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LA MUSARAÑA Y OTROS POEMAS

RAFAEL TORRES SÁNCHEZ
que las horas del reló:
el reló muda las horas
pero mi firmeza no.

(Anónimo, Siglo XVII)

MÁS FIRME SOY EN QUERERTE

La adolescente que compra colchones
y refrigeradores no las enlista al oírse
su voz inconfundible rodando por las
calles a bordo de vetustos armatostes.
¿Qué podría hacer con ellas aparte de
estorbar las existencias de estufas y
tambores, microondas y algo de fierro
viejo bueno para soporte del futuro
inmediato, recortable en virtud de las
declaraciones patrimoniales rebajadas
que multiplican los agujeros de la red
Es un decir: al final del día
los desacuerdos pausan el
comercio y la almohada se
abraza a los retorcimientos.
Los nudillos en la puerta,
los gritos estentóreos del
timbre se van espaciando,

aun los propios teléfonos.

heredada sexenalmente? Inservibles
disculpas; ni siquiera reportan inocuos
agradecimientos o inclinaciones de
cabeza neutrales sin índice en el ala
del sombrero, inexistente como la
posibilidad de hacer con ellas ganzúas
para extraer las ideas trucadas por
balones de la caja en que yacen.
Desdéñalo si quieres, o confúndelo:
es Amor quien exprime los limones
en los ojos y esgrime el estilete de
la duda, insoportable a la resignación.

 

LECHO DEL FAKIR

Es un decir: al final del día
los desacuerdos pausan el
comercio y la almohada se

abraza a los retorcimientos.

Los nudillos en la puerta,
los gritos estentóreos del
timbre se van espaciando,

aun los propios teléfonos.

Timbre viejo es aquél, no
de los nuevos, redondo
y tonsurado por un botón

désos de hotel de barrio.

Quien ha visto pulsarlo en
parcos mostradores de
libreta y florero, sabe

del singular combate que

libran a altas horas de la
noche el último peldaño
y la tribulación del equipaje
impar que trae el abandono.
Cuanto al televisor que mira
el encargado, apenas cura
del repiqueteo sorpresivo
que desentume al gato.
Registro y llave parcos, sin
sello ni llavero, alfombra
deslucida y en el cuarto,
modesto, la cama de clavos.

 

LA MUSARAÑA

¿Cómo daría conmigo?
Entró aprovechando el
favor de la ventana y,
aleteando, se encaramó
en lo alto de una viga,
poniéndose a tocar su
flauta traversa, solista
de una orquesta que
su imaginería dota,
y no se quiere ir, como
si estar así le reportara
no sé qué dividendos.
Lo único que hace,
además de pulsar los
hoyos con sus dedos
de palma que arroja
una sombra desde lo
alto a la alfombra, es
ver a la ventana, como
si esperara que por
ella entre la fama
cargando la cajita de
las medallas, o a saber
qué cosa. ¿Cuándo se
callará, o, por lo menos,
hará una pausa? No es
que toque mal, pero ya
cansa ese fraseo que
estira y encoge como
si fuera algún espanta
suegras, serpentina o
la cinta de seda con
que ata su estuche la
gloria caprichosa. Ya
pasan de cuatro horas
y ella dale y dale a la
traversa sin pasarse
el pañuelo por las cejas
y menos por la boca.
Le he dicho varias veces
que allá afuera la espera
una ráfaga, a sus alas
dispuesta, y ella como
si nada, flemática y
absorta en el fraseo
que de tanto durar se
ha vuelto una monserga.

__________

Rafael Torres Sánchez, (Culiacán, 1953), poeta, escritor e historiador. Entre sus libros de poesía están Fragmentario, Bastón de ciego, El arquero y la liebre, Juegos de espejos, Arribita del río, Ejercicios en el cementerio. Sus ensayos se reunen en libros como Balzac para historiadores, La bottega de la Revolución, Oscar Liera: el niño perdido, Historia regional de la infamia (el asesinato de Ramón Corona) y Cero grados, la cotidianidad ensayada.

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