JUVENTUD EN LOS ALTOS DE CHIAPAS. ENTRE LA HERIDA Y LA ESPERANZA
El sábado 19 de abril se dio a conocer en redes sociales el doble feminicidio de las hermanas de origen tseltal Valeria y Deisi Gómez Méndez, asesinadas a balazos y halladas en la comunidad de Cruz Obispo, en el municipio de Chamula. Tenían 18 y 14 años, respectivamente. Habían sido secuestradas días antes en San Cristóbal de Las Casas (SCLC). Su asesinato se suma a los ocho que han ocurrido en lo que va del año y los 32 reportados durante el 2024 en la entidad.
La violencia no cesa en un entorno donde la estrategia de seguridad impone la fuerza policiaca despótica y autoritaria para mediatizar lo que parece un largo acto de campaña del actual gobernador de Chiapas, Eduardo Ramírez. ¿La paz se ha pactado? La fiscalía a cargo de las investigaciones tiene un pasado de tortura y fabricación de culpables que hace dudar cuando los feminicidios continúan y la trata de personas, principalmente mujeres jóvenes e infantes de origen indígena, se ha instalado en burdeles improvisados entre SCLC y Chamula.
¿Por qué no denuncian?, pregunta una persona visitante. Algunos casos de abuso se hallan en el entorno familiar, otros son orillados a dejar que sus hijas vayan y vengan los fines de semana presionados por bandas del crimen organizado que perduran a nivel local. Lo cierto es que poco se sabe sobre las redes de poder que sostienen el abuso, pero es un secreto a voces que coincide con la efervescencia de la gobernanza criminal en la región, y que junto a otros factores de desesperanza, afecta la salud mental de las y los jóvenes que se autolesionan e incluso deciden terminar con su vida; tal como ha documentado la Red por los Derechos de las Infancias y Adolescencias en Chiapas, los suicidios de jóvenes en las comunidades indígenas continúan en aumento.
Por otra parte, desde finales del año pasado cerca de una veintena de hombres han sido detenidos acusados de pertenecer a los grupos armados locales llamados “motonetos”, incluidos un par de presuntos líderes. Sin embargo, la red criminal sigue activa y continúa reclutando jóvenes en las escuelas públicas marcándolos con tatuajes detrás de la cabeza con las iniciales del grupo armado al que pertenecen. Al mismo tiempo, el consumo de drogas como el cristal se incrementa entre esta población. La pertenencia a las bandas se ha vuelto parte de su identidad juvenil. Es cuestión de tiempo para que los frágiles pactos de la gobernanza criminal se disuelvan.
Pero en esta tierra también florece la esperanza. En días pasados se realizó el Encuentro Rebel y revel: arte, rebeldía y resistencia hacia el día después en el recién construido caracol Jacinto Canek, en Tenejapa, donde la constante, como en espacios pasados convocados por los zapatistas, es la participación de centenares de jóvenes hombres y mujeres bases de apoyo que asisten, se organizan y también aprovechan el espacio para encontrarse y enamorarse.
Portando sus trajes tradicionales con tenis, un trío de jóvenes toma el micrófono para cantar sus canciones de lucha a ritmo de hip hop; una joven con el rostro cubierto declama poesía en tsotsil, otros muestran las pinturas que han hecho ilustrando la vida en común de sus abuelos y bisabuelos elaboradas con insumos naturales. Se trata de las terceras y cuartas generaciones herederas de la resistencia zapatista quienes se visten para caracterizar abejas con pasamontañas, osos polares, zanates, delfines, loros y otras especies animales para representar la obra de teatro “La naturaleza se rebela”, originalmente llamada “Bichos”, donde muestran la importancia de la organización para la defensa de la Madre Tierra. Entre más de quinientos participantes de diversas artes en el encuentro, esta obra se posicionó como una de las principales del evento, dirigida por el subcomandante Moisés, fue elogiada por el dramaturgo Luis de Tavira, quien llamó a aprender de la esperanza que sostienen las y los zapatistas como un antídoto contra el miedo que deja una sociedad violenta.
La esperanza de florecer en la resistencia y sostener la estructura organizativa que los zapatistas llaman “el Común”, una vieja práctica de las comunidades indígenas, es un llamado a defender la vida, a seguir creyendo que otro mundo es posible, uno donde las y los jóvenes puedan vivir con paz y dignidad.
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Carla Zamora Lomelí es investigadora del Colegio de la Frontera Sur.