HOMBRES BAILANDO CON HOMBRES / 342
Nací creyendo en mis ojos y todo lo alcanzado a mirar era real y natural. Miré a las montañas con sus picos y cuevas, a los ríos vivos con su canto de cascadas, a los arcoíris a quienes no podríamos señalarlos con el dedo para no podrirse, a la lluvia quedita y enojada, a los animales del monte, los que vivían dentro del agua, los hombres y mujeres caballeros convertidos en estrellas fugaces y más. Confiaba en mis pupilas porque pocas veces podían equivocarse. Todo cambió cuando salí de la comunidad y llegué a la ciudad. Aquí todo era distinto porque conocí a personas muy frías quienes no saludaban, personas quienes maltrataban a otras, quienes se expresaban mal de nosotros, de nuestras comunidades, nuestras lenguas, nuestras costumbres y más.
Me acuerdo de la primera vez que acompañé a mi madre a comprar en una tienda de alimentos en Chilapa y le decían María. Ella se llama Susana pero eso no importaba porque luego vi entrar a otra señora de una comunidad vecina y también le dijeron María al momento de entregarle su producto. Tiempo después entendí que en esa tienda, llamada La Coyota de Chilapa, toda mujer que venía de una comunidad y llegaba vestida distinta a las xinolas (señoras blancas de ciudad) de Chilapa le decían María. No me quedaba claro aún por qué. En el pueblo, a cada quien se le respeta y se le llama por su nombre, nahuatlizado o no, pero respetando el nombre con que se le conocía en el pueblo.
Mi primera salida fue durante mis estudios de educación media superior, llegué a trabajar a la ciudad durante las vacaciones para ahorrar y ocupar esos ahorros para las copias, los almuerzos, los pasajes y más. Así llegue a Iguala, en donde mi hermana, y buscando trabajo me aceptaron laborar en una tortería. Durante la entrevista con la encargada, una señora de cabellos rubios y las uñas muy largas y pintadas como nunca había visto, me preguntó sobre mi comunidad de origen, y al contestarle que era de Atzacoaloya, ella se sonrío y dijo conocer a alguien de mi comunidad y que lo conocía muy bien porque era el pueblo de los maricones. Yo no entendí absolutamente nada hasta que me dijo: “¿O no?” No supe contestarle, pero ella afirmó de nuevo que es un pueblo muy conocido en Iguala porque hay muchos maricones, porque ahí se baila hombre con hombre. Le di la razón y seguí pensando si eso era verdad o por qué se nos conocía así. Trabajé ahí durante esas dos semanas y cuando quería referirse a mí como el hombre del pueblo de los maricones se reducía a decirme “Atzacoaloya”.
De regreso conté esto a mi padre y él como defendiéndose me contestó: “a mí me dijeron lo mismo cuando salí a trabajar a la ciudad y desde mi regreso me he negado a bailar con algún hombre”. Me contó: “Cuando iba a los compromisos y miraba que alguien se acercaba para sacarme a bailar, hacía como que iba al baño o como que miraba para otro lado para que no me sacaran”. En un primer momento les di la razón y mi padre lo confirmaba, pero en sus pláticas en el campo, cuando íbamos a limpiar la milpa o a regar nuestros plantíos por las noches, me contó en varias ocasiones de los bailes viejos en las mayordomías, en los casorios, en los cambios de los comisarios, en otras fiestas donde siempre salía a relucir el baile de hombre con hombre, incluso me contó de otras comunidades donde la costumbre era la misma. Nunca le tomé importancia pero de niño, en algún casorio de mis tíos, miré ese baile, en alguna mayordomía donde iba a traer a mi madre o abuelita, siempre las buscaba en el lugar de las mujeres porque era imposible buscarlas en el lugar donde bailaban sólo los hombres. Nunca miré bailar ahí a alguna mujer con su pareja hombre, no era mal visto quizá, pero nadie rompía las reglas de esa costumbre. Los que no querían bailar con otro hombre aplicaban la estrategia de mi padre, el esconderse un poco o alejarse del lugar del baile, porque si alguien te sacaba a bailar y no aceptabas, el rechazo significaba no tenerle respeto a la persona quien te invitaba a bailar. Esto lo supe tiempo después.
