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¿UNA HUMANIDAD DE NINGÚN LADO Y SIN TIEMPO ALGUNO? / 337

RAMÓN VERA-HERRERA
He’s a real nowhere man
Sitting in his nowhere land
Making all his nowhere plans for nobody
Doesn’t have a point of view
Knows not where he is going to
Isn’t he a bit like you and me

Es un hombre de ninguna parte
sentado en su tierra de nadie
maquinando todos sus planes para nadie
No tiene un punto de vista
Ni sabe a dónde va
A poco no es un poco como tú o como yo

John Lennon y Paul McCartney

 

En tiempos de inteligencia artificial y ChatGPT, en tiempos como éste donde libramos una guerra por el sentido y los sentidos, la gente ya señala que la IA se remite a la estadística y que lo que te entrega como respuesta es un promedio de lo encontrado rastreando fuentes en las redes electrónicas. Que somete toda su procuración a pasos definidos (cuando la situación es más o menos sencilla) y a pasos que se flexibilizan para corresponder a situaciones complejas en lo que los matemáticos llaman “entornos dinámicos”.

Lo real es que por flexibles que resulten estos pasos, están lejos de alcanzar lo que ya comienza a llamarse “inteligencia colectiva artesanal”, para distinguirla de la “inteligencia artificial”. En la IA todo va a un sitio que emite respuestas instantáneas, pero sus contestaciones no vienen de ningún lado: están ausentes todos los pasados que tienen que ver con la situación que te compete, con la historia de algún fenómeno que está investigado, o con las historias de las otras personas implicadas. Tal inteligencia no alcanza a imaginar esos pasados, porque viene de un sitio abstracto, producto de las operaciones con los algoritmos, pero en sí no tiene genealogía, no hay linaje, no hay karma, no hay conflictos ni goces. Arribó con cálculo a un sitio inexistente que reúne los pedazos que nos responden en el ensamblaje digital-industrial, con datos de esos nuestros pasados, pero pura efeméride a lo sumo. Pura trivia. Hay una artificialidad aun en la fuente de todo lo que pueda convocarse como respuesta.

Puede semejar un tramado de historias, pero en la operación no hubo la conexión realmente existente que le da vida a lo encontrado. Al ser robótica no es, y al responderse y plasmarse, deja de ser.

La imaginación, con toda su vastedad de poder convocar en un instante tiempos dispares (pasados, presentes, futuros) nuestros y de todo lo que conocemos y que está en nuestra vastedad, en nuestra memoria, se está sometiendo con la IA a un no lugar, a una no realidad, una no imaginación, que no sólo es totalmente estadística sino que es una inexistencia. Inventa una supuesta existencia (que cuando mucho es una semblanza) y le da apariencia de verdad.

En cambio nuestra inteligencia colectiva artesanal viene de muchos lados, sus afluentes no sólo se suman sino que se imbrican, se tejen, agregan sentidos, emotividades, profundidad —todo eso a lo que le llamamos memoria—, esa experiencia que nos aloja en un capelo desde la convivencia en nosotros de pasajes, vivencias, sueños, raciocinios, traumas, emociones, sentimientos, intuiciones y la amalgama de todo esto situada en diferentes momentos, en un entretejido que se fortalece con todo lo vivido, sea negativo o feliz. Porque proviene de lados concretos, de momentos particulares, sean reales o imaginados. Sus caminos se andaron y no a fuerzas se promedian. Nuestros destinos son cual hilos que se van tejiendo. No es lo mismo tejer que promediar. Un tapiz no es un promedio de los hilos que se tejieron. Es un diseño complejo donde actúa la intuición, la emoción, la razón, creando ámbitos nuevos que se podrán invocar desde tantísimos futuros nuestros y de muchas personas que tienen relación con nosotros.

En nuestra imaginación, en nuestra memoria, hay lugares, que son puntos en el tiempo, tiempos que son lugares, y si entra a jugar con una inteligencia colectiva trabajada y cuidadosa (por eso artesanal), esos lugares —espaciales y temporales— se van reproduciendo y adquieren más significados y más emociones, devienen con densidad por las vidas implicadas con sus momentos e historias.

