CHAKAM PULIC INIK. MEMORIAS DEL IMPOSIBLE RETORNO / 333 — ojarasca Ojarasca
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CHAKAM PULIC INIK. MEMORIAS DEL IMPOSIBLE RETORNO / 333

MASKA DE LA CRUZ (TÉNEK)

Cómo extraño las tardes a la orilla de la milpa, en las que escuchaba las historias que mi abuelo me contaba, viendo las hojas del maíz, marchitas por el calor del mediodía, mientras levantaba su mirada al cielo, como pidiendo que lloviera. A ratos, se quedaba callado y se escuchaba el canto de los grillos, a punto estaba de oscurecer. De repente, se oía un ruido en el maizal, seguramente un mapache hambriento venía por su elote. Mi abuelo agarraba su machete y para suerte del mapache soplaba el aire y todas las matas de maíz empezaban a moverse. Y entre el ruido del maizal, el mapache aprovechaba para irse.

–Ya vámonos abuelo, ya es tarde, mi mamá nos estará esperando para cenar.

Yo sentía miedo, imaginaba que podía ser una culebra, un coyote o un nahual. Él volteaba a verme y me decía:

–¡Tienes miedo chamaco! —se reía de mí.

–No es cierto, no me puedes ver abuelo, está oscuro.

–No te veo, pero puedo sentirte. El miedo es algo que te envenena, entra en tu cuerpo, te roba la tranquilidad, la calma y la paz —contestaba mi abuelo.

–No es cierto abuelo, apúrate —le decía yo, mientras le daba su morral y su azadón.

Mi abuelo era de esos señores que cuidaba tanto su milpa en temporada de elotes que se iba a dormir a su jacal, el que había hecho en medio de su milpa. Una noche, fui a dormir al jacal con dos de mis amigos, jamás volvimos, por miedo a la oscuridad y los ruidos en el monte. Mi abuelo me enseñaba a picar leña, a injertar un árbol tomando en cuenta alguna fase de la luna, a hacer una trampa para el mapache con puros bejucos y palos. Mientras hacía esto, me decía:

–Yo quisiera morir aquí, en mi milpa —y le daba un trago a su aguardiente.

–¡Estás loco, abuelo! —le decía.

Agarraba mi resortera y me iba a la casa.

Para él no existía nada más valioso que su milpa. A menos que fuera día de muertos o la fiesta patronal del pueblo. En esos días, se compraba un sombrero nuevo, limpiaba sus botas y las boleaba. El día de la fiesta patronal, se la pasaba frente a la iglesia escuchando música de viento, la tlahualompa. Recuerdo que en esa fiesta, se puso a bailar huapango, descalzo, con sus hermanas. Un día después, hubo baile en el pueblo. Todos mis hermanos estaban desvelados. Mamá llegó corriendo a la casa gritando:

–¡El abuelo está tirado a media milpa!

La tierra le cumplió su capricho, morir borracho en medio de su milpa.

Pasó el tiempo… me fui a la ciudad y casi olvido quien soy. Quise aparentar algo que no soy. Quise vestir como ellos y me sentí desnudo. Quise hablar como ellos y me sentí sin voz. Quise comer su comida. Quise usar zapatos como ellos, y casi pierdo mi rumbo. Porque para ellos nuestra ropa es inferioridad. Porque para ellos nuestra lengua es dialecto. Porque para ellos nuestra comida es pobreza. Para ellos nuestro color de piel es burla. Para ellos nuestros juegos son aburrimiento. Para ellos nuestras danzas son entretenimiento. Para ellos nuestras creencias son una risa. Para ellos nuestra educación y cultura es salvaje. Para ellos nuestro físico es feo. Para ellos nuestro amor a la tierra es primitivo. Para ellos no somos personas, somos indios. Hoy, este indio se ríe de ellos, recuerda los consejos de su abuelo. Ellos tienen miedo, miedo a enfrentarse, miedo a no tener dinero, miedo a morirse. Este indio voltea, ve a su abuelo, a sus ancestros que le sonríen y le dicen:

–Tranquilo, todo estará bien. Ya te diste cuenta que éste no es tu monte, ésta no es tu vida. ¿Qué haces aquí? Tal vez debas regresar.

WAC HBIL TÉNE K

El monte es mi casa grande. Duermo en este cuarto a la orilla de la milpa, unas calles antes de la molienda. Los árboles de zapote y mango son mi techo. El cielo, mi sábana. Las nubes, mi cobija. Las estrellas y la luna son mi lámpara en la oscuridad. Los jacales de palma son mi sala. Las mazorcas, los pipianes y palmito, mi alimento. Los tlacuaches y armadillos, mi familia. Los burros y los perros, mis amigos. Las gotas de lluvia, mis lágrimas implorándolas para mi siembra. El viento, el hermoso recuerdo de las caricias de mi madre. El fuego, mi tristeza en una tarde al lado de un fogón y los consejos de mi padre. La tierra, mi vida, cada vez que mis ojos ven brotar una planta de maíz. Mi madre es una Tepa. Mi tía es Ix-cjuina. Mi hermano mayor es Xocoyotzin. Mi mayor tesoro, mi lengua tének. Respiro, cierro los ojos, sueño mi pasado danzando sones tradicionales y huapango. Despierto, abro los ojos y le doy un trago a mi aguardiente, dándole gracias a la vida, porque a pesar de todo, sigo siendo huasteco.

