MAZORCAS
HERMANN BELLINGHAUSEN
Se han puesto rojas las crestas de la milpa,
las venas del fruto maduro,
la sangre que cuesta que vivan las mazorcas
de todos, la carne misma.
Las barbas de niebla en otoño
se dejan arrastrar por el viento.
Es una hora de tibieza verde y oro,
las montañas recuperan su tamaño
y los tordos prefieren caminar.
Nuestras manos esperan
a un palmo del regimiento crujiente
de cañas y cuchillos
que cobijan la dentadura de granos
a punto de una sonrisa grande,
consumada mazorca.