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¿POR QUÉ NO HABLO MIXTECO?

JOSUÉ EMMANUEL BARRIOS VÁZQUEZ

REFLEXIONES COMPARTIDAS SOBRE LA INTERRUPCIÓN EN LA TRANSMISIÓN INTERGENERACIONAL DE LAS LENGUAS MATERNAS EN MÉXICO

Nací en el Distrito Federal (hoy CDMX) en la delegación Xochimilco, a finales de la década de los setenta del siglo pasado. En mis primeros años de infancia nunca supe de mi origen. Sólo recuerdo que en pocas ocasiones mamá y papá hablaban extraño, un lenguaje que no podía comprender.

En esos años, mis padres regularmente me llevaban al rancho. Recuerdo que algunas veces viajábamos apretujados en camionetas con redilas cerradas y en mal estado. No teníamos muchas opciones, la economía de mis padres era modesta. El camino siempre se me hizo interminable. Sin embargo, los olores a tierra mojada combinados con algunos cantos de aves y tufos de comida me avisaban el final del viaje. El recorrido: unas diez horas.

Con los años comprendí que ese rancho era San Bartolomé Yucuañe, una comunidad localizada en la Mixteca Alta y a una hora de Tlaxiaco, Oaxaca.

Recuerdo que, en las frecuentes visitas a la comunidad, volvía a escuchar ese lenguaje extraño que a veces mis padres utilizaban para comunicarse en casa. Pero ¡ahora más personas hablaban igual! Aún siento la alegría de mi madre al llegar y poder hablar su lengua. Su cara se iluminaba, su sonrisa era interminable y hablaba como si estuviera cantando. Sus interlocutores radiaban lo mismo. Era como si sus corazones conectaran a través de su lengua.

Yo nunca entendí nada. Pero me sentía contento al verla así. La cadencia de su hablar terminaba cuando se dirigía a mí en español:

–Josué, trae las demás bolsas; apúrate que casi anochece y no hay luz; deja eso y ve con Felipa a traer unas velas, dile que le pago al rato. Mientras obedecía, pensaba:

–¿Por qué no hablo así? ¿Qué hay de malo en hablar así? ¿Por qué mis papás no me enseñan? Las respuestas a estas incógnitas las fui encontrando con los años.

En una ocasión, antes de ir a la escuela (cursaba el sexto de primaria), reclamé serenamente a mi madre por qué no hablaba mixteco. Su respuesta, sin mucha explicación y ánimo, se limitó a decir:

–No te sirve que hables así. Mejor apúrate a leer y a escribir. Anda, vete a la escuela. Aprende a hacer cuentas. Quiero que seas alguien.

En ese momento, mi curiosidad quedó resuelta a medias. Recientemente comprendí (hace una década) que por esa época hubo un intento de minorizar las lenguas originarias, instalando en el ideario común que hablar alguna lengua originaria era signo de atraso y no tenía ninguna funcionalidad. Lo importante era hablar español. Mi caso no fue el único, hasta el día de hoy existe esta tendencia ideológica, en la que se han incluido lenguas dominantes como el inglés.

No obstante, esta minorización lingüística no fue lo único que provocó que yo no hablara mixteco. También la discriminación hacia los hablantes provocó que muchos de ellos dejaran de hablar en espacios públicos y, por lo tanto, dejaran de transmitirla.

En una tarde, platicando con mi padre, le pregunté por qué había sido negativo hablar mixteco. En un tono melancólico y desventurado, acotó:

–Llegué al D.F. cuando tenía unos 14 años. Batallé en esta ciudad. No hablaba español, sólo mixteco. Entré a trabajar y todos los compañeros se reían por mi manera de hablar. Me decían: “hablas chistoso”, “hablas como indio”, “deberías de hablar bien” y cosas de ese estilo. Fue duro enfrentar todo ello. No te niego, hubo gente que me defendía, pero la mayoría nos trataba mal y nos decían de todo. Por eso, no creí conveniente que aprendieras. No quería que pasaras por esto.

Quería que aprendieras otras cosas, en lugar de mixteco. Hoy comprendo que de alguna manera mi padre me protegió en contra de esta discriminación hacia los hablantes de lenguas originarias. No obstante, siempre me llamó la atención que mi papá y mi mamá coincidieran en que no aprendiera mixteco porque era mejor “ser alguien”. Como si hablar la lengua obstruyera mi andar en la vida.

Para mi mamá y mi papá, ser alguien era ser todo, menos indígena. Frecuentemente, tengo presente la insistencia de mi padre por estudiar. Siempre me dijo que fuera a la escuela, que ser una persona “cerrada” era triste. Sus argumentos los llevo todos los días:

–Ve a la escuela. Yo no tuve oportunidad de ir. Llegué hasta sexto de primaria. Es muy feo no saber. Lo de hoy es hacer cuentas y aprender a hablar bien para tener que comer. Tener los varos es lo importante. Lo del pueblo no sirve aquí.

Para él, ser alguien era entrar a los discursos de la modernidad. Tener era sinónimo de ser y en ello olvidar lo que era fue imprescindible para lograr una aceptación en un lugar ajeno a su origen.

A la fecha, lo tengo claro: factores como la minorización lingüística, la discriminación hacia los hablantes y el impulso de discursos modernizadores provocaron que no hablara mixteco. No obstante, no soy el único. Muchos descendientes de hablantes atravesaron y atraviesan lo mismo. Las reflexiones son compartidas. Y tal parece que esta interrupción en la transmisión intergeneracional de las lenguas originarias en México está imparable. Los diagnósticos no son alentadores. Muchas de ellas están en riesgo de desaparecer.

Hoy, la variante de tu’un savi de la comunidad de mis padres está en peligro de extinción. Estamos perdiendo hablantes. La población cada día es menor debido a los procesos migratorios internos y externos. Además de que las nuevas generaciones no lo hablan, incluso ni la conocen. El panorama es desolador. Varios especialistas en el tema reconocen que al extinguirse una lengua no sólo ésta desaparece, sino también todo un cúmulo de cultura, saberes y formas de comprender el mundo.

En mi opinión, es momento de que no sólo el Estado garantice su permanencia, sino la sociedad en general debe de interesarse por su mantenimiento y continuidad. De no ser así, en unas generaciones más las lenguas originarias quedarán sólo en la historia de este país.

 

A  Alicia Vázquez Cruz (†) y Erasto Barrios Martínez
Hablantes de Tu’un Savi, variante
de San Bartolomé Yucuañe, Tlaxiaco, Oaxaca.

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Josué E. Barrios Vázquez, con maestría en Ambientes Interculturales de Aprendizaje, es investigador en la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, Universidad Intercultural del Estado de Puebla.

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