Del otro lado, en la IA, no hay nada, no hay lugar, no hay nadie. Se hizo el cálculo y los datos existentes a la mano concretaron un chispazo, elaborado si se quiere, pero que no tiene referentes propios, siempre son ajenos.

La IA es inexistencia, a lo sumo ajenidad.

Pero la inteligencia artificial sí tiene historia, y esa historia es la historia de las mediaciones. Para esta era donde la mirada es instrumental, donde todo proceso es tomado como objeto para un fin, en la reproducción infinita del capital, se privilegió crecer mediación tras mediación (lo que Polanyi entendió como “la gran transformación”). Eso inició la gran dislocación, la distalidad creciente, donde lo desbocado y mediatizado se va diluyendo hasta hacer irreconocible los sentidos originales.

En la lógica industrial, dice Iván Illich, “la producción desmedida de un bien o servicio, tiene efectos que provocan una contra-productividad (que hacen perder eficacia al ‘conjunto’), pero sobre todo una contra-finalidad: el surgimiento de una serie de condiciones que contradicen los fines expresos para los que se emprenden acciones, proyectos, políticas públicas, convenios, leyes”.

Como Marx, Hannah Arendt y el propio Polanyi antes que él, Illich entendió que esta contra-finalidad ocurría cuando se sobrepasaban ciertos umbrales en el enorme edificio que se iba levantando mediación tras mediación, aunque esa enormidad nos provocara la ilusión de perfección al punto de impedirnos imaginar soluciones alternas que no impliquen remiendos que resultan en némesis, a tal punto normalizadas que es casi imposible ejercerles la crítica.

En su crítica de la era de esta “razón instrumental” que lo dispone todo para que algo o alguien medie tu condición individual o colectiva, Illich decía que “el monopolio del modo de producción industrial convierte a los humanos en materia prima elaboradora de herramienta. Y esto ya es insoportable. Poco importa que se trate de un monopolio privado o público, la degradación de la naturaleza, la destrucción de los lazos sociales y la desintegración de lo humano nunca podrán servir al pueblo”. Illich se dio cuenta que de ser portadora de herramientas, la humanidad se convertiría en un sistema al servicio de los sistemas que refuerzan y normalizan el poder del sistema.

“Es la entronización de los objetos, y la cosificación de los sujetos utilizados, mediatizados, lo que termina estableciendo la edad de los sistemas que hoy nos envuelve en algo mucho más intrincado que una ‘tecnósfera’”, decía Jean Robert en una revisión de la última época del pensamiento de Illich.

La inteligencia artificial es uno de los extremos de esta lógica, y nos hace creer que nos libera cuando finalmente nos envuelve para dejarnos fuera y utilizarnos.

Pero Illich estableció criterios muy simples para tener claridad sobre qué herramientas (qué mediaciones) eran liberadoras y cuáles te sometían. Y su conclusión fue que si alguna herramienta te devolvía al cuerpo social, a la comunidad, era una herramienta que podía hacernos encontrar equilibrio, justicia, cuidados.

En su historia, el capitalismo ha buscado el control, el acaparamiento de las vidas de personas y comunidades, imponer precariedades para que la gente acepte cualquier sumisión mediante el miedo a la escasez. Es el robo epistemológico, incluso ontológico, es el capelo que impone el capitalismo como instrumento para derruir y acumular.

Si la IA dice liberarnos (de pensar, por lo pronto, de sentir) para facilitarnos existir en su imaginación consumista, la paradoja es que todo lo que nos promueva autonomía nos regresa a la comunidad, al cuerpo social, al tejido de nuestras relaciones, a nuestra imaginación, y es lo que nos potencia y nos reconstituye como protagonistas de nuestra historia, ejerciendo una inteligencia colectiva artesanal enraizada en historias reales, en momentos vividos, en experiencias existentes.

La autonomía, la libertad, siempre son con otros y otras. La enajenación en cambio, nos aísla siempre.
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