MANOS A LA CUENCA Y EL REGRESO DEL LAGO DE TEXCOCO / 342
A la memoria de Alicia Galicia Lima y Obdulio Ruiz Ayala (FPDT)
Caminar el territorio junto a propios y extraños para que comprendamos la raíz y razón de la lucha, la profundidad significativa de aquello que se ama y se defiende como evoca la proclama, ha sido una práctica fundamental para el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) en Atenco. Conociendo los rincones del lugar, que desde lejos puede ser percibido sólo como un paisaje, podemos intuir la larga duración del entramado tejido entre los pueblos y su entorno. La dificultad que imponen los caminos, los cambios de temperatura de una zona a otra, el viento cruzando centenares de sembradíos, los sonidos del agua llenando una zanja y el graznido de las aves que cruzan el cielo integran un lugar no sólo formado por la fuerza de la naturaleza, sino sostenido con el trabajo de decenas de generaciones campesinas. La convicción por la defensa de los territorios inicia en muchas personas gracias a esa intuición experimentada al caminarlos, al recorrerlos. En Atenco, los defensores del territorio lo saben. Y por eso no dejan de hacerlo.
El llano lacustre de este municipio, vecino oriental de la capital mexicana, situado a la orilla del corazón del antiguo lecho de Texcoco, aquel que fue descrito por la oligarquía y sus tecnócratas como un desierto de sal, estuvo a punto de ser convertido en una planicie cubierta de asfalto, pistas de aterrizaje, terminales, bodegas, hoteles y centros comerciales. El moderno aeropuerto, proyectado por el México imaginario como la carta de presentación para los turistas e inversionistas que entraran al país, en los hechos significaba la culminación de la obra desecadora y urbanizadora del Valle de México. En perspectiva histórica, la empresa colonial para expulsar las aguas de la cuenca sería sellada con esta obra monumental encima de los antiguos territorios acolhuas.
Hace ocho años, cuando la Ciudad de México y muchos de sus habitantes vivían la emergencia por los sismos, algunos atenquenses estaban empeñados en defender su territorio por segunda vez contra una obra aeroportuaria. La primera vez costó muertes, detenciones, persecución y mucho sufrimiento. La resistencia en verdad había sido disminuida por el miedo y la desesperanza. La compra de terrenos y voluntades en las comunidades y ejidos del municipio avanzaba con la soberbia que caracterizó a la administración de Peña Nieto. En aquella circunstancia dolorosa los activistas también caminaban, promovían recorridos por su territorio. Sin embargo, los motivos eran tristes. Los itinerarios se hacían para indicar a los funcionarios del gobierno federal los abusos en la construcción de la barda perimetral del aeropuerto. Los trabajos para la terminal aérea destruyeron patrimonio arqueológico, invadieron parcelas de trabajo, desecaron charcas ancestrales. En aquel momento el paisaje era desolador. Entre la polvareda levantada, los camiones y las góndolas iban y venían por anchos caminos de tezontle recién construidos para sacar lodos del subsuelo y meter gravas traídas de las sierras aledañas. Así el absurdo: estaban enterrando a los cerros en un lago.
En uno de aquellos amargos recorridos por los puntos críticos de esa geografía del despojo, los campesinos exigían a los técnicos, políticos y abogados echar atrás la barda 15, 20, 25 metros. En una de varias paradas la compañera Trini se alejó del grupo. Caminó hasta uno de los bordos que habían sido levantados para desviar las aguas del río Coxcacoaco al colector central del drenaje y desapareció detrás del montículo de tierra. Luego de un rato, cuando el grupo se disponía a subir a los carros para continuar hacia otro punto, decidí acercarme al bordo. La vi parada sólo mirando el agua correr hacia el sur donde saldría del municipio, le dije que los demás estaban por irse. Se secó los ojos y susurró: “¿Qué les vamos a decir a nuestros nietos, que no logramos defender este lugar?”.
En 2018, pocos días después de las elecciones, los pueblos afectados por la obra, pero también aquellos de las regiones devastadas por la sobreexplotación de bancos de materiales pétreos y los perjudicados por tiraderos de lodos tóxicos del oriente del Estado de México, llamaron a una reunión amplia para entrar a una etapa definitiva en la lucha contra el aeropuerto. Así comenzó a fraguarse la campaña #YoPrefieroElLago. En esta estrategia participaron sindicatos, organizaciones sociales, universitarios, activistas ambientales y pueblos de la región defensores de sus territorios, quienes lograron convencer a amplios sectores sociales de la urgencia de salvar al lago de Texcoco, rechazando el aeropuerto.