MAX IN WIC HELIC H TI CHAKÁMB

Si volviera a ser niño, jugaría con mis carritos de piedra en los caminos de tierra que yo hacía con el machete. Si volviera a ser niño, haría mis burritos con las flores de los árboles de cedro; jugaría a la pelea de gallos con las flores del framboyán; volvería a cortar las flores más pequeñas que están en la orilla del camino a la primaria, para chuparles la miel. Si volviera a ser niño, volvería a imaginarme que con mi “charpe” o la onda mato dinosaurios que vuelvan, cuando espanto los chéncheres y papanes en la milpa. Si volviera a ser niño, a mi machete lo convertiría en espada para cortar el rastrojo al final de la pizca; jugaría a armar castillos con los “bolotes”, después de desgranar las mazorcas. Si volviera a ser niño, correría descalzo hasta llegar a la molienda para jugar a que soy un gran guerrero, mientras les pego a los caballos para que corran y hagan que el trapiche dé vueltas y salga el juego de la caña. Si volviera a ser niño, jugaría con todos mis amigos a tener nuestro propio grupo, nuestros instrumentos con tinas y cazuelas viejas; jugaría al trompo, las canicas y el balero. Si volviera a ser niño, volvería a cortarle la punta a una botella de plástico para ponerle un globo y hacerme un ”tirador” con las bolitas del árbol de chaca; volvería a quitarle las orillas de las tinas viejas para hacerme una rueda y con un alambre rodarlas por los caminos. Si volviera a ser niño, a las hojas de las palmeras secas les cortaría las varitas para armar mis papalotes, volarlos en el campo y pilotearlos sin que choquen en las ramas de los árboles; volvería a treparme a los árboles de naranja o de mangos para recostarme en una rama, mientras escucho el canto de los pájaros y el arrullo del aire, mientras me como un mango o lo dejo caer al suelo, porque ya vi otro más grande y con un color más amarillo. Si volviera a ser niño, le daría de machetazos al árbol de “peém” (de hule) para que sangre su resina y a los tres días yo mismo fabricar mi pelota de hule natural; volvería a ir junto a mis amigos a apedrear gusanos de cuetlas en los árboles de guásima y ver cómo explota su líquido verde. Si volviera a ser niño, invitaría a mis amigos al monte, colgarnos de los bejucos y dejarnos caer en el agua de la zanja, mientras nos bañamos y jugamos. Tal vez no pueda volver a ser niño, pero puedo invitar a mis amigos a recordar lugares, donde fuimos felices.

 

¿JON DO NE TS KI TAJA, MA YA B TI KUA JAT TIC HE? ¿QUÉ VOY A HACER , SI YA NO ES TÁS AQUÍ ?

Cada regreso de vacaciones es lo mismo. Tener que empacar mis maletas con los ojos nublados y el corazón triste. Llenar mi cartón con los plátanos, las naranjas, las yucas o cualquier cosa de la milpa que me regalan mis tíos, mis padres o mis abuelos. Ellos no me dicen que me quieren con la voz, me demuestran de esa manera que me aman.

Hoy, los visité y me platicaron nuevamente de aquel familiar que extrañan y quisieran ver, antes de que descansen.

Aquellos que no vienen no saben de lo que se pierden.

¡Qué pena me dan, porque no volverán a sentir esta magia que ustedes inyectan al verlos y platicar en una mesa, mientras comemos y le sale palabras llenas de humor en tének!

Hoy, me despedí de ustedes, besé sus frentes y vi de cerca su pelo blanco por el paso del tiempo. Hoy, sus manos tan suaves, frágiles y delicadas me dieron la bendición, escuché sus voces decir:

–¡Que Dios te bendiga, donde quiera que andes!

Hoy, llegué a tu casa y me ofreciste una pieza de pan y una taza de café:

–Buskanich chakam inik, ka utsál an café.

Hoy, pude ver sus sonrisas tristes y cansadas con tan poquitos dientes, pero sinceras. Hoy, pude escuchar… ver que eres una persona fuerte y comprendes sin ningún miedo que tus días están contados, mientras volteas la mirada al cielo y pides descansar. Pero, me da miedo que sea la última vez.

Me da miedo regresar y no volver hacer esto de nuevo. Siempre que estoy aquí, ya para irme, volteo la mirada hacia el pueblo y mi mente dice:

–Regreso en cuanto pueda y los quiero encontrar, así como los estoy dejando. ¿Qué vamos a hacer cuando estemos solos, cuando ustedes viejitos ya no estén? ¿Quién nos va a guiar? ¿Quién nos hablará en tének? ¿Quién nos seguirá enseñando sus costumbres y tradiciones, celosamente, como ustedes? Ojalá, sean eternos. Yo sólo necesito venir a este lugar, ver que ustedes están bien y regresar a seguir con mi vida. ¡Yab ka jila tiche kuetem!.

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Maska de la Cruz Hernández, tallador de máscaras, danzante y hablante de lengua tének, nació y creció en Zaragoza, municipio de Naranjos, Veracruz, para luego emigrar a Guadalajara y la Ciudad de México en busca de trabajo. Hoy labora en una empresa publicitaria. Estos relatos proceden del libro Chalam Pulik Inik (Letras Huastecas Editorial, General Escobedo, Nuevo León, 2022).

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