MASACRE DE LAS CAMELIAS, 1982
POR LA DIGNIFICACIÓN DE LAS VÍCTIMAS DEL CONFLICTO ARMADO EN GUATEMALA
Fue un domingo de carnaval, corriendo el año 1982, el calor era radiante, como los calores de verano. El pueblo vivía con miedo, ya habían desaparecido compañeros y compañeras. En algunas comunidades se escuchaba que el ejército había llegado a intimidar, reprimir, capturar, desaparecer a asesinar a líderes y lideresas, es más, a violar a mujeres y señoritas. Sobre este último, se conocen casos como, “las mujeres Achí”, las “mujeres de Zepur Zarco”, “mujeres Ixil”, pero sobre lo que pasó en el territorio poqomchi de San Cristóbal Verapaz sigue siendo un secreto a voces, como el caso de las 12 mujeres que fueron sacadas de la cárcel, en el portón de atrás, de la municipalidad, por los comisionados militares y subidas a un pickup de un connotado personaje del municipio, asesinadas después de violarlas, sin respetar que una de ellas estaba embarazada, los cuerpos los encontramos entre la aldea Baleu y Santa Elena, carretera que va a Chixoy.
Ese domingo, comenzó a llegar la gente para ver los disfraces, como se hizo costumbre en las fiestas de carnaval en todo el país antes de iniciar el tiempo cuaresmal. Los niños, las niñas, los jóvenes, las señoritas, incluso los adultos, se reían, comenzaban a disfrutar del baile de disfraces, entre quebrada de cascarones y tiradas de harina, risas, canciones, música, la gente intentaba olvidar un poco el terror que ya había hecho su entrada triunfal en el municipio: masacres, desapariciones, cadáveres que trasladaban los bomberos, las ambulancias, camiones y carros particulares.
Esta actividad, como muchas otras más, el alcalde municipal y su concejo habían acordado cedérselas a los bomberos para que recaudaran fondos, para cubrir los gastos relacionados a las emergencias. La subestación completa estaba preocupada por que la actividad saliera bien, aunque siempre se dejaba a disponibilidad un grupo, por si hubiera alguna emergencia.
Mientras la actividad transcurría, comenzaron a llegar noticias que en la Finca Las Camelias había un muerto. Entonces, se coordinó para que el grupo de la guardia permanente fuera al lugar a cubrir la emergencia, levantar el cuerpo, traerlo al juez de paz, porque éstos y la policía tenían miedo de llegar a los lugares donde ocurrían los hechos. Los bomberos marcharon hacia el lugar, tomando la ruta hacia la casa de máquinas de Quixal, llegando al lugar en menos de 20 minutos. El grupo de bomberos se encontró con una brigada de militares que hacían su descenso del lugar, y se les preguntó si era cierto que había algún muerto en el lugar y lo confirmaron, “sí hay uno”. Cuando ya habían salido el último del pelotón, porque eran unos 20 o 25 militares, además de orejas, patrulleros, comisionados y un encapuchado, todos cargando armas, tiendas de campaña, mochilas, y ya estaban en carretera, tiraron una granada y dispararon al aire, no se sabe si para intimidar al grupo de bomberos o para “celebrar su festín”.
Los bomberos siguieron caminando, hasta encontrar un pequeño bosque de encino tradicional de esos lugares, bello y frondoso, del que ahora sólo quedan recuerdos porque todo eso se ha convertido en parcelas de tomate, güisquiles, papas, cultivos sembrados en su mayoría por familias del municipio de Palencia que llegaron al lugar después del conflicto armado. Un lugar irreconocible por la deforestación que ha sufrido, la tala inmoderada promovida por las grandes empresas madereras. Hasta el nombre fue olvidado, ahora es conocido como Kilómetro Cinco.
