EL CORAZÓN DE LOS BOSQUES / 335
NUESTRO LUGAR NO DEJA DE SER
Esta historia trata sobre reconocer las semillas, la hojarasca y el suelo. Es entender los ciclos y procesos del bosque, reconocer los momentos de cada cosa, comenzar a identificar la labor de los hongos y reconocer los nombres de cada elemento, de cada ser, no por lo que dicen los libros, sino, como dice la magia, por sus nombres verdaderos.
Este relato cuenta de las formas que toma el cuidado, construir comunidad y las posibilidades de la construcción colectiva, pero también de los procesos de transformación, de lo que perece y su dolor, del conflicto, y en éste, reconocer la potencia que somos, las habilidades que surgen, la posibilidad de vida frente a la muerte, el esfuerzo por tejer relaciones de resistencia ante la devastación.
Transitar distinto la separación, la diferencia entre desechar o abonar —como las hojas que al caer del árbol se integran al suelo del bosque, y que junto con hongos desatan la trama subterránea que sostiene y abraza al territorio que se comunica en resguardo de su memoria.
Porque como con las semillas, las pones, las cuidas, pero las sueltas, confías; no sabes si todas van a germinar, pero las entregas al suelo, y en ese transcurso incierto, prevalece el empeño por la posibilidad de vida que otorga diversidad a ese hogar, desde sus propios ritmos, vicisitudes y sorpresas, de donde otras, otros, polinizadores, animales y seres que lo habitan puedan alimentar y alimentarse.
Así las relaciones: las cuidas, las cultivas, puedes estar atenta, atento a su avance, y si no brotan se transforman, tratamos de entender para que sea posible fertilizar la experiencia y continuar el proceso de sembranza.1 Es el cuidado del todo: soltamos la expectativa pero no la curiosidad.
En esta historia los árboles muestran su veta particular, fieros y entramados, han insistido, percibiendo el paso de los tiempos, animales buscando alimento, insectos llevandotrayendo información, reptiles reposando su sangre al sol, gente acarreando objetos, niños, niñas jugando, vehículos abriendo caminos, depredadores acechando, el viento esperando la llegada de la lluvia, y el agua retomando camino.
Los árboles cuidan desde su lugar, en su mirada estoica hay curiosidad. Les es posible atestiguar las conexiones entre quienes están echando raíces y quienes dejan su lugar, ciclos de vida y muerte. Ellos se dan cuenta hasta del sonido que emite la hormiga en su paso por el sendero ocho kilómetros cerro arriba, conocen de dónde baja el agua que beben sus raíces, saben del aleteo del águila que los sobrevuela, incluso perciben la humedad que guarda el día y sus cambios. Están ahí en esa pausa donde el tiempo como don les es regalado.
El cuidado asimila formas propias en cada entendimiento. Que nos cuiden y cuidar tiene que ver con la reciprocidad en las relaciones, poner atención al territorio, ese fino y estrecho tejido de relaciones entre seres lazado por lo chiquito: vernos, decirnos, contarnos, escucharnos, acompañarnos, hasta saber que tenemos respaldo por el micelio de afectos y apoyo mutuo, donde no hay condición para ser quienes estamos siendo: más bien expande las posibilidades del ser.
Comprender al bosque como ámbito, como ambiente, y comenzar a entender las consecuencias de fragmentar las relaciones. No es encontrar el lugar que nos guste, es permitir su expresión. No sólo es explorar una zona, es implicarnos, poner intenciones, acercarnos, disfrutar e incomodarnos para poder cultivar, dar cuenta de cómo nos transformamos creciendo.
El bosque muestra sólo una parte de sí, lo que ves es lo que florece, pero hay un todo subterráneo que se comunica, el micelio que sobrevive a pesar de… que se conecta y que toma formas muy diferentes a la superficie, donde hongos y raíces juegan un papel crucial, la comunicación del todo en lo profundo, en lo subterráneo.
El proceso de adentrarse es engañoso, la historia dominante actual está empeñada en mostrar lo aparentemente fácil, rápido e instantáneo que son las relaciones y sus procesos de reconocimiento. En realidad lleva toda una vida hacerse. Entender su lenguaje implica práctica que se vuelca como experiencia para saber nombrar lo que acontece, es imposible ensimismarte, dejas de ser tú, para caminar el yotú- él-ella-nosotros.
Cada ida a él nos reconocemos un poco más —su textura y su corteza, las copas y la luz que entra a través de ellas, la forma de sus hojas. Una casita entre sus brazos atravesada por las sábanas de luz. Cuántas historias nos pueden contar los árboles. Los tocamos, nos trepamos a ellos, soñamos bajo su sombra extenuante. Nos alivian y sanan, nos descansan. Esta relación nos da sentido de proporcionalidad, enormidad y pequeñez, profundidad y espontaneidad, juego y conexión.
Hay desequilibrios, ese algo externo que se alimenta del corazón del ser y cambia de pronto la organización aparente. En ese proceso algunos elementos pueden irse, otros se quedan, pero el bosque no deja de ser. El clima cambia, especies se van, otras dejan de estar, pero el bosque no deja de ser, retoma.
¿Cómo plantar lugares para hablar de los conflictos que nos atraviesan? ¿Cómo continuar cuando el dolor y el miedo están cerca? ¿Cómo saber qué vereda tomar frente a un problema? A través de reconocer-nos hacemos sentido, mirar desde la experiencia animal, vegetal, fúngica, desde el tiempo que muestra los ciclos de germinación, florecimiento, escasez o decadencia. Conectar nuestra imaginación al torrente de saberes colectivos, y aprender sobre cómo el bosque y sus seres atraviesan las crisis.
Aprender de la constante resistencia, el caos que es orden en sus propios términos, adaptación y cambio que mantienen, diversidad juntita, apretada y contenida lo que le da su estructura, la humedad que da calor al cuerpo vivo.
Al final, las relaciones son lo que nos mueve y mantiene, la individualidad es una ficción, y lo que nos ocupa en este vivir la vida es un constante proceso de movimiento-cambiotransformación- maduración-muerte.
Aprendemos con los árboles a dar cuenta de ello. Desmenuzar el tiempo con los sentidos y todo el cuerpo, esa delicada conjugación que permite el entendimiento y que contribuye al cuidado para accionar, para resolver o para dejar morir. Poner atención al ritmo, mirar con el corazón entre las manos, y escuchar: en qué lugar estamos para saber qué hay que cuidar. Ver la vida desde un modo relacional, desde la potencia de la diversidad.
Seguir dando la posibilidad para conocernos, encontrar mejores maneras de tejernos, hasta pensar que ahora no es el momento. Sólo sabemos que tenemos que seguir el camino, buscando maneras de nutrir antes de querer hacer algo. Y aunque sepamos que van a cambiar las cosas, de lo que podríamos tener la seguridad es de querer que todas, todos, todes estemos bien. Si es así, el bosque está bien.
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Nota: 1. Remembramos la palabra sembranza, ligada a las semillas y a la siembra, tiene que ver con cómo hacer que suceda (proyectos, relaciones), tiene que ver con el proceso de cuidar la planta aunque no germine o florezca. Sembranza en lugar de esperanza. Es una palabra que pone en su centro la acción, y no sólo en la espera.