LAS GOLONDRINAS
Me encontraba con mis dos primos, quisimos jugar a la pelota, pero nuestros padres no pudieron comprarnos una, nos sentamos en las gradas frente a la iglesia, era un lugar muy amplio, antiguo y de piedras grises, recién había llovido por lo que desprendía un olor de agua evaporada. Nos quedamos un rato mirando a la nada, era desesperante que no tuviéramos una pelota, insistí en hacer uno de aqalaman “árbol que desprende pegamento”, María no se animó diciéndome que era algo muy complicado para conseguir ese árbol, ¡era cierto! Sólo había tres ejemplares en Zozocolco de tanto que talaban esos árboles gruesos.
Le dije a Juan, el más grande de los nosotros, que jugáramos mejor con una botella atrás de la iglesia, no me importaba que se rompieran mis guarines. Eran cinco de la tarde y corríamos alrededor de la iglesia, pero jamás encontramos una botella, nos acercamos en una de las torres de la parroquia y descubrimos que había un nido de golondrinas, mientras corríamos salían de parvada en parvada, fue una ilusión ver volar tan alto aquellas aves, recuero que a Juan le picó una en el pulgar, le comenzó a escurrir sangre doliéndole bastante, no jugó más y se marchó a su humilde choza. Me despedí de mi primo y seguí jugando.
En aquel escondite observaba centenares de golondrinas, me daba curiosidad de meterme en el lugar obscuro del que salían, pero siempre me acordaba de aquellas historias que mi Lupita me decía, según ella en esa parte dormía el diablo en todo el día, era algo incoherente sabiendo que es lugar sagrado, me invadió el miedo y me alejé un poquito. Seguí mirando alzando uno de mis brazos a ver si lograba agarrar una golondrina, ¡pero vaya, qué suerte!, logré atrapar una, mientras la sostenía mis manos, sus ojos cafés me miraban brindándome paz y confianza, sus plumas eran cafés combinadas con negro que brillaban al son del atardecer.
Después de unos minutos la solté, voló tan alto perdiéndola de vista. Tarde me di cuenta que mis primos ya no estaban y el sol se había ocultado en el horizonte. Agradecí por no haber hallado una botella, si no ya no tuviera guarines. De camino a casa me percaté que en el tallo de un pimiento sobresalía un balón de aqalaman, no saben la felicidad que sentí que grité ¡gracias golondrina, por ti encontré un balón! Llegué a casa, mi Lupita estaba echando tortillas, sonrió al verme, me ofreció un plato de calabazas, comí tanto y dormí con la pancita feliz.
__________
Janeth Jacobo Hernández es totonaca, originaria de Zozocolco de Hidalgo, Veracruz.