RECUPERANDO EL ARTE DE HABITAR / 336 — ojarasca Ojarasca
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RECUPERANDO EL ARTE DE HABITAR / 336

En la pequeña belleza de lo cierto existe la posibilidad de cambiar esto que se nos presenta como inevitable y fatal y terminamos percibiendo como lo único real. Todos los climas se han desviado, empezando por los atmosféricos, pero también los que desata y enloda la política del poder. Se estropean los climas económicos más allá de su inherente enfermedad capitalista. Los climas de convivencia social entre vecinos de la calle, los colegas, condiscípulos, paisanos, hermanas y hermanos.

El advenimiento de la inteligencia artificial, en un mundo en competencia de todos contra todos, donde la meta del lucro y la codicia es quedar impunes, amenaza con fragmentar los contactos personales y de oficio para hacer de la gente un conglomerado de soledades juntas a merced de una tormenta virtual, informática y sensorial que sopla recio, no amaina, deschonga y se lleva todos los papeles. Sopla y borra. Sin intimidad, sin intuición, sin permiso para imaginar en crudo, y mucho menos para cambiar el curso de los acontecimientos. Adiós al pasado. ¿Ahora qué historia gusta que le contemos, su majestad?

Qué calor hace. Qué frío. Qué seco está todo, alerta de incendios, propagación de desiertos. Qué mojadas las casas bajo el agua. Qué tupidos los balazos, niños, tírense al suelo. En cuántas partes del Medio Oriente caen bombas a un ritmo diario, tan rítmico que las audiencias occidentales palmean al unísono como en los conciertos de cantantes de moda, tomados de la mano vendiendo paz sobre los escombros de Gaza, Yemen y Ucrania, los horrores en Congo y Sudán que sólo sirven para más extractivismo.

Qué pocas el agua, la comida, la atención médica, la elemental educación. Qué difícil para los niños y jóvenes arreglárselas por su cuenta, bajo el bombardeo del bullying físico y viral, el consumismo de lo inalcanzable, la competencia hueca, el hoyo negro del tedio. Sufrimos una epidemia que causa estragos en las civilizaciones actuales: los partidos políticos, que en combinaciones mágicas pueden obedecerle a Dios sin remordimiento órdenes asesinas, o robar oro y territorio que saben que no les pertenecen. Los partidos políticos enseñan a servir a los intereses del dinero de otros con frenesí, lo mismo en el imperio yanqui que en los demás reinos del capitalismo, sin olvidar el oxímoron del comunismo capitalista tan rendidor en el lejano oriente tan cercano.

La superpotencia se tambalea y caerá, pero no necesariamente mañana, y cuando lo haga podría aplastar a su alrededor. Se derrumbará sobre un paisaje ruinoso en el mundo, guerras y violencias criminales a gran escala, contaminaciones ambientales, emaciaciones del subsuelo hasta dejar exangüe la llamada faz de la Tierra. Llegados a este punto y con el emperador Donald Trump ladrando todos los días, ¿hay de otra o qué?

En las Américas meridionales, tropicales y septentrionales hasta el Ártico no dejan de estar, contra todos los vendavales, que despojan, expulsan y matan, esos pueblos originarios que, como expresa Moira Millán, “luchan por transmitir la identidad a sus hijos, y la recuperación del arte de habitar”. Sigue siendo posible, y no pocas veces existe. En Wallmapu (“Universo” en mupudungun, dividido en Gullumapu y Puelmapu, al oeste y al este de la cordillera andina entre Chile y Argentina) donde la lucha mapuche sigue incombustible y no se rinde. En la vasta Nunavut (“Nuestra Tierra” en inuktuit) al noreste de Canadá, vecina de Groenlandia, donde opera el autogobierno soberano más vasto del continente con dos millones de kilómetros cuadrados. Diversas bolsas de resistencia campesina, no sólo indígena (sobre todo en las ciudades) se mantienen a la sombra de sí mismas mientras el capitalismo y los fundamentalismos se acaban de derrumbar. La autonomía kichwa en la Amazonia ecuatoriana, la autonomía rebelde zapatista que sigue la ronda de las épocas sin ceder, eludiendo la descomposición extendida en las montañas de Chiapas y el resto del estado. Los ngabe y kuna de Panamá, los pur’epechas de Cherán.

Este “arte” de habitar es la respuesta. Ejemplo para las sociedades no indígenas dispuestas a caminar en el campo y la ciudad. Las que desean liberarse de la migración laboral y sus sinsabores. En Abya Yala recibe distintos nombres antiguos y modernos, que designan su autodeterminación, el cuidado del territorio y sus bienes naturales, la pugna por dar oxígeno a sus lenguas. En todos los países les roban el agua y la palabra, la tierra y el nombre. Montañas y barrancas parecen condenadas a albergar minas, pozos, represas, basureros gigantescos.

Estos pueblos tienen la clave, mas no el poder suficiente para cambiar los ríos del presente. En la medida en que conserven el arte de habitar, las enseñanzas de la colectividad, el uso sensato de lo que da la tierra y lo que fabrica la industriosidad humana fuera de la escala industrial, habrá reductos que mantengan viva la flama de las liberaciones necesarias. Suena idealista. Lo es. Como si eso impidiera que sea posible la defensa de la vida.

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