Al llegar al lugar, a eso de las cuatro de la tarde, el escenario fue de tristeza, dolor, nostalgia, miedo, terror. Muertos por aquí y por allá. Pedazos de cuerpos esparcidos, como lo que narra León Portilla en La Visión de los Vencidos. Debajo de algunas personas, colocaron granadas que al moverse estallaron. Algunos cuerpos con torniquetes en el cuello. Otros con estacas atravesadas detrás del cuello, donde amarraron sus manos, con alambre espigado para torturarlos. Mientras más se buscaba, más cuerpos se encontraba. De repente alguien gritó `una mano’ y era tierra recién removida, cuando se comenzó a escarbar cuerpos enterrados, unos sobre otros. Fueron más de 100 cadáveres, en su mayoría hombres. Ninguno tenía sus pertenencias, posiblemente fueron robadas como era costumbre por el grupo criminal (en el pueblo siempre se supo que las pertenencias de las gentes (dinero, animales, materiales de trabajo) fueron a parar en las casas de los jefes de comisionados militares o jefes de patrullas de autodefensa civil). Se tuvo que pedir apoyo a la estación de bomberos de Cobán, pedir apoyo de personas conocidas, para que prestaran camiones y pickups. Eran las siete de la noche y no se terminaba de sacar los cadáveres.
Todos fueron llevados a la morgue del hospital de Cobán, Alta Verapaz y posteriormente enterrados en la fosa común del cementerio de Cobán. Ninguno fue identificado y nadie llegó a reconocerlos. Nadie estaba para contar qué pasó, cómo sucedieron los hechos, de dónde eran. Se supo poco después que, aprovechando el domingo, cuando la gente de las comunidades El Rancho, La Providencia, Las Pacayas, Pancaseú, Najtilabaj, Chiworon, Mexabaj y muchas más iban a vender sus productos al mercado del municipio, y aprovechando que la mayoría iba a pie, el ejército que acampó en esa finca, no dudamos que con autorización de sus dueños, montó un operativo y comenzó a capturar a las personas de forma indiscriminada. Algunos cuentan que a lo lejos se escuchaban los gritos de las personas cuando eran torturadas y asesinadas.
Después de muchos años, este lugar es como “un espacio de mucho silencio y que al respirar y volver al pasado, se escucha de nuevo, las risas, los llantos, el miedo, pero también las granadas, los gritos de angustia de los hombres y mujeres que regaron su sangre en Las Camelias”. Cuentan las personas que trabajan en las plantaciones de güisquil, tomate, chile y papa que, cuando remueven la tierra, todavía se encuentran restos humanos y no todos saben por qué. Algunos lo asocian a restos del pueblo poqomchi antiguo, cuando llegaron a establecerse en las sierras de Pampakche y Chamá. Quienes saben de la historia dicen que “son restos de hombres y mujeres asesinados vilmente por ese grupo criminal, conformado por soldados, comisionados militares, orejas, patrulleros y G2”.
Un acto de barbarie, del salvajismo que nace del odio hacia el diferente. Un acto cobarde, perpetuado por un grupo de asesinos, que se saciaban del dolor, sufrimiento y de la sangre del pobre, el humilde, el trabajador, el agricultor. Un acto de racistas y discriminadores, de machistas y patriarcas que se creyeron dueños de la tierra, el territorio, el cuerpo, la mente y el espíritu de los demás. Se escribe esto como un homenaje a quienes fueron asesinados sin saber por qué, y para que quede constancia de que nuestro país se ha construido sobre el odio al diferente. Se escribe para que nunca más vuelva a pasar, pero ese nunca debe tener como reto terminar con cualquier tipo de violencia, ahora que hay hasta en la comunidad más lejana. Se escribe para que nos reconozcamos en esa historia, digamos un hasta aquí y comencemos a construir nuevas formas de relacionarnos que se basen en la comunalidad, la solidaridad, el apoyo mutuo, en el reconocimiento y respeto de quien es diferente, y con esa diferencia debemos caminar.
Febrero de 2025
La llamada Finca Las Camelias se encuentra a 5 kilómetros de San Cristóbal Verapaz, hacia la casa de máquina de la hidroeléctrica Chixoy. Municipio del departamento de Alta Verapaz, es un territorio con una población mayoritariamente poqomchi.