EL BARRO / ÑU’U KÌSI — ojarasca Ojarasca
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EL BARRO / ÑU’U KÌSI

IRAIS ROJAS LEÓN (MIXTECO)

Una mañana como todas las anteriores desperté y miré a mi abuela contemplar una vez más los rayos del Señor Sol. Ella veía esas luces amarillas del Señor Sol que alcanzaban a iluminar su rostro; mientras sus ojos se entrecerraban por la cantidad de rayos que se asomaban cada vez más por detrás del Cerro de la Casica. Justo en ese momento se persignaba y agradecía por levantarse una vez más ese día. Pedía que todos sus hijos y nietos gozaran de buena salud.

–Usted que todo lo ve, gracias por un día más. Pido, por favor, cuide de mis hijos y nietos y que ellos tengan buena salud —decía mientras dirigía su mirada hacia el Señor Sol.

Luego de esas palabras pasó al cuarto donde sus manos desprendían diferentes moldes que lograban crear distintos utensilios con el barro y la arena sobre una tabla de madera. Esa tabla sólo se manchaba de barro y arena, pero sobre ella pasaban manos con moldes especiales y sobre la misma también dejaban diferentes obras. Es decir, cada mano tiene moldes únicos e irrepetibles, aunque en el producto parezcan tener características similares; cada mano provee un molde especial para cada utensilio.

En un instante se me ocurrió tomar un poco del barro que ocupaban las manos de mi abuela para crear una jarra de barro y comencé a jugar. El barro tenía una textura tan uniforme y moldeable. No era tan mojada ni tan seca, esto es, tenía un punto exacto de agua y al percatarse mi abuela del hecho, me dijo:

–Deja ese barro y toma del otro —se refería a las sobras de las bases de los jarros que ella desechaba.

Este barro tenía más agua, por lo que su textura era mucho más suave y si lo dejaba caer desde mis manos al aire el barro bajaba tan fácil a la tabla. No dije nada y tomé del barro que ella me dijo, pero me quedé con la pregunta:

–¿Por qué no puedo tomar de ese barro? Más tarde pude comprender la respuesta.

Mi abuela le daba un cuidado especial al barro que ella misma batía porque esto le permitía producir más utensilios de barro. Entre más utensilios elaboraba en menos tiempo, pues generaba al menos lo suficiente para llevarlos a venderlos a la plaza de los sábados en Tlaxiaco. Mediante este trabajo comercial podía obtener un poco de dinero para comprar frutas, verduras, pan “cemita” e incluso algo de carne.

Cuando las ventas eran bajas mi abuela recurría a cambiar sus utensilios de barro por algunas manzanas, peras, duraznos y los echaba en un morral grande. Esta acción me llenaba de alegría cuando llegábamos a casa porque durante la semana podía compartir frutas o pan “cemita” entre mis primos y yo.

Su táctica de cambiar utensilios de barro por algunos alimentos lo había aplicado desde hacía ya varios años y más cuando las ventas no eran tan altas o favorables para obtener dinero. Además, el producto por el que más cambiaba era maíz —entre los años 1980 y 1990. Las tierras donde sembraba maíz o frijol no eran lo suficientemente productivas, por lo tanto, recurría a cambiar sus utensilios de barro por medio costal de maíz —era la mayor cantidad de maíz que podían obtener en aquel tiempo.

Durante el almuerzo vio unos granos de maíz tirados al suelo y dijo:

–Este maíz no debe estar tirado aquí, porque ha sido difícil estabilizar el maíz en la casa. Hace años, cuando regresaba a la casa con el medio costal de maíz tenía miedo a que me lo arrebataran las personas escondidas en el cerro, como sucedió con algunos de tus tíos abuelos.

El medio para llegar a Chicahuaxtla y vender o intercambiar sus utensilios de barro era a pie y un burro cargándolos, por la lejanía del lugar recorría y atravesaba cerros durante medio día. Debido a los árboles tenía que cuidar al burro de no quebrar alguno de sus jarros.

También recorría varios pueblos para llegar a los puntos de venta los días domingo o jueves de plaza en Chalcatongo de Hidalgo. Sobre su burro colocaba dos o tres docenas de jarros y se encaminaba un día antes de la plaza para pasar la noche en alguna de las casas de San Mateo Peñasco (pueblo cercano a Chalcatongo de Hidalgo) —el transporte de combustible no era común en estos lugares debido a que no había carreteras. Al día siguiente, desde temprano emprendía su camino hacia la plaza de los jueves o domingos en Chalcatongo.

El conseguir un poco de maíz en alguna de las plazas no garantizaba totalmente su alimentación, en varias ocasiones durante el trayecto de regreso a casa y debido a la escasez de cosechas de maíz los costales de maíz eran arrebatados por personas escondidas detrás de piedras o árboles grandes.

En ese momento se perdía todo: las horas de desvelo para hacer los utensilios, la leña que utilizaban para quemar los jarros, ollas o platos, y el exponerse a altas temperaturas del fuego, ya que el fuego crece demasiado cuando queman sus utensilios. Más allá de perder el tiempo invertido en la elaboración y traslado de los utensilios de barro, se quedaban sin maíz —el alimento básico para su sobrevivencia.

–Tostábamos los olotes de la mazorca sobre el comal y cuando éste quedaba dorado se molía en el metate. Luego se mezclaba con la masa que salía del poco maíz que nos sobraba para elaborar memelas y consumirlas —añadió.

Fue cuando supe el verdadero valor del barro y no me refiero a su valor económico sino a la importancia para la alimentación de varias familias en el pueblo. Justo ahí comprendí por qué mi abuela no me permitía tomar mucho barro con la textura más fina y preparado para ser moldeado. Lo que ella quería era obtener varias docenas de jarros para poderlas llevar a la plaza y así obtener alimentos.

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Irais Rojas León escribe en mixteco (sic) de la Mixteca Alta y estudia Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural del Estado de Puebla.

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