Una vez cancelado el proyecto no fue fácil convencer a los funcionarios federales sobre la potencial restauración ecológica y la urgente restitución del territorio a los ejidos. Muchos técnicos de carrera al interior de las dependencias seguían ocupando puestos clave y negaban que hubiera algo que proteger ahí. Seguían mirando una llanura desértica y despreciando a los pueblos. Fue entonces que el movimiento dio un siguiente paso con el proyecto Manos a la Cuenca.
Ante la inacción de las autoridades, los campesinos comenzaron a trabajar y con pico y pala demostraron lo que llevaban años afirmando, que el lago se podía comenzar a recuperar con la primera temporada de lluvias y una buena gestión del agua. Rompieron así uno de aquellos bordos que desviaban los ríos y cuidaron con otro que el agua fuera retenida. La laguna Xalapango, al sur del municipio, se comenzó a reinundar en julio de 2020. En estos primeros años de restauración, los habitantes organizados de los pueblos a la orilla del agua y de la Sierra de Río Frío han logrado la declaratoria del Área de Protección de Recursos Naturales Lago de Texcoco. Más de 14 mil hectáreas cuentan ahora con un plan de manejo que prioriza una relación de equilibrio entre el entorno ecológico y las actividades humanas.
Pero los trabajos de Manos a la Cuenca no se limitan al área protegida en el llano lacustre. En la cabecera de la cuenca, en las laderas al norte del Monte Tláloc y en la Sierra Patlachique, los habitantes organizados reforestan y revegetan el bosque con técnicas de terraceo para evitar la erosión de los suelos, procuran los manantiales, recuperan el uso de jagüeyes para uso y absorción del líquido, también construyen humedales para comenzar el saneamiento de las aguas antes de que desciendan al pie de monte. Buscan regular las descargas en los nueve ríos del oriente. En la región texcocana proliferan las iniciativas ecologistas fundadas en los conocimientos situados que los habitantes han heredado y adecuado de sus antepasados.
En Atenco se trabaja un plan hídrico discutido por los mismos campesinos que contempla el desazolve y saneamiento de los cuatro ríos que arriban al municipio y que llevaban más de tres décadas en el abandono. En sentido contrario, las autoridades del Estado de México en las últimas administraciones priístas tenían proyectado entubarlos mediante colectores marginales que los desviarían al drenaje profundo, protegiendo así la infraestructura aeroportuaria. Los primeros pasos del plan hídrico campesino se están logrando y al menos actualmente estos afluentes son los principales tributarios de la Ciénega de San Juan y la laguna Xalapango.
En el mismo municipio existe un sistema de zanjas campesinas que en las últimas décadas, debido a la ruptura del tejido social provocada por el gobierno, se había abandonado. Esta especie de apantles, cuya función es evitar la erosión, mantener la humedad de los suelos y almacenar agua cercana a los cultivos, estaban siendo rellenados para facilitar los fraccionamientos o en algunos casos usados como basureros. Hoy existen ya algunos ejemplos de restauración de zanjas a lo largo de algunos cientos de metros que permiten observar también su importante función ecológica.
Es inevitable mencionar que la contaminación de las aguas de los ríos y las importantes descargas de aguas residuales que descienden directamente a las zonas inundables de Atenco deben ser atendidas con trabajos de saneamiento. Ante este asunto los pobladores, quienes tienen larga experiencia con la ineficiencia y los altos costos de mantenimiento de las plantas de tratamiento, han decidido implementar una serie de obras comunitarias para la gestión adaptativa del agua. Se trata de un sistema reticular de charcas contenidas por bordos con vertederos y rebosaderos que permiten un flujo pausado del líquido hacia las partes más bajas, favoreciendo así su filtración a través de las raíces de la vegetación acuática. En los últimos años, se han logrado acumular aproximadamente 15 millones de metros cúbicos de agua. Al ser suelos con vocación lacustre, estos trabajos están consiguiendo también la revegetación y la repoblación de algunas especies de fauna local. Para este invierno la dirección del Área Natural Protegida espera el arribo de 240 mil aves migratorias a la zona.
