EN 1968 NO ERAN SÓLO LOS ESTUDIANTES — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Artículo / EN 1968 NO ERAN SÓLO LOS ESTUDIANTES

EN 1968 NO ERAN SÓLO LOS ESTUDIANTES

RAMÓN VERA-HERRERA

La represión del movimiento estudiantil del 68 no fue solamente el empeño por contener la expresión mexicana de un levantamiento político-socialcultural más o menos pacífico con el fin de tener la cara lavada en las Olimpiadas que se inauguraron en México el 12 de octubre: sólo diez días después de una matanza que es una de las más grandes de la historia de la represión contemporánea en México, en un sólo día, contra poblaciones civiles (sin contar Gaza, cuyos parámetros son totalmente otros).

Esta represión fue el trabajo sucio de grupos que impulsaron la guerra contra todo el conjunto de movimientos populares en el momento y su provocación aprovechó el impulso y la presencia de ese movimiento estudiantil mundial para enmascarar su barrido represivo sobre escuelas, barriadas, fábricas, sindicatos y varias regiones campesinas e indígenas con sus movimientos de resistencia, varios de ellos guerrilleros. Emboscadas, vuelos de la muerte, quema de caseríos, proseguían en el campo mientras se “contenía” a los estudiantes en la ciudad.

Díaz Ordaz y Echeverría, coludidos con muchos personajes de los cuerpos represivos del momento, pretendieron arrasar con la enorme población crítica rural y urbana. Estudiantil pero campesina y obrera por igual. La llamada guerra sucia, de la que la represión en el 68 y en el 71 fueron puntos álgidos, pudo pasar desapercibida pero no fue menor.

Los cargos de genocidio a Luis Echeverría, de los que fue hallado culpable, y después exonerado entre artilugios legales y vencimiento de cargos, apuntan a un despliegue de las acciones represivas de cuerpos policiacos, organismos de inteligencia y fuerzas armadas, más grupos porriles y paramilitares a todo lo largo del espectro de la crítica y la resistencia. Hay muchas evidencias de que se trató de un genocidio, porque el impulso era “afectar de modo significativo el funcionamiento de la vida normal del grupo al que se quiere desaparecer, hasta lograr con intención destruir la identidad de ese grupo”, como señala Daniel Feierstein, estudioso puntual de los procesos de genocidio.

Siguiendo la cronología, entre el bazucazo en prepa 1, el 29 de julio de 1968, pasando por las tomas de las prepas 2,3 y 5, de secundarias y vocacionales, el diseño de provocaciones para sacar al demonio y erradicar el movimiento, el boteo masivo, las asambleas, más la toma de Ciudad Universitaria, y toda la violencia contra el Casco de Santo Tomás y los barrios aledaños movilizados en una incipiente insurrección popular, se configura el cuadro de la modalidad urbana de una guerra sucia que se extendió hasta 1974 y abarcó la matanza del Jueves de Corpus en 1971.

Las escuelas se convirtieron en las casas de mucha de la banda más comprometida que había asumido el control de los recintos.

En las prepas de la UNAM, desde que inició el movimiento, la gente sesionaba todo el día, podía haber clases pero entre el alumnado por aprender o con maestros comprometidos con el movimiento: lo crucial era seguir en el impulso. Todo mundo estaba consciente de que había que defender los espacios universitarios, porque si no los iban a secuestrar los porros y los paramilitares que actuaban en la represión abierta y encubierta. Cincuenta y siete años después la consigna sigue vigente. “Si ya estás consciente, únete al contingente”.

Esos focos autogestionarios no fueron sólo espacios de organización para la protesta sino espacios de formación y de gestión cotidiana, y sobre todo de articulación con los barrios. Los herederos de las luchas ferrocarrileras y sobrevivientes del aventadero de colonias del norte y norponiente de la ciudad contribuyeron a la organización estudiantil, y pusieron el cuerpo y armas como palos, varillas, cohetones, latas de aceite y gasolina, bombas improvisadas, contra las armas de alto poder.

