LA EDUCACIÓN COMUNAL EN EL MACROISTMO DE TEHUANTEPEC
A VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE JUAN JOSÉ RENDÓN
En el diseño de la Flor Comunal, que Rendón soñó en alguna de esas noches estrelladas en que nos encontrábamos en la Sierra Wixárika (después ya en Juchitán se la platicó a Delfino Marcial Cerqueda, y él le dio la forma y los colores con que hasta ahora la conocemos, convertida en un icono didáctico para explicar cómo se vive la comunalidad en nuestros pueblos), en uno de los principales círculos concéntricos aparece la educación comunal como uno de los elementos fundamentales del sistema integral de la cultura, indicando los distintos ámbitos en que se viven procesos educativos, desde la casa, la comunidad, el campo y, finalmente, la escuela. La mayoría de los promotores comunalistas con quienes Rendón interactuara en diversas regiones de Oaxaca y del país fueron y/o son profesores, aunque también cabe destacar la participación de artistas, lingüistas, historiadores, sociólogos y antropólogos, en su mayoría indígenas o hablantes estudiosos de alguna de ellas.
Desde el cardenismo hasta nuestros días, en los programas educativos gubernamentales a implementarse en las regiones indígenas del país se ha pretendido, y en muchas regiones lo lograron, desindianizar a las comunidades, es decir, hispanizarlas; en mi generación era característico que los padres y madres dejaran de hablar la lengua indígena, no así nuestros abuelos, pues constituía un atraso en su “proceso educativo”. Resulta lugar común referirnos a la discriminación y el racismo imperante en las políticas educativas de todos los niveles, incluyendo las políticas y acciones indigenistas del Estado mexicano. Así, en el Istmo de Tehuantepec, participar en el diseño de Modelos Pedagógicos de Diálogo Cultural y Alfabetización para la población binnizá y ayuuk adulta de Juchitán y San Juan Guichicovi, a inicio de la década de los noventa, resultaba una modalidad antisistémica, o contrahegemónica, de la educación comunal, manifestación de una educación alternativa formulada y recreada por las propias comunidades.
Lo anterior venía fuertemente influenciado por un pensamiento y un movimiento pedagógico comunitario y popular, inspirado por lo que se dio en llamar la filosofía de la liberación, con arraigo en las comunidades. En distintos ámbitos latinoamericanos coincidieron con la teología de la liberación, además de otros veneros históricos de larga data. Esto explica el sentido humanista, crítico y emancipatorio de los procesos educativos de los jesuitas en Guadalajara y más recientemente en otras comunidades del país, incluida la Universidad Iberoamericana en la comunidad de Jaltepec de Candoyoc Mixe, municipio de San Juan Cotzocon, en el centro del macroistmo de Tehuantepec.
Juan José Rendón no estuvo ajeno a este contexto, aunque optó por tomar distancia de ciertos principios teológicos y, en cierta medida, enmarcó su propuesta en el modelo pedagógico de Diálogo sobre la Cultura que Paulo Freire había implementado en el Cono Sur. La cosmovisión milenarista de nuestros pueblos originarios y el pensamiento indianista de la resistencia desde nuestras lenguas constituían un obstáculo en la percepción filosófica del modelo educativo jesuita y de otras corrientes de educación comunitaria y popular.
Puedo afirmar que el modelo de Diálogo Cultural, inspirado desde nuestras comunidades, promovido y sistematizado por Rendón, constituye una expresión de la educación comunal que, además de haber sido implementada ya en distintas regiones, puede y debe ensayarse en distintos ámbitos de los procesos educativos formales e informales, sobre todo en aquellas regiones en donde prevalecen la cosmovisión y la resistencia india.
En el mismo sentido cabe resaltar que la educación comunal constituye todo un reto del movimiento indígena nacional, con distintas experiencias que han apuntado hacia un proceso de reconstitución de nuestros pueblos, desde el último tercio del siglo pasado, hasta los treinta años marcados por la insurgencia del EZLN.
Mas allá de la creación y recreación conceptual de la comunalidad o de lo comunal, por más que se le conciba como “un modo de vida”, incluso un nuevo horizonte civilizatorio, cuando pensamos más allá de “La Escuela” y emprendemos la interpretación del mundo desde nuestras comunidades, desde lo concreto-abstractoconcreto, afloran la raíz y la necesidad de abrevar en ella los nutrientes para un nuevo pensamiento. El fundamento histórico de las comunalidades es inherente a la existencia de los pueblos. Más que un acertijo, esto se ejemplifica con nuestras lenguas vivas y, más allá de cualquier explicación lingüística, la importancia de hablar y pensar en ellas y de los distintos niveles de comunicación abstracta que a través de su representación podemos lograr. Esto ocurrió en casi todas las civilizaciones del planeta. El caso cercano de los mayas es muy ilustrativo, cuando los epigrafistas, después de analizar símbolos y significados de los glifos en Palenque, determinaron que quienes realizaron ese esfuerzo de comunicación eran ancestros de los ch’oles que ahora habitan en ese entorno.
Los fundamentos históricos de la comunalidad sólo pueden explicarse multidisciplinariamente en la larga duración, y más precisamente en la lengua que la vio nacer. Cada comunidad y cada lengua que habla o canta no son fácilmente conjugables y a veces resultan intraducibles
Si desde la flor comunal coincidimos con Juan José Rendón Monzón en comprender la cultura de los pueblos indios como un sistema integral, inherente a la educación comunal, como formas individuales, familiares, colectivas y/o comunitarias, el gran acierto de Juan José fue identificar, ante la desquiciante modernidad y lo que ha significado para nuestros pueblos, la resistencia comunal. Luego entonces cualquier programa educativo, independientemente del nivel de su aplicación o ejercicio, debe incidir en el fortalecimiento de la resistencia más allá de la oficialidad o no de los programas de estudio, más allá del contexto urbano o rural; preferentemente, como Rendón lo hizo, correspondiendo a las comunidades diseño, definición e implementación de dichos programas.
A veinte años de la muerte de Rendón, viene al caso reflexionar sobre las distintas experiencias, versiones y modelos de educación popular y comunitaria en México y Nuestra América. La comunalidad y el Taller de Diálogo Cultural es una de ellas; otras, los ejercicios del TDC en comunidades wixaritari, nahuas en la sierra de Manantlán y el centro del país, ñahñu en San Pedro Atlapulco y Ocoyoacac en el Alto Lerma, tseltal en Chilón, ayuuk, ikoots y binnizá, en el Istmo de Tehuantepec, así como cursos y seminarios que han reposicionado categorías conceptuales como resistencia india y comunalidad desde la perspectiva. Atrás quedaron los tiempos de desprecio, discriminación y racismo de la academia colonialista contra las expresiones que, más allá de cualquier teoría revolucionaria, seguimos enarbolando desde la resistencia de nuestros pueblos.