En este verano se observó por primera vez que el agua comenzó a ser suficiente para intentar inundar los terrenos del enorme predio conocido como El Caracol, lugar donde operaba la empresa Sosa Texcoco. La zona es una planicie de 800 hectáreas de extensión con una capacidad para 4 millones de metros cúbicos de agua, algo así como dos estadios Azteca repletos. Los animadores de la iniciativa Manos a la Cuenca insistieron en que El Caracol quedara dentro del polígono del área de protección a cargo de CONANP y están convencidos de que, con un buen sistema de interconexión hidráulica, esta zona sería un excelente vaso regulador capaz de disminuir los riesgos de inundación que padece la zona oriente de la Zona Metropolitana del Valle de México.
El Caracol y otras zonas del norte de Atenco se encuentran sometidas a la fuerte presión urbanizadora promovida por intereses económicos y organizaciones clientelares que, aun después de la cancelación del aeropuerto, no han abandonado su ambición sobre el municipio. El oriente de Atenco también sufre el embate de los fraccionadores que además del negocio inmobiliario han comenzado a establecer relación con redes informales de manejo de desechos tóxicos. El FPDT ha denunciado públicamente varias veces a lo largo de este año la introducción de tambos con sustancias tóxicas en terrenos al interior del ANP. Los vecinos refieren excavaciones en donde están siendo sepultados los recipientes. En algunos de estos tiraderos han ocurrido incendios.
En la serranía, el daño de la minería es inconmensurable, picos enteros de bosque y de zonas de infiltración se perdieron para siempre. Los cráteres color tezontle que se observan en toda la región son heridas abiertas que no han parado de sangrar. La cicatrización, que quizá tarde décadas, no iniciará si no se detiene la extracción minera que el aeropuerto aceleró. Los municipios situados en el llano del acuífero de Texcoco padecen la sobreexplotación del líquido. La falta de regulación ha profundizado el problema. En las últimas décadas también se ha incrementado el mercado negro del agua a través de las pipas. Este negocio ha generado otra importante red de intereses a la que se enfrentan los habitantes de la región.
El oriente del Estado de México se caracteriza por la cercanía entre las zonas altas de la cuenca (con elevaciones de más de 5 mil metros) y extensas planicies con vocación lacustre. La historia de la urbanización sucedida a lo largo de los últimos 70 años en la región ha dejado pocas zonas que conserven su potencial ecológico. Actualmente podríamos hablar de unos 100 kilómetros cuadrados de humedales con posibilidad de conservación y/o restauración.
Pero al mismo tiempo, existen en toda la región oriente del valle, desde la zona de Zumpango y Teotihuacán hasta Chalco y Tláhuac, decenas y decenas de iniciativas ecológicas que con esfuerzos comunitarios reforestan, siguen sembrando, cuidan sus ríos y sistemas lagunares e intervienen en la planeación de obras hidráulicas. Lo hacen bajo el entendido de que han recibido un legado de sus abuelos y quieren dejarlo a sus nietos. Alguna vez un sabio campesino de San Pablo Atlazalpan explicó a los jóvenes integrantes de los comités del agua que justo eso era lo que significaba la dignidad.
En Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra es una forma concreta en que se ha destilado la historia de la región. La sabiduría acumulada que refieren sus miembros para su relación con el territorio se origina en los tiempos del antiguo señorío acolhua, atraviesa los años de saqueo de material pétreo y fuerza de trabajo durante el régimen virreinal, participa en la resistencia contra la invasión francesa, se implica en la lucha zapatista del Ejército Libertador, abreva de la exigencia campesina por la devolución de las tierras durante la Reforma Agraria y, finalmente, se conforma de la rebeldía juvenil de los años sesenta, de las luchas obreras y campesinas de los setenta y arriba al nuevo siglo con una experiencia longeva. Hoy, el reto que tienen los miembros de esta organización es una deuda compartida con tantas otras luchas activas en nuestro país: ¿cómo pasar el encargo de la defensa de su territorio a las nuevas generaciones? Por eso, las brigadas de cuidado de la salud protagonizadas por la frescura juvenil constituyen un lugar central en esta etapa de la lucha del Frente; por eso, se pelea por espacios educativos adecuados y dignos para ellas y ellos. Por eso, en cada recorrido para reconocer y valorar el territorio de Atenco, Ignacio del Valle no se cansa de repetir a los jóvenes: acomídete, ayuda, solidarízate con tu pueblo.