Porque lo que debe quedar claro es que las llamadas “fuerzas del orden” no se tentaban el corazón para ir no sólo con gases lacrimógenos sino con pistolas y rifles y metralletas de alto poder.

Pocos días antes del 2 de octubre de 1968, hubo varios enfrentamientos alrededor de vocacionales, preparatorias, escuelas particulares y las mismas facultades.

Los medios ocultaron mucha de esta información y el signo de la época era minimizar.

El movimiento estudiantil mexicano, si bien resonaba con todo el movimiento mundial que configuró la resonancia del 68, tuvo particularidades muy mexicanas que casi nunca han pasado a formar parte del recuento de lo que ocurría más allá de la UNAM, Zacatenco y el Caso de Santo Tomás del IPN.

“Toda la zona de Tlatilco, Santa María de la Ribera, Santa Julia, Atzcapotzalco de donde surgieron grupos organizados de chamacos lumpen que tenían muchos agravios contra la policía”, como cuenta el compañero Fernando Hernández Zarate, para Nexos en 1988, “participaron en los Comités de Lucha con nosotros, trabajando, repartiendo volantes. No eran estudiantes pero se sumaban a las manifestaciones y cuando había represión ellos se fajaban con nosotros a la hora de los enfrentamientos. Entonces sucedió algo que fue publicado en los periódicos: hubo renuncias masivas de la policía preventiva y de los granaderos. Al paso de los años he podido platicar con distintas personas; algunos alumnos del Politécnico eran hijos de policías, granaderos, o agentes. Con las renuncias vino un descontrol de los cuerpos policiacos; por eso entró el ejército”.

El movimiento estudiantil naturalmente devino en un movimiento barrial popular. Para el 23 de septiembre, 10 días antes del 2 de octubre, durante la llamada batalla del Casco de Santo Tomás, ya no se trataba sólo de estudiantes. Se iban sumando obreros ferrocarrileros, electricistas, petroleros. Comenzaban huelgas en varios hospitales y paros ferrocarrileros, como le dijo Raúl Álvarez Garín al ser entrevistado por David Bacon en 2002.

Es posible afirmar que los movimientos organizan a sus participantes y a veces son motor de autogestión que va creciendo sus expectativas y puede, si hay imaginación y creatividad colectiva, impulsar logros de liberación, identidad y reivindicación del ser colectivo.

Y los cuerpos represivos los saben. La represión justo está empeñada en interrumpir toda la organización y afectar al otro hasta acabar con cualquier organización o disidencia. Se trata de doblegar, conducir, conformar, someter, o de plano erradicar.

El paramilitarismo tiene muchas formas. El más común durante muchos años fue el porrismo, los golpeadores, que también se transfiguraron en cuerpos como los Halcones o el Batallón Olimpia.

Desde finales de agosto, 60 individuos enmascarados habían ametrallado Voca 7. El 2 de septiembre de ese año el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación), la ultraderecha estudiantil armada hasta los dientes, avienta camiones de pasajeros contra las rejas de la prepa 8 (que quedan desfiguradas) y ametralla paredes, persigue estudiantes, maestros y padres de familia, dispara, golpea y hiere a quienes resisten con improvisadas molotov, piedras y palos ante las metralletas y lanzagranadas de los paramilitares. Igual ocurre en prepa 9 al norte de la ciudad.

A partir de ahí, todo septiembre fue de persecución y provocación de enfrentamientos, que incluyen la toma de la Ciudad Universitaria el 18 de septiembre, la ocupación militar de Zacatenco y el Casco de Santo Tomás el 27 de septiembre y enfrentamientos entre vecinos y granaderos en la zona de Tlatelolco (alguno de más de 7 horas) en lo que después será el escenario de la matanza del 2 de octubre.

A los años, la memoria del 68 se vuelve huidiza aunque el 2 de octubre no se olvida. No obstante, la certeza de que lo que hagamos por salvar el presente, cada presente, nos permite amanecer sabedores de que así calentamos al sol, al igual que el sol nos calienta.

comentarios de blog provistos por Disqus