproduciendo un sistema perverso de colonialismo internalizado.
La característica fundamental de este sistema es la doble moral, la distancia entre las palabras y los hechos, y la misoginia, el odio a la mamá. Subsidio materno infantil es un ejemplo suave, la violación sistemática de niñas y adolescentes es un atroz recordatorio de una larga tradición misógina del Estado y del estamento del núcleo duro del Estado, como decía René Zavaleta, que es cuando ya no hay legitimidad de ninguna clase, se desmorona el edificio discursivo y llega la verdad, la fuerza bruta que depreda tierras, cuerpos femeninos, bosques e incluso cuerpos masculinos, jóvenes, de la gente desechable.
Hay intereses incendiarios que cuentan con apoyo público y que generalmente los discursos estatales dicen que es el cambio climático, que no hay nada que hacer y que hay que mandar una representación a las Naciones Unidas para hablar en contra de él. Eso es un discurso perverso que elude la responsabilidad de cada Estado, de cada núcleo de poder, en los horrores cotidianos de la depredación de cuerpos, de bosques y de tierras.
En toda esa trayectoria el anarquismo se convierte en una memoria propositiva del futuro, una memoria que permite imaginar, prefigurar y anticipar un futuro que nos nutra de un ciclo de resistencia para superar la fragmentación y evitar los casilleros. Nos encasillan, somos feministas y no tenemos nada que ver con los indios, somos indianistas y que las mujeres hagan lo suyo, somos anarquistas y no tenemos nada que ver con mujeres ni indios. Hay una perversidad que tiene que ver con la falta de conciencia de en lo que estamos metidos todas y todos.
RECONOCER NUESTRA FUERZA
Amo los idiomas nativos porque no tienen género y rescato la palabra jiwasa, que es la cuarta persona del singular. Jiwasa quiere decir nosotros pero como sujeto de enunciación singular, el nosotros colectivo, el yo colectivo.
Habitar la contradicción es lo que he plasmado en la epistemología ch’ixi. Ahí defiendo la micropolítica localizada en espacios concretos, reconocer nuestra fuerza en medio de la debilidad. Eso se nutre de pensadores y pensadoras que han vivido al borde del peligro y al borde de la extinción. Es rescatar los horizontes de la memoria colectiva que está encerrada en objetos concretos.
En la marcha del TIPNIS un compañero trajo semillas de tabaco. Sembramos las semillas y nació el tabaco, y un yatiri nos dijo que esa planta nos quiere porque hemos defendido su tierra, y ahora tenemos los hijos y las nietas del tabaco. Esa memoria que está encerrada en la plantita del tabaco la revivo cotidianamente. Todas esas pequeñas historias me llevan a un nivel un poco más abstracto para plantear la necesidad de superar las aporías de vivir en la crisis como disolución, unir la teoría con la práctica, la mano con el cerebro, recuperar dialéctica y selectivamente la doble herencia incorporada al anhelo utópico de comunalidad, que fue un anhelo que estaba incubado desde las primeras comunidades libres que salieron del Estado y se volvieron nómades, cuando en realidad fueron primero campesinas.
Lo que quiero concluir es que esta memoria no ha muerto. Esta memoria está reviviendo a cada rato, porque en cada movimiento de autonomía, de autogestión y de libertad de pensamiento y de acción vuelve a vivir la voz de los anarquistas. Está la palabra expropiada, la palabra que nos roba ese cabrón de Milei, que se dice libertario, pero hemos querido afirmar la condición propia de la palabra.