Dentro del registro que hago sobre este tema, llegué a grabar un video de muy mala calidad, donde se miran bailando el comisario saliente con el comisario entrante, también el comandante con comandante y sus esposas bailando entre mujeres dentro de la comisaría de Atzacoaloya. Lo recuerdo porque en el video sale bailando don Francisco Rebaja, profesor nahua y segundo comisario, quien tiempo después fue asesinado con todo y familia. Aquí entendí que los comerciantes, jornaleros, albañiles, profesionistas y más quienes salían a trabajar a la ciudad regresaban con otra mentalidad. Fueron los primeros en ver con maldad y dejar de practicar esta costumbre del baile de hombre con hombre. En la era actual, muy pocas comunidades nahuas mantienen esta costumbre y, con la llegada de los grupos del crimen organizado con hombres provenientes de Sinaloa, Michoacán o de hombres nahuas que regresaron de Estados Unidos y controlan ahora a los gobiernos locales, miran muy mal este baile. En algunos pueblos nahuas se ha llegado a prohibir de manera total y vía asamblea han impuesto multas que van desde los dos mil hasta los cinco mil pesos si en una fiesta ven bailando a un hombre con otro hombre. Afortunadamente son pocos pueblos que han llegado a esta crueldad e ignorancia. Aunque entiendo de manera clara que éstas son leyes impuestas por personas que llegaron a la comunidad, sea porque son de otros estados o porque vivieron mucho tiempo fuera de la comunidad y regresaron con otra mentalidad.
En mi tesis de la maestría con algo de temor registraba este aspecto cultural y decía: “El baile de hombre con hombre y mujer con mujer es una costumbre de este pueblo nahua y de las comunidades aledañas que se ha venido practicando desde hace más de medio siglo, según la conversación generada con el profesor nahua Francisco Rebaja. Pero mi padre, y en consulta con otros señores de la tercera edad, cuenta que sus abuelos y bisabuelos practicaban ya esta costumbre y se sigue practicando en las fiestas tradicionales particulares. En las ciudades mestizas cercanas a esta comunidad esta práctica es mal vista. Algunas personas piensan que es una manifestación del homosexualismo, pero en realidad tiene un origen asociado con el respeto hacia los propios habitantes, el propósito de bailar hombre con hombre y mujer con mujer en las fiestas de las mayordomías es el de evitar que entre los varones haya riñas durante el baile, según las experiencias de los abuelos o ‘tatas’, cuando un hombre baila con una mujer ajena a la suya, al marido de la mujer le pueden brotar celos y originar una pelea entre los dos hombres e incluso entre las esposas. Por ello, era preferible bailar hombre con hombre y mujer con mujer.
“Bailar con un compadre, un primo, un tío, un abuelo, una autoridad del pueblo, significa tenerle respeto como hombre y persona. Si un varón saca a bailar a otro y éste no acepta, querrá decir que no hay respeto hacia el invitante. Los bailes de hombre con hombre se podían apreciar en la casa de los mayordomos de cualquier santo, en los casamientos y en otros espacios de fiesta. Las melodías para estas fiestas eran amenizadas con los tocadiscos y canciones que van desde Chico Che, Los Caminantes, Luz Azul, Acapulco Tropical, Rigo Tovar, Alfredo y sus teclados, entre otros. Después fue sustituido por las bandas de viento y en la era actual las bandas siguen, pero en los casamientos terminan siendo amenizadas por los grupos musicales o sonidos. Ha habido algunas bodas en donde se hace una combinación entre un grupo musical y una banda de viento, cuando estos últimos tocan, pueden bailar parejas de hombre con mujer, hombre con hombre o mujer con mujer y no es mal visto por la comunidad”.
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Martín Tonalméyotl, poeta, escritor y promotor nahua originario de Atzacoaloya, Zitlala, en La Montaña de Guerrero, es autor de poemarios propios y antologías bilingües de gran valor, ha conducido el programa El Ombligo de Tierra, en Código 21 y recientemente se incorporó a Plural TV, canal del Poder Judicial